Crisis ambiental y social: las dos caras de la catástrofe capitalista
por Carlo Lozito, periodista italiano («Sinistra in rete»)
El debate sobre el medio ambiente, producido por los efectos del cambio climático, la desalmada quema de la amazonía y las manifestaciones convocadas por la joven Greta Thunberg, abordan un gran número de aspectos, excepto el fundamental: el desastre ambiental es causado por el modo de producción capitalista.
De esta manera, a la cuestión social, hemos de agregar una auténtica emergencia contemporánea: la ambiental.
El capital contra la tierra
Cada día que pasa para muchos empieza a quedar claro que el funcionamiento del capitalismo hace insostenible la vida tal como la conocemos; que necesitamos con urgencia cuestionarlo para liberar al hombre y la naturaleza de su dominio.
Para tener una idea de la velocidad de los cambios ocurridos en los últimos dos siglos, debemos observar las estadísticas de dos cuestiones centrales: el aumento de la población mundial y el crecimiento de la producción. Ambos factores – prácticamente planos dos siglos atrás – indican que el crecimiento demográfico y de la producción se origina a partir de la revolución industrial y el desarrollo del capitalismo moderno.
Como el crecimiento de la población está vinculado directamente a la producción (y a la disponibilidad de bienes) es en los mecanismos de funcionamiento del capitalismo donde hay que investigar la causa de estos aumentos sin precedentes en la historia.
Marx con la fórmula dmd’ describe la esencia del ciclo de acumulación del capital: dinero invertido por el capitalista (d) se transforma en medios de producción y salarios que sirven para la producción de mercancías (m) que, una vez vendidos en el mercado, se convierten en más dinero (d ‘). Este mayor cantidad de dinero se debe a la plusvalía despojada al trabajador y no pagada por el capitalista.
Este proceso – específico del modo de producción capitalista – teóricamente permite un crecimiento sin límites del capital. Cuanto más invierte el capitalista, más bienes producen los trabajadores, más se amplía el mercado para venderlos y más capital llenan los bolsillos del dueño del medio de producción. En el siguiente ciclo, al repetirse el proceso – y teniendo en cuenta el aumento de las ganancias – el capital inicial tiene una dimensión mayor y, por lo tanto el capitalista aumenