NUESTRA REVISTA PUBLICARÁ EN TRES PARTES (JUEVES 18, DOMINGO 21 Y DOMINGO 28) ESTE RECIENTE TRABAJO DEL SOCIÓLOGO, ANDRÉS PIQUERAS
Andrés Piqueras. Observatorio Internacional de la Crisis (OIC).*
PARTE I
1.La globalización estadounidense
Tras la Segunda Gran Guerra, EE.UU. pergeña un orden mundial con unas instituciones globales encargadas de gestionarlo bajo su control (ONU, FMI, Banco Mundial y el embrión de lo que sería una organización mundial del comercio, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio o GATT, por sus siglas en inglés). Su ambicioso proyecto de construcción del capitalismo global a imagen del propio estaría imbricado en esa suerte de “imperialismo por derrame” o anegación que trataba de trasladar la jurisprudencia USA al resto del planeta, y con ella después su conjunto de dispositivos y medidas tanto tendentes a procurar la acumulación global de capital como también, ante la creciente obstrucción de ésta, el crecimiento por desposesión o apropiación de la riqueza colectiva que las sociedades se habían dado a sí mismas hasta ese momento. Este último factor, especialmente, pasaría a blindarse a través de toda clase de Acuerdos y Tratados de comercio e inversiones.
Una vez eliminado el enemigo sistémico soviético, en los años 90 se terminaría de crear un sistema legal supranacional que consagraba un creciente peso o dominio del capital globalizado sobre las dinámicas de territorialidad política de la mayor parte de los Estados. De hecho, quedaría abolido de facto el sistema internacional basado en el principio de soberanía de los Estados nacionales heredado de Westfalia (mientras que la “soberanía popular” era en la práctica imposibilitada en casi cualquier lugar del mapa), que se sacrificaba al objetivo de proteger todas las formas de acaparamiento y propiedad privada del gran capital, especialmente las rentistas. Es así que un aspecto importante de los “Tratados de Libre Comercio e Inversiones” es que han venido creando un “derecho internacional” informal que en realidad está basado en las leyes y la jurisprudencia de EEUU (porque ningún Tratado o Acuerdo con este país puede contradecir las leyes o el Congreso de EEUU, ni EE.UU. acepta ninguna decisión de organismo multinacional que le contravenga).
Es decir, que todos los Tratados firmados por este país institucionalizan de jure la aplicación extraterritorial de las leyes de EEUU. La “liberalización comercial” potencia esa operación a escala mundial que, como no podía ser de otra forma, resultaba altamente simbiótica con la militarización de las relaciones internacionales, de cara a acelerar la apropiación de recursos mundiales y el control agresivo de mercados[1].
Se trataba de una globalización unilateral que ungía la extraterritorialidad global de las leyes estadounidenses, mientras que EE.UU. se eximía a sí mismo de cumplir convenios internacionales (Ver Cuadros 1 y 2). Es decir, se trataba de un orden cuyo cumplimiento desde entonces exige EE.UU. a todos los demás, pero sin carácter recíproco.
Convenciones, Protocolos y Acuerdos no firmados por EE.UU. (lista no exhaustiva)
Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) (sólo Santo Tomé y Príncipe y Afganistán tampoco lo firman);
Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena;
Protocolo de Kyoto;
Convenio sobre la Protección y Utilización de Cursos de Agua Transfronterizos y Lagos Internacionales;
Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar;
Estatutos del Centro Internacional de Ingeniería Genética y Biotecnología;
Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal y sobre su Destrucción (Tratado de Ottawa);
Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la Pena de Muerte;
Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid;
Pacto Mundial para la Migración, de Marrakech;
Resoluciones condenatorias de la violencia neofascista en Europa (sólo EE.UU. e Israel se niegan sistemáticamente a suscribir esas condenas);
Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad;
Convención Internacional contra el reclutamiento militar, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios …
Cuadro 2
Pactos firmados por EE.UU. pero no ratificados, por lo que se exime a sí mismo de su cumplimiento (lista no exhaustiva)
Convención sobre los Derechos del Niño (sólo EE.UU. y Somalia no lo han ratificado);
Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados;
Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía;
Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes;
Convenio de Basilea sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación;
Convenio sobre la diversidad biológica;
Tratado de prohibición completa de todos los ensayos nucleares;
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales;
Convenio relativo a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación;
Convenio sobre el derecho de sindicación y de negociación colectiva;
Convenio sobre la edad mínima de admisión al empleo;
Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados;
Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional… Table Of Contents
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Tuvieron que pasar 4 y 2 años respectivamente, para que EE.UU. ratificara el Convenio Internacional para la Represión de los Atentados Terroristas y el Convenio Internacional para la Represión de la Financiación del Terrorismo, en junio de 2002, a pesar de que lo acaecido desde entonces muestra que nunca ha tenido intención de cumplirlos.
