Por Eder Peña, ecólogo e investigador del Instituto de Investigación Científica de Venezuela
¿Ha pasado cerca de un centro comercial y recibe en su Smartphone publicidad de alguna tienda ubicada en ese establecimiento? ¿Ha descargado música de alguna banda y su red social favorita le «sugiere» que la siga?
Uno de los atributos del capitalismo, en esta fase de decadencia, es la capacidad que tiene para hacer sentir libre a la gente más vigilada de la historia.
La inteligencia que apellida a cuanto aparato se inventa hoy trae en letras pequeñas la autorización para observar al usuario. De tal manera que televisores, relojes, monitores para corredores y los teléfonos “inteligentes” vigilan a quien hace uso «personalizado» de estos aparatos.
¿Delirios?
La organización WikiLeaks publicó 2017 nada menos que unos 8 mil 761 documentos procedentes de la unidad de ciberespionaje de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense en la que trabajan más de 5 mil personas.
En esta filtración Wikileaks denunció al programa » El ángel que llora» (Weeping Angel), diseñado para las «televisiones inteligentes» de la empresa surcoreana Samsung: «Después de infectar el aparato, ‘Weeping Angel’ pone a la televisión en un modo ‘off’ falso». Y cuando está en ese modo la televisión parece apagada, pero no lo está. En vez de eso, graba las conversaciones y las envía a través de Internet a un servidor secreto de la CIA».
Cuando en 2015 Samsung lanzó sus «televisores inteligentes», con el eslogan «La tele nunca ha sido tan lista», el gigante coreano ya advertía en el manual de instrucciones que «el dispositivo puede capturar órdenes orales» y que Samsung podía «recolectar y transmitir a terceros estos datos», incluso en el caso de que los datos incluyeran «información personal o sensible».
En la última generación de iPhones, Siri, el famoso asistente de Apple, escucha siempre lo que se dice a su alrededor y lo envía a la sede de la empresa. Lo mismo ocurre con Alexa, el rival de Siri de Amazon.
Más capitalismo, pero ahora «de vigilancia»
Lo que se ha bautizado como «capitalismo de vigilancia» es una fase del capitalismo en la que los medios de producción son la vida de las personas. En esta nueva etapa las grandes empresas reposan sobre una infraestructura digital y la mano de obra es el usuario de las aplicaciones, de tal manera que las vidas humanas son el medio de producción que genera la materia prima para comercializar los datos personales.
Impuesto con un manto de silencio , el capitalismo de vigilancia ya no se basa solamente en la fuerza de trabajo de la clase trabajadora sino también en la información que aporte cada individuo al sistema.
En esta fase del capital no sólo se trata de concentrar capital, tierra y fuerza de trabajo. Ahora, mediante los datos se ha producido una concentración increíble de riqueza que ha quedado en manos de los grandes monopolios del negocio digital: Google, Facebook, Apple y Amazon.
Fórmula google: saber lo que te gusta
El origen es la llamada “fórmula Google” creada por Sheryl Sandberg- encargada de la publicidad online – combina la información derivada de los algoritmos y los datos de los usuarios para predecir que necesita o desea el consumidor. Con este “análisis predictivo” los anunciantes saben a quién dirigirse para vender lo que supuestamente desea el incauto internauta .
La profesora emérita de la Harvard Business School Shoshana Zuboff, acuñó el término «capitalismo de vigilancia» para explicar este modelo mediante el cual los datos se convirtieron en fuente de riqueza debido a que facilitaban las predicciones sobre comportamientos.
Las “predicciones” se traduce en ventas para anunciantes, aseguradoras, almacenes y hasta para los partidos políticos. Fue así como entre 2001 y 2004, los ingresos de Google crecieron casi un 3.600% y a partir de marzo de 2008, cuando Sandberg fue fichada para Facebook, se ha implantado el mismo modus operandi para todas las empresas de Zuckerberg
Google vende todos nuestros datos a compañías de todo tipo
En el negocio de las predicciones, cuya herramienta es el Big Data, la mano de obra es gratis. El mecanismo es la denominada “minería de datos” sistema que extrae comportamientos, hábitos, deseos, miedos, sueños, proyectos, dudas… para ser vendidas a partir de un engaño: el consentimiento del público.
Quien desea descargar algún contenido o programa gratuito acepta unos términos sin haberlos leídos o en su defecto puede extraviarse en una inaccesible jerga legislativa, técnica y conceptual. A partir de ahí sus datos personales son cedidos a terceras empresas que buscan conocerle mejor para crear un perfil de consumidor.
«Sin saberlo, el usuario está dando consentimiento para ser escaneado en redes sociales y otros servicios de internet . Solo utilizando las fotos de Instagram se pueden deducir parte de sus deseos y comportamientos», explica Paloma Llaneza, abogada, experta en ciberseguridad y autora de Datanomics.
Entre la adicción y el juego: la eterna adolescencia
Hay más. Llaneza agrega que «las aplicaciones están basadas en un inteligentísimo sistema de adicción y gamificación. Estas aplicaciones han sido diseñadas como un juego en el que hay que participar para formar parte de la sociedad de tu entorno”.
Lograda la adicción, parece prácticamente imposible negarse a ceder la privacidad personal a cambio de la app del momento. Según la experta “las personas son manipuladas por las novedades tecnológicas”.
Es un modelo de una adolescencia permanente, en la que se asocia juventud y consumo con querer formar parte de lo último y no perderse de nada que aparezca como nuevo.
Un ejemplo de este forma de intrusión es la aplicación que convierte los rostros en obras de arte; está app ha terminado creando modelos para el reconocimiento facial y sirviendo a la inteligencia artificial y por tanto violando la privacidad del usuario.
El engaño es doble: cuando el usuario entrega sus datos a cambio de servicios aparentemente inocentes, y cuando esos datos son utilizados para elaborar un perfil cuya utilidad es comercial.
El ciclo de la adicción se intensifica mediante otra clave: la gratuidad de los servicios. Las apps gratuitas logran captar usuarios cual anzuelo a los peces y, a través de ellas, comienza la extracción de datos. Y con la acumulación de comportamientos se implementarán las “predicciones” para ser transformadas en dinero.
¿Más libres o más vigilados?
Los sistemas combinados entre gadgets que recopilan datos se mezclan con los datos extraídos del smartphone para reportar un conocimiento de cada usuario desde diversos ángulos, incluyendo el entorno familiar y laboral.
En otras palabras la conexión total se ha convertido en vigilancia total que se vende pero se experimenta como libertad.
En su libro “La expulsión de lo distinto” el profesor de la Universidad de Berlín y filósofo surcoreano Byung-Chul Han, ha escrito : «En la cárcel, hay una torre de vigilancia. Los presos no pueden ver nada pero todos ellos son vistos. En nuestra sociedad se ha instalado una vigilancia permanente pero las personas vigiladas no tienen la sensación de vigilancia, sino de libertad».
Para Byung-Chul la sensación de libertad que siente la sociedad es engañosa: «Las personas se sienten libres y desnudan fácilmente sus apetencias, pero esa aparente libertad es explotada comercialmente”.
Por lo tanto en actual sociedad disciplinaria somos teledirigidos en función de nuestra aspiraciones expresadas en posts, tweets, redes, etc. Sin querer estamos alimentando un modo de producción – no tan nuevo – que ofrece muy poco para la gran mayoría y muchos beneficios para unos pocos megamillonarios.