Entrevista de la revista Cazarabet al profesor Andrés Piqueras, autor de “Las sociedades de las personas sin valor”
Andrés, ¿por qué este libro…qué vacío, en la reflexión y/o pensamiento viene a suplir y/o cumplimentar?
Vacíos sociales hay tantos en estos momentos que no me atrevo a pensar que se pueda llenar alguno con un libro. La intención, mucho más modesta, es contribuir a desvelar algunas de las claves que rigen nuestras sociedades, compartir el conocimiento sobre ellas de la forma más accesible posible, lo que no es fácil dada la profundidad de los temas que se tratan.
En ese sentido, el libro se inserta en la línea de la ciencia social crítica y a la vez comprometida con la transformación de aquello que se conoce (esta es la praxis marxista). Para ello, como decía, el primer paso es desvelar los procesos que rigen nuestras vidas, que en el caso de la sociedad capitalista son el valor, la mercancía, el trabajo asalariado, el capital… Estos procesos no son optativos, sino que se desarrollan dictatorialmente, sine qua non. Constituyen también la base de la dominación de la clase capitalista (más allá de las cambiantes formas epifenoménicas de institucionalidad más o menos democrática que se puedan dar en cada momento).
El primer elemento de dominación de cualquier clase dominante, en cualquier sociedad de clases a lo largo de la historia, es que los/as dominados/as no conozcan ni las claves ni los resortes de su dominación. En ese sentido, sería obligación de la ciencia social ejercer de defensa para la sociedad contra todo ello, pero desgraciadamente buena parte de la ciencia en general y no sólo la social, se debe a quien la financia. De ahí la importancia de esa forma distinta de hacer ciencia que inauguró el marxismo.
Vamos a las diferencias: una cosa son las “sociedades de las personas sin valor” y las otras son “las sociedades de personas sin valores”?
Claro, salvo psicópatas todo el mundo se rige por unos valores. Se sedimentan en cada individuo a partir de un ethos dominante, conjunto de valores que se hacen congruentes con unas u otras formas de estructura social (de ahí viene la ética). De ese caldo social los tomamos los individuos y los tamizamos de diferente forma, según nuestra posición en esa estructura y nuestras condiciones socio-culturales y personales, para convertirlos en la moral propia por la que nos regimos. Pero en el libro yo me estoy refiriendo al valor en cuanto que mercancía fuerza de trabajo, que es a la condición a que nos ha reducido el capitalismo.
¿Cómo perdemos valor?
Confluyen muchos procesos que nos hacen perder valor como fuerza de trabajo: 1) a través de la reducción del valor de las mercancías que necesitamos para reproducir nuestra fuerza de trabajo (reducción de los precios de producción de los bienes de consumo corriente); 2) mediante innovaciones técnicas o nuevos métodos de organización del trabajo, que hacen inútiles funciones previamente ejercidas y que descartan fuerza de trabajo (con lo cual el tiempo socialmente necesario para su formación equivale a nulo); 3) con el desplazamiento de la fuerza de trabajo a tareas de nivel inferior, que le hacen perder valor (tu tiempo de cualificación no cuenta o cuenta menos); 4) a través de la reducción del número de años para la formación de la fuerza de trabajo, a través de sucesivas reformas educativas, con miras a tener titulados/as en menos años, o distintos niveles de titulados/as, más baratos/as. La inflación de titulados/as abarata el precio medio.
También se efectúa la depreciación a través de reorganizaciones administrativo-empresariales. Se abolen cualificaciones y oficios específicos. Con ello, no se reconocen las cualificaciones ni la experiencia acumulada.
Además, a todo esto hay que sumar pérdida de capacidad de reproducción de nuestra fuerza de trabajo debido a la extenuación del trabajo no pagado que hace falta para cubrir lo que la miserabilización del salario no cubre, y que tiene que explotarse también cada vez más porque aquél cubre cada vez menos. Esto afecta de manera fundamental a las familias, que en gran medida es casi lo mismo que decir, a las mujeres, que se tienen que multiplicar para mantener en disposición aceptable una fuerza de trabajo precarizada o directamente sin salario.
En claves interestatales afecta también a comunidades enteras (étnicas, comunales, de linajes, vecinales…) que tienen que garantizar por su cuenta la supervivencia de los suyos.