Además, el 7 de octubre de 1985, los Estados Unidos declararon que en lo sucesivo no acatarían las decisiones de la Corte Internacional de Justicia de la ONU y suspendieron su adhesión a la Declaración por la que se reconoce como obligatoria su jurisdicción. También el 6 de mayo de 2002 declararon que dejaban de considerarse obligados por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (llegando incluso recientemente a retirar la visa de entrada a su fiscal general por intentar juzgar los posibles crímenes de guerra cometidos por ellos en Afganistán).
2. El resurgimiento de Asia[-la irrupción de China] desestabiliza el capitalismo global
Sin embargo, todo ese entramado mundial unilateral de (menguante) Acumulación y (mayor) Crecimiento por Desposesión, comenzaría a debilitarse con la confluencia de dos procesos decisivos:
1) la crisis mundial del capitalismo y del Sistema Mundial generado por él, así como la decadencia económico-política de su potencia hegemónica;
2) la emergencia de China como potencia mundial y la recuperación de soberanía nacional con cada vez más presencia internacional por parte de Rusia; formaciones sociales que poco a poco se han ido aproximando entre sí para generar un tándem muy difícil de enfrentar, abriendo las posibilidades de un nuevo orden mundial (ya veremos si de un nuevo modo de producción de parecidas dimensiones).
Sigamos brevemente en qué consiste el desafío.
- Los últimos anclajes de EE.UU. como hegemón son el dólar como moneda de cambio y de reserva del valor a escala internacional, y el Ejército, que a su vez está vinculado al avance tecnológico estadounidense. Uno y otro de esos dos pilares se sustentan mutuamente: el dólar puede cumplir tales papeles globales porque su confianza es sustentada en la fuerza de las armas del hasta ahora ejército más poderoso del planeta; mientras que éste ha podido seguir siéndolo hasta el momento gracias al papel global del dólar y a la consiguiente posibilidad de emitir dinero de la nada y de contraer deuda incobrable (lo mismo se aplica a su complejo tecnológico que, por otra parte, está en gran medida militarizado).
Pero la previsible decadencia de un dólar sobrevaluado y sin respaldo en el valor (que para el caso podríamos traducir como sin sustentación en ganancias productivas), no dejará pronto mucho margen para seguir manteniendo el monstruoso complejo militar estadounidense. Con ello, la primacía político-territorial del Estado norteamericano irá perdiendo fuerza.
- La eclosión de China[2] ha trastocado todas las dinámicas de la globalización unilateral estadounidense. Por ahora, el sistema financiero ha empezado a compartir la importancia del yuan (en realidad del petro-oro-yuan, dado que China es el principal importador de petróleo y el que más reservas de oro tiene del mundo), que se aprecia en la misma proporción en que el país ha comenzado a deshacerse de las reservas de moneda extranjera y de bonos estadounidenses. Dado el actual estado de cosas, la lógica sistémica llevaría a levantar un nuevo entramado financiero internacional apoyado en una bolsa de monedas en la que el dólar perdiera parte de su peso. A esto puede la superpotencia resistirse más o menos tiempo, pero tarde o temprano la tendencia “lógica”, para no terminar de desquiciar la economía capitalista, es a que primen las monedas ancladas a la energía y a la economía productiva (si es que las disparatadas sumas de capital ficticio y “dinero mágico” hoy existentes pudieran ser compatibles en algún momento con ello).
Tanto la energía como la economía productiva ya no están en el Eje Anglosajón que ha dominado el mundo desde 1700, sino en Asia, y sobre todo en el Eje chino-ruso, a partir del momento en que Rusia recobra también su papel internacional como potencia soberana. China sobre todo, pero poco a poco aunque más parcialmente también Rusia, trazan las dos únicas contra-dinámicas de recuperación de la territorialidad político-estatal frente al desenvolvimiento mundial del capital degenerativo, una territorialidad proclive por propia necesidad a sedimentar (o en el caso ruso a restablecer) pactos redistributivos y de promoción social con sus propias poblaciones.
China, como potencia emergente, está intentando construir una forma de internacionalización que comienza a despegarse de la actual globalización del capital, por lo que en vez de estar basada en el desenfreno financiero, la especulación, la apropiación por la fuerza de recursos mundiales, la multiplicación de recortes sociales y planes de ajuste, la corrupción como vía privilegiada de beneficios, “paraísos fiscales” y capital ficticio, busca proporcionar un entramado energético-productivo y comercial multipolar. Toda un área transcontinental integrada económicamente mediante una nueva “Ruta de la Seda”. En ella se intenta incluir a la Unión Económica Euroasiática, con India y su zona de influencia[3], pero también América del Sur, Sudáfrica y la Unión Africana[4]. Una red con moneda internacional centrada en el yuan que pretende complementarse con una canasta de monedas BRICS, y que cuenta con un Banco de Infraestructura y Desarrollo, un Fondo de Fomento, un sistema propio de compensación de intercambio, un plan de infraestructura y desarrollo que muy pronto llegará a Inglaterra con un tren de mercancías de alta velocidad. Todo un entramado de cooperación entre países y presumiblemente también entre sociedades[5], que necesita de la paz y del entendimiento mutuo para llevarse a cabo. Rusia está poniendo su poderío diplomático-militar al servicio de ese proyecto en el que ve la única vía de futuro, para protegerle del caos del capital degenerativo y de los coletazos destructivos de la territorialidad política imperial estadounidense.
No solamente esto debilita aún más la globalización neoliberal sino que fortalece las economías estatales implicadas, así como el proceso multilateral y regional, lo que explica que ambas formaciones sociales hayan creado a través de esta cooperación una “zona de estabilidad”[6] y de previsibilidad en materia de relaciones internacionales, de relaciones comerciales, económicas y monetarias, que fortalece la lucha por un sistema multipolar basado, hoy por hoy, en el beneficio mutuo entre Estados. Ese proyecto en curso contrasta vivamente con la imprevisibilidad y arbitrariedad de las decisiones político-estratégicas estadounidenses y contribuye en la práctica a impedir que esa formación social logre revivir el mundo unipolar.
La “planificación regional” de la “zona de estabilidad” contempla al corazón de Asia como primer objetivo de desarrollo[7]. Se trata probablemente de la última posibilidad para poder hacer una transición más o menos “suave” al post-capitalismo. No sabemos si China será capaz de lidiar con los enormes problemas que enfrenta y si podrá conseguirlo, en cualquier caso, antes de que le estalle irreversiblemente la sobreacumulación y el fin de los recursos planetarios.
Hoy por hoy es la formación social con mayores condiciones (quizás la única) de emprender una vía real de salida de la periferización y de proporcionar la apertura a un orden internacional de otro tipo. De hecho, la “emergencia” de los restantes países se debe en gran medida a que son proveedores de la enorme demanda china de recursos. Además de su planeación estratégica a largo plazo, China ha mostrado a través de su especial combinación de regulación estatal y mercado, ser bastante menos vulnerable a las crisis cíclicas. La única que ha realizado una ingente acumulación exclusivamente a escala interna, esto es, sin recurrir históricamente ni al colonialismo ni al imperialismo, basada fundamentalmente en sus recursos naturales, sociales y humanos, promovidos de manera eficaz a través de un proyecto socialista que aglutinó las energías populares tras él. Sólo ahora comienza este país a expandirse económicamente por el mundo, pero lo hace en claves muy distintas a como lo hicieron las potencias centrales capitalistas a través de la conquista, la colonización, el imperialismo y la neo-colonización. China, por el contrario, está tejiendo toda una maraña de intereses comunes y mutuo beneficio.
En el cómputo global, aunque las formaciones centrales han aceptado el determinante papel de China en la contrarresta del actual régimen de inestabilidad mundial, eso no quiere decir necesariamente que entremos en una nueva fase de acumulación centrada en China. Para empezar porque este país depende todavía del crecimiento (y del propio avance tecnológico) de los centros del Sistema Mundial (las corporaciones transnacionales daban cuenta de alrededor del 87% de las exportaciones chinas de alta tecnología a comienzos de 2006), sobre los que continúa bastante rezagada, y no olvidemos que nunca una economía tecnológicamente menos desarrollada ha sustituido como hegemón a otra más desarrollada en ese sentido.
Además, una acumulación china basada en su propio mercado doméstico requeriría de drásticos cambios en su estructura productiva, lo que entraría en contradicción no sólo con sus actuales tasas de crecimiento sino probablemente con el propio crecimiento mundial, pues una profunda transformación sociopolítica para construir una demanda doméstica compensatoria del decline de las economías centrales, arrojaría serias dudas sobre si permitiría crecer al país lo suficiente para estimular una recuperación mundial dentro de los parámetros del capitalismo, es decir, sustituyendo a EE.UU. como el gran comprador del mundo e invirtiendo el actual partenariado chino-norteamericano (lo que quiere decir que China se tendría que hacer, entonces, necesariamente, el principal deudor del mundo, con el lastre que ello le acarrearía).
Pronto alimentaría, además, la tendencia a reproducir aceleradamente el proceso de sobreacumulación. De hecho, quizás el problema económico más grave que enfrenta este gigante hoy mismo sea su altísima tasa de inversión (que pasó del 43,8% del PIB en 2007 al 48,3% en 2011), en un contexto de desaceleración económica mundial (el ‘stock’ de capital fijo en este país se incrementó al vertiginoso ritmo del 11,8% por año entre 1995 y 2001, mientras que la tasa de crecimiento de empleo bajó de 2,4 a 1,2% en el mismo periodo). Lo que conlleva un enorme peligro de sobreacumulación de capitales y sobreproducción de mercancías.
Está por ver, además, si con el megaproyecto de la Ruta de Seda, impulsado a fuerza de deuda, se logre una reactivación de la acumulación de capital en la economía real.
En resumidas cuentas, lo más probable es que China sólo pueda tener futuro como “potencia” (que es tanto como decir como sociedad, porque si no logra fortalecerse será muy probablemente despedazada) fuera del capitalismo, lo que implica comenzar a construir relaciones sociales de producción socialistas a escala internacional. Las luchas de clase internas en esta formación social tienen que ver precisamente con eso, y con los diferentes intereses de sus élites al respecto. El resultado de las mismas será decisivo no sólo para la propia China, sino para el decurso de la humanidad.
Pero si China es también el único Estado emergente con proyecto geoestratégico propio, hay una reciente y cada vez más posible excepción: la de Rusia, que conserva amplificado el poder militar de la URSS y cuenta con la vastedad de su territorio y fuentes energéticas, y que tras el fallido intento de aproximación a Europa, está buscando un nuevo rumbo como potencia (a pesar del permanente acoso político-militar a que es sometida en sus diversas zonas de influencia directa por EE.UU.).
La derrota en la Guerra Fría dejó desvalidas a las poblaciones del conjunto de territorios que componían la URSS, incluida Rusia. La ONU calcula en más de 10 millones las muertes prematuras y los niños muertos en el pre-parto debido al deterioro de la sanidad pública, la malnutrición, el alcoholismo y la tensión asociada a la falta de recursos. Un rápido deterioro se experimentó en diferentes indicadores de desarrollo humano: educación, salud, esperanza de vida, investigación y cultura, áreas en las que la URSS había alcanzado cotas muy altas. La riqueza que había sido creada casi de la nada por el esfuerzo conjunto de toda la población soviética[8], fue parcelada en unos pocos años y acaparada por individuos que se convirtieron en oligarcas enormemente ricos de la noche a la mañana, y de la que también de una u otra forma se beneficiaron las transnacionales extranjeras y el propio FMI. Entre 1992 y 1998 el PIB ruso cayó a la mitad, lo que no había ocurrido ni durante la invasión nazi[9].
Fruto de esas circunstancias, Rusia arrastra en su interior formas de capitalismo salvaje y de desprotección de la fuerza de trabajo que el capital global reserva para sus zonas periféricas; pero gracias a sus enormes recursos energéticos y a haber conservado los avances técnicos de la URSS en campos clave, como el militar y hasta cierto punto la investigación científica, ha podido recuperarse como formación social emergente e incluso convertirse en un referente mundial de la re-soberanización, la desglobalización y el multilateralismo. Estas condiciones le han permitido comenzar a intervenir con éxito en algunos lugares donde EE.UU. y su brazo armado global, la OTAN, había irrumpido para destruir, y muy especialmente en Siria.
Al igual que China, Rusia enfrenta fuertes luchas internas de sus élites, pero aquí sin la garantía y consistencia de un partido comunista hegemónico detrás. En esa pugna será decisivo conseguir en lo inmediato algún tipo de “capitalismo de Estado” para que pueda Rusia tener posibilidades de futuro ya no sólo como “potencia”, sino como sociedad[10]. A medio plazo, muy probablemente sólo le vaya quedando también emprender una vía postcapitalista. ¿Uniéndose a China en ese proceso?: aquí radica una de las claves más decisivas del enorme desafío que está en juego para la humanidad.
Parte II
- EE.UU.: la guerra como política y como mecanismo privilegiado de crecimiento agónico.
- La descomposición del mundo que salió de la postguerra mundial. El fin del largo siglo XX.
* Pasajes de este texto ha sido previamente publicados por el autor en otros lugares, individualmente o en colaboración con Alberto Rabilotta.
NOTAS
[1] Tal infraestructura de Acumulación-Desposesión precisaba también de la erección de una nueva política monetaria internacional, anti-inflacionista y anti-deficitaria, para salvaguardar las acreencias de un capitalismo que se hacía crecientemente dependiente de Deudas (complementadas algo más tarde con el “dinero de magia” o inventado).
[2] “China, que había ocupado durante siglos o milenios una posición destacada en el desarrollo de la civilización humana, todavía en 1820 tenía un PIB que constituía el 32,4% del producto interior bruto mundial; en 1949, en el momento de su fundación, la República popular china es el país más pobre, o uno de los más pobres del mundo” (Domenico Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. El Viejo Topo, Barcelona, 2008; pg. 328). Entre esos dos momentos históricos tenemos las guerras imperialistas contra China, conocidas como “guerras del opio” (1839-1842 y 1856-1860, como consecuencia de que China se negara a dejar circular “libremente” el opio por su país, siendo esta una de las principales mercancías del primer narco-imperio mundial: Inglaterra). En ellas todas las potencias militares del momento sumaron parcialmente sus fuerzas para reducir al milenario gigante asiático. Después, la revuelta de los Taiping (1851-1864) contra el comercio del opio, se convierte en “la guerra civil más sangrienta de la historia mundial”, estimada en alrededor de veinte y treinta millones de muertos (Domenico Losurdo, Contrahistoria del liberalismo. El Viejo Topo. Barcelona, 2005).
Las potencias “occidentales”, más la Rusia zarista y Japón, se repartirían el control de un territorio indefenso y maniatado. La gran hambruna de China del norte (1877-1878) mata a más de 9 millones de personas. Esas hambrunas, como las de India y tantos otros países, fueron la consecuencia directa de la colonización europea (véase Mike Davis, Los holocaustos de la era victoriana tardía. Universitat de València. València, 2006). El siglo XX despierta con el “levantamiento de los bóxer” (1899-1901) contra el control extranjero de la economía china. Su represión deja al país sumido en la impotencia. A principios del siglo XX el Estado está prácticamente destruido. Entre 1911 y 1928 se desarrollan 130 conflictos entre unos 1.300 señores de la guerra; el bandidaje se extiende por todo el país y la disolución de los vínculos sociales se hace galopante. Las potencias tenían planeado repartirse el control del territorio en pequeños y manejables pedazos. Al llegar el año 1949 probablemente sólo Bangladesh era más pobre que China.
Tras la revolución socialista, el país es asediado y bloqueado: alimentos, medicamentos, recambios de la maquinaria agrícola, etc., son impedidos. “El Gran Salto adelante es un intento desesperado y catastrófico de afrontar el embargo” (D. Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, pg. 333; embargo del que se jactarían miembros de la administración Kennedy, como Walt Rostow, diciendo que había retrasado el desarrollo de China en decenas de años), lo que en parte vale también para la “revolución cultural” al intentar quemar etapas de desarrollo a través de puro voluntarismo. Sin embargo, la singularidad de tener un Estado volcado en la soberanía nacional y cuyo principal interés no es apoyar la ganancia privada sino la calidad de vida de su propia población, lograría finalmente hacer remontar todos los indicadores económicos y sociales de China, cuyo único parangón se encuentra en las proezas realizadas por la Unión Soviética (ver más abajo, nota 8). Hoy, de la mano de una economía planificada, y a pesar de haberse visto forzado a la apertura económica para dar participación al capital extranjero, el Partido Comunista ha logrado conservar el poder de decisión final en cada renglón de la economía, con el objetivo de asegurar un mínimo de equilibrio social, pilar fundamental desde la revolución, para enfrentar el enorme desafío de elevar los niveles de vida, de garantizar un mínimo de calidad de la misma, a más de 1.300 millones de personas.
Demás está decir que estas políticas reflejan culturas, experiencias políticas y maneras de ser y de organizarse muy antiguas. Así lo refleja el académico británico Peter Nolan, en un artículo sobre China en donde comienza diciendo que “las desastrosas consecuencias que vivió Rusia con la desaparición del PCUS y del bienestar social fue un factor que fortaleció la determinación de Pekín de resistir la presión externa e interna que le exigían cambiar hacia una democracia liberal de origen occidental” (“El PCCH y el ‘ancien régime’”, en https://lahistoriadeldiablog.wordpress.com/2019/06/02/peter-nolan-el-pcch-y-el-ancien-regime-descargar/ pg.1).
[3] Las decisiones que tome India sobre ese proyecto pueden frenarle o bien darle un impulso importante. De momento ese país está siendo utilizado por EE.UU. para buscar roces con China y entorpecer su zona de estabilidad. Sin embargo, el parcial fracaso del sector financiero indio y de su “desmonetarización”, las repetidas quiebras en cadena de negocios, la crisis del sector de la construcción, el enorme peso del cambio climático sobre su agricultura, la perspectiva de un éxodo rural de unos 600 millones de personas (GEAB, GlobalEuropeAnticipationBulletin, nº124), las crecientes e insoportables desigualdades y un sistema de castas todavía vigente, el domino de unas reducidas oligarquías sobre la economía de ese país que nuestros media se empeñan en llamar “la democracia más grande del mundo” (donde muere un niño cada 30 segundos por desnutrición, 200 millones de personas pasan hambre y se dan las mayores tasas de suicidio por deudas e inseguridad económica vital), no auguran un buen futuro a la India (que pronto superará a China en población) fuera de la zona de estabilidad, ni le permiten, en ningún caso, convertirse en una nueva economía “emergente”.
[4] África, junto con Asia, puede empezar a romper los lazos con el necolonialismo norteamericano-europeo gracias a este macro-proyecto. La Unión Africana está dando sus primeros pasos orientados a este fin. La desvinculación del franco de algunos de sus países centrales, y el comienzo del establecimiento de su propia moneda común, marcan un principio necesario en ese camino ya iniciado.
[5] Así, la Organización para la Cooperación de Shanghái, en la que participan ya China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, India y Pakistán (y cuya presidencia le toca por turno ahora a Rusia).
[6] Así lo indica el Global Times: “The trade volume between China and Russia in 2018 reached $100 billion, the highest in history. The political, diplomatic, economic and military cooperation between China and Russia are consistent with the long-term interests of their people and the world. Additionally, the two countries are stepping up people-to-people exchanges, thus further narrowing the cultural gap. China-Russia relations and their cooperation mechanism are significant to both countries and regional stability and development. This new type of major country relations has been demonstrated under the framework of the BRI”, en http://www.globaltimes.cn/content/1153153.shtml. Xi y Putin han descrito su política común como de asociación y cooperación entre iguales, basada en el respeto mutuo y la prosperidad pacífica.
[7] A finales de diciembre de 2017 y al nivel de ministros de Relaciones Exteriores, se llevó a cabo el “diálogo Pakistán, Afganistán y China”, que además de buscar la paz para Afganistán bajo el lema “proceso de paz dirigido por Afganistán y propiedad de Afganistán”, abre vías para la incorporación de Afganistán y Pakistán en el proyecto de la “Ruta de la Seda”. Si esta iniciativa ruso-china se desarrolla según lo previsto, incorporando a Irán, Siria y otras formaciones sociales de Asia Central y Occidental, esta será, como hubiese dicho Brzeziński, la derrota final para la ambición de supremacía global de Washington, al quedar muy reducida su influencia en Asia.
[8] “La noción de una economía sin mercado – basada en la propiedad común de los medios de producción- era un aspecto central de la ideología del Partido Comunista en la Unión Soviética. Se puso en práctica durante el periodo del comunismo de guerra, entre 1918 y 1921, y gracias a ello se logró levantar un formidable baluarte industrial que veinte años más tarde detendría el avance nazi en Eurasia” (Peter Nolan, op.cit., pg.3). La guerra de exterminio que emprendió la Alemania nazi con el apoyo más o menos velado del conjunto de potencias “occidentales” contra la URSS, dejó más del 80% de sus infraestructuras arrasadas, la mitad de su industria aniquilada y alrededor de 28 millones de personas muertas (de las cuales sólo unas 8 o 9 millones eran militares).
A pesar de ello y del permanente asedio económico-político-militar y del aislamiento tecnológico por parte del mundo capitalista, la URSS se alzó de las cenizas incrementando rápidamente los niveles de vida de la población, combinándolos con muy altas cuotas de justicia social. La colectivización (que si bien fue emprendida con muchas dificultades, sufrimientos y errores, terminó posibilitando un desarrollo equilibrado de las vastísimas zonas rurales de la URSS, con calidad de vida y alto apoyo de sus poblaciones), la industrialización del país, la construcción de un excelente sistema educativo y de formación, una nueva escuela y universidad populares, un sistema científico de nuevo cuño que nada tenía que ver con el capitalista, enormes logros en investigación cósmica y atómica, el desarrollo de unas fuerzas armadas capaces de defender esas conquistas de los todopoderosos enemigos externos… todo eso fue conseguido prácticamente de la nada y en el contexto de guerra (caliente o fría), acoso y exterminio en el que tuvo siempre que desenvolverse la URSS.
Aun así, todavía hoy una buena parte de las “izquierdas occidentales” prefieren renegar de esa experiencia, de ese monumental esfuerzo de ruptura con el capitalismo, por construir una sociedad y un mundo nuevos, porque no se ajustó a los parámetros “democráticos” asumidos. Los juegos de salón de democracia que practican esas “izquierdas” tienden a contemplar los procesos sociales como dados en un ambiente de laboratorio, en condiciones asépticas. Si los resultados no son los óptimos, esos procesos quedan descartados. Pero ni los procesos sociales ni la democracia son ajenos a las circunstancias históricas de las que parten y en las que se desenvuelven, ni a las correlaciones de fuerza que los posibilitan u obstruyen, y deben considerarse también en función de la satisfacción de necesidades populares, desarrollo social y avances humanos alcanzados dentro de esas circunstancias.
A diferencia de lo que impusieron las formaciones capitalistas centrales tras la Segunda Gran Guerra Interimperialista, no hay un conjunto de recetas invariables sobre democracia para cualquier situación, y cualquier vía democrática comienza por la satisfacción de las necesidades básicas de las poblaciones, en su conjunto, por la elevación de su calidad moral y desarrollo social. Ver sobre todo esto para la realidad de la URSS, Antonio Fernández y Serguei Kará-Murzá, La revolución de los “otros”. El imperialismo, octubre, los bolcheviques y la ética soviética. El Viejo Topo. Barcelona, 2018.También de Antonio Fernández, Octubre contra El Capital. El Viejo Topo, 2016.
[9] Es de gran interés consultar la obra de Batchikov, Glasev y Kará-Murzá, El libro Blanco de Rusia. Las reformas neoliberales (1991-2004). El Viejo Topo, 2007, para calibrar las vertiginosas y catastróficas consecuencias económicas y sociales de esa caída para Rusia, sin precedentes para un país en tiempos de paz. Ese fue el resultado de la derrota y de la consiguiente imposición del capitalismo en ese territorio (ver también al respecto Noemi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Paidós. 2011, Barcelona). Para una visión en cierta forma coincidente, pero desde diferente perspectiva, Alexandr Zinoviev, La caída del imperio del mal. Edicions Bellaterra, 2000, Barcelona. La caída de la URSS significó, de paso, el golpe de gracia al “capitalismo social” en las formaciones centrales, así como el colapso del “capitalismo nacional” de las periféricas (la involución de todo el proceso de Bandung). Hay que recordar, en este último punto, que la URSS llegó en algún momento a gastar la mitad de su presupuesto en apoyo internacionalista, que permitió una relativa fortaleza y principios de soberanía en bastantes formaciones periféricas.
[10] Ver por ejemplo el análisis de Samir Amin al respecto, Rusia en la larga duración. El Viejo Topo, Barcelona, 2016.
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