Aunque, a veces, una cosa se retroalimenta de la otra, ¿no? ¿es más fácil que se llegue a las sociedades de las personas sin valor en sociedades carentes o en carestía de valores?
De nuevo, salvo enfermedad mental, es imposible no tener valores. Lo que pasa es que los valores que el metabolismo social capitalista secreta para sus células o individuos, son los propios de sus reglas de funcionamiento: competencia, individualismo, aceptación o naturalización de la jerarquía, la desigualdad, la exclusión, la explotación… Por mucho que determinados sectores de ese organismo se empeñen en concienciar sobre valores contradictorios con ese funcionamiento (cooperación, solidaridad, igualdad, aprecio por la diferencia…), estos últimos tienen muy pocas posibilidades de imponerse más allá de la epidermis del organismo capitalista (el nivel declarativo social). Y pasaron a formar parte de esa dotación declarativa gracias a las luchas y conquistas históricas de la población que las impuso como valores deseables (o dignos de aspirar a ellos) a la burguesía más reaccionaria.
Por eso hoy, aunque por lo general no se practican en el metabolismo cotidiano del capital, constituyen todavía lo que se considera “políticamente correcto”. Y digo todavía, porque la reacción hoy de las oligarquías y sus escuadrones de choque fascistas o parafascistas contra esos valores es brutal, tanto para erradicarlos como, en su defecto, tergiversarlos o deformarlos monstruosamente.
De todas formas, la especificidad de la razón de ser de cualquier sociedad capitalista pasa por un conjunto entrelazado de relaciones que estructuran la vida social: el valor, el trabajo abstracto, la mercancía y el dinero. Estas relaciones, que sujetan a los individuos entre sí (las células del organismo), como decía al comienzo, no son modificables dentro de la sociedad capitalista, forman parte de cómo se manifiesta dictatorialmente su estructura.
Mientras estemos en una sociedad capitalista la lógica del todo (cuyo objetivo último es la acumulación de capital) determinará a cada una de sus partes (sean el Estado, las múltiples instituciones socioeconómicas y sus políticas, también las entidades culturales y las formas de conciencia o de entendimiento del mundo; sean la propia vida de los individuos y sus opciones personales, por ejemplo). Entender esto es imprescindible tanto para cualquier análisis científico como para cualquier proyecto político que no quiera ser puerilmente ingenuo o estéril, o peor aún, falso.
Por eso, aquellos valores epidérmicos (“superestructurales”, en términos clásicos), entran en colisión con lo que todas las personas en nuestras sociedades tienen que hacer para salir adelante en la vida: pensar para sí mismas o “mirar por lo suyo”, competir a ultranza, aceptar la jerarquía y las desigualdades, rechazar lo diferente… Estos son los valores empotrados en la sociedad, que son los que se viven día a día. Mientras que los otros son epidérmicos.
A partir de ahí, respondo a tu pregunta diciendo que, verdaderamente, pugnar individualmente por ser alguien en una sociedad que va eliminando el valor de la fuerza de trabajo, es tener toda la garantía de quedarse sin valor alguno. Tengamos en cuenta que “fuerza de trabajo” es la especial mercancía a la que nos han reducido. Ese es el círculo vicioso del que cada vez es más difícil de ser dentro de estas coordenadas, para el que nos han entrenado a través de los procesos de individuación y de individualismo.
La gente, la sociedad ha demonizado mucho a todo lo que rodea el concepto de “revolución”, pero quizás no nos demos cuenta de que el capitalismo nos tiene envueltos en una revolución, la suya propia….y es constante se va revolucionando para ir engullendo a la sociedad en un bucle…
Yo hablaría más de mutación que de revolución. Entendida aquélla como capacidad de adaptarse a las numerosas contingencias históricas por las que atraviesa cualquier sistema socioeconómico. El capitalismo ha conseguido en su decurso, diferentes regímenes de acumulación (formas económico-político-institucionales de garantizar la acumulación de capital en cada momento) y modos de regulación social (formas socio-político-culturales-institucionales de garantizar el control social).
Ha sido hasta hoy el modo de producción más dúctil y “mutante” en este sentido (de hecho, como sabéis, escribí un libro con el título de Capitalismo mutante). Incardinado en esa cualidad, también podemos considerar el concepto de Gramsci de revolución pasiva o de “recambio”, cuando la clase dominante, o al menos un sector de la misma, impulsa un nuevo régimen de acumulación y de regulación social, ante la decadencia del anterior. En caso extremo, podría emprender incluso el paso a un nuevo orden socioeconómico ante el callejón sin salida a que ha llegado el capitalismo, según implosiona todo el viejo orden.
Frente a esa “revolución pasiva” se sitúa la revolución propiamente dicha, cuando el devenir del sistema genera unas concretas condiciones socio-históricas que dan lugar de forma tendencial a los agentes sociales que impulsan transformaciones no reversibles hacia otras formas de vida, otros tipos de sociedad. Lo que requiere necesariamente de amplias y profundas transformaciones sociales. Veremos hasta qué punto la “revolución pasiva” extrema del capital es capaz de sobreponerse a toda la degeneración que atraviesa el sistema y a las previsibles contestaciones sociales que va a suscitar, para imponer un nuevo orden que bien pudiera ser otro modo de producción. Ni energética, ni social ni económicamente lo tiene fácil.
Las personas ni individual ni colectivamente contamos para nada en este tablero…solo se nos precisa numerosos y sedientos por un salario rácano y una condiciones que, cada vez van más en retroceso, ¿verdad?
La fuerza de trabajo, antes que personas, sin valor, tiene que hacer todo lo posible por intentar valorizarse. La ansiedad por no caer en el pelotón de los desechados obliga a una constante puesta al día del yo, un denuedo diario por adquirir destrezas, conocimientos o preparación que se escapen al radio de acción de la automatización, como objetivos móviles que sin embargo quedan obsoletos nada más adquiridos. Eso significa poner la vida en permanente disponibilidad para la explotación, no importa si una creciente parte del trabajo que se realiza en el ámbito laboral no sea remunerado.
Aquí hay que contar no sólo el trabajo que las personas llevan a cabo sin pago (horas extras no pagadas, mucho del tiempo trabajado a través de contratos en formación, trabajo de becarios, etc…), sino también el que realizan para valorizarse a sí mismas en el mercado laboral o para asistir a entrevistas, desplazarse en busca de oportunidades, conectarse, estar al tanto de las últimas tendencias, conseguir una “buena presencia”, “estar en forma” para rendir…
Hay una creciente obsesión por la auto-valorización, consecuente con un mercado que desvaloriza continuamente la formación adquirida, que deja obsoletas a toda velocidad las aptitudes y habilidades, lo que puede describirse como obsolescencia programada del currículum. La cual puede entenderse como la otra cara de la curriculización de la vida o el intento de traducir todo lo que se hace en términos de currículum profesional (esto es, exhibido como posibilidad de extracción de beneficio para el capital), ante la acuciante angustia de perder valor como seres humanos.
La extensión e intensificación de la precariedad (laboral, social, vivencial…), devienen dispositivos privilegiados de sometimiento homogeneizador (individuos precarizados, en condiciones de hacer de ejército de reserva de sí mismos, son individuos también más subalternizados).
Pero ¿hasta qué punto caemos nosotros demasiado en esto de “ser” o “obedecer” al concepto calificativo de “personas sin valor”?
Los procesos de desvalorización y la propia homogeneización que conllevan, nos vulgariza. Nos hace individualidades mediocres. No tienes más que ir a cualquier estación de transporte, a cualquier espectáculo de masas, a cualquier lugar turístico, o entrar en cualquier ámbito de la red virtual, o en la vida diaria de cada quién, para percibir cómo se parecen los individuos, a veces como gotas de agua, en su accionar, en su vivir. Estamos programados para la vulgaridad. Con los ritmos que marcan el valor y la mercancía en nuestras sociedades no es fácil escapar a ello.
Si tenemos o nos reconocemos como “personas con valor”, ¿podemos hacernos sentir y ver de esta manera en la sociedad, en esta sociedad por muy capitalista que sea…enfrentándonos a lo que no nos gusta, nos incomoda o nos aprisiona?
De momento intentamos contrarrestar nuestra mediocridad sobre todo a través de la (falsa) distinción. No es casual que sea en esta tesitura histórica cuando más se inyecta a bastantes sectores de las poblaciones la búsqueda de “singularización” en forma de distinción profesional, social, artística, deportiva, personal…; a través de la vestimenta, los rituales de consumo o el consumo llamativo, la música, la práctica de actividades peculiares, “estilos de vida especiales”.
Es ahora también cuando los medios de socialización y propaganda del sistema (una parte importante de la ciencia social) más insisten en la importancia de la distinción, la diferencia, la significancia de la individualidad, la autonomía y la construcción de propios “estilos de vida”, la “libre disposición de uno mismo”, las elecciones libres de cada individuo, la “autoconstrucción del yo”, etc., ayudando con ello a reportar pingües beneficios al capital comercial. Mientras que, como digo, las condiciones de precarización social y laboral nos van segando la hierba de la verdadera posibilidad de realización bajo nuestros pies.
Es por eso que la incesante pulsión por ser alguien dentro de sociedades sin valor, deja asimismo, necesariamente, sus secuelas en forma de ansiedad, neurosis, depresión…, así como trastornos en la interacción social, pues éstas obstaculizan la participación vecinal, comunitaria, social y política de los individuos, y muy a menudo también distorsionan o entorpecen sus relaciones íntimas, de pareja, familiares y amicales.
Aislada o volcada a la supervivencia diaria en el mundo laboral, trabajando a veces sin empleo e incluso sin salario, desconectada de la comunidad, la fuerza de trabajo hoy se ve fácilmente abocada a la individuación de su vida y de su poder de negociación, así como a la desconexión política. Individuos, como se dijo, insubstanciales en el mercado tienden a hacerse quebradizos en lo individual, con mayores posibilidades de dar lugar a expresiones míseras de socialidad y altas dosis de corrosión y toxicidad en sus relaciones entre sí.
Las actuales dinámicas de extracción del valor y de “cosecha del valor” (generalizada pugna capitalista por apropiarse del cada vez más escaso valor generado por otros), suponen la extensión de dinámicas tendentes a poner a rentabilizar cualquier actividad humana destinada a preservar la vida, haciendo también de la supuesta “colaboración cognitiva” una fuente de ganancia y subordinación. Así que, como dije, no es sólo la fuerza de trabajo, sino también la fuerza sustentadora del trabajo, sobre todo mujeres, la que queda en condición de explotación intensiva y amplia, especialmente ante la rápida retirada del Estado en al ámbito de la reproducción social de la población activa.
Nosotros como ciudadanas y ciudadanos, ¿tenemos estrategias para salir del bucle?. Lo primero es darse cuenta, pero aun siendo conscientes es difícil…¿qué otros pasos hay que ir dando?
Parte de las luchas sociales y políticas, así como de las rupturas que se dieron en el capitalismo histórico, tuvieron por objetivo la auto-valorización a partir del hecho de dejar de ser mercancía fuerza de trabajo, de dejar de formar parte del capital como “capital variable”. La autovalorización ha estado buscada en una existencia fuera del trabajo abstracto, fuera de la ley del valor del capital.
Precisamente por eso, tales luchas no pueden darse hoy con perspectiva keynesiana o bajo la orientación de las ideologías y filosofías normativas que propugnan la amalgama y colaboración de clases. No se cambia un orden existente si no se elabora un metabolismo diferente al existente, si no se construyen nuevas formas de ser y necesidades de otra índole a las que éste ‘produce’. En nuestro caso, eso pasa por rechazar la ilusión en que el trabajo como valor de cambio y la explotación puedan ser compatibles con la emancipación humana. Conlleva poner las miras en asociarse como productores y productoras libres, cooperando entre sí con medios de producción sociales o comunes, que no estén en manos de unos muy pocos.
Ese es el impulso que abrió el camino de la humanidad hacia el socialismo, por más que se viera truncado una y otra vez hasta ahora. Pero se truncó ante todo porque ningún orden social perece antes de haber desarrollado todas las fuerzas productivas que caben dentro de él, como nos dijera Marx.
Hoy, sin embargo, hemos llegado a ese punto de extenuación capitalista. En vez de desarrollar más fuerzas productivas, lo que está haciendo ya este sistema y lo que hará crecientemente mientras dure será esparramar más y más las fuerzas destructivas. Ya lo estamos viendo. Armas y militarización mundial, guerras, obsolescencia programada de las mercancías, aceleración de la sustitución tecnológica (sin poder utilizar toda la vida útil de las máquinas), multiplicación de la velocidad de rotación del capital (mercancías puestas a la mano y listas para tirar enseguida)…
Me da que el capitalismo es como un fantasma que te puede salir desde cualquier rincón y siempre aprisionarte o vencerte…se reinventa constantemente y cada vez nos coge como más débiles, quizás nació para, entre otras cosas, tener como esclavizada a la sociedad…y es ahí donde empieza la aniquilación de la clase media…bueno, casi no queda porque si la que está como adiestrada…
La clase media fue el mejor invento social del capitalismo. El que todo el mundo, hasta quien friega escaleras o clava tornillos en una cadena de montaje, se creyese clase media. Pero las clases medias reales son muy poca parte de la población, incluso en las sociedades de capitalismo avanzado.
Si consideramos que el empleo-salario es en nuestras sociedades la principal fuente de distribución de la riqueza, podemos imaginarnos las repercusiones que su carencia o la creciente reducción del salario conllevan para la desigualdad social, traducida por una apabullante concentración de la riqueza en una exigua élite social.
Oxfam publicaba el 20 de enero de 2014 un informe que desglosaba cómo había crecido el porcentaje de participación en la renta del 1% más rico de la población en 24 de los 26 países que tienen registrados estos datos (The World Top Incomes Database). A escala global señalaba que el 10% más rico del planeta poseía el 86% de los recursos, mientras que el 1% acaparaba cada vez más cerca de la mitad de la riqueza mundial. Apenas un año después por primera vez en la historia de la humanidad, el 1% de la población acaparaba más del 50% de los activos mundiales, según el Credit Suisse. Y quieren hacernos creer que esto es compatible con la democracia. Es decir, que un sistema así es “democrático”.
Uno de los investigadores que más ha incidido sobre este asunto, Branco Milanovic, además de recalcar esa monstruosa progresión desigualitaria, tras seguir un minucioso método de ponderación concluye indicando la extendida y a todas luces peligrosa pérdida de importancia de las clases medias a escala mundial: en el año 1998, bastante antes de la aparición del actual estallido de la Larga Crisis (que no era a la sazón ni concebida por la economía ortodoxa), sólo el 6,7% de las personas del mundo percibían ingresos que las situaban entre la clase media mundial.
Con la aniquilación de la relación salarial, que fue la que permitió a una buena parte de la clase trabajadora sentirse “clase media”, lo que nos muestran sin lugar a dudas estos datos es que todas las clases sociales que dependen del empleo, del salario o de remuneraciones provenientes de la masa global de ingresos por el trabajo, están siendo afectadas, y pauperizadas. Hecho que, a su vez, tiene profundas consecuencias sobre el consumo y por tanto sobre las propias posibilidades del beneficio capitalista.
¿ Hasta qué grado, entonces, y hasta cuándo tamaña desigualdad se puede compatibilizar con las instituciones del capitalismo industrial regulado? ¿Es viable una mínima cohesión social y regulación democrática con esa desigualdad? ¿Vale la pena vivir “como corderos” cambiándose de móvil cada dos por tres, construyendo relaciones sin fondo y trabajando para ser exprimidos u objeto de transición material?. ¿Desde qué “atalayas” o instrumentos se puede y se debe plantar cara… porque esto se está convirtiendo en un tema en el que nos jugamos la dignidad como seres humanos…?
Creo que ya he respondido a eso. Sería vital para los seres humanos convertidos en individuos sin valor, des-individualizarse y empezar a reaprender a compartir, a colaborar, a participar en lo común, a organizarse colectivamente, a plantar cara a los diferentes poderes organizadamente. Buscar estructuras políticas, sindicales, vecinales, movimientistas, que vayan a la raíz de las cosas, que desafíen al capital desde sus propias bases. Y si no se encuentran o no convencen, crearlas. O eso, o esperar a que te aplasten en soledad, sin defensa, apegado/a a los tuyos, que quedan tan indefensos como tú.
Sólo añadir que ya no sólo nos jugamos la dignidad, nos estamos jugando la propia existencia (incluso como especie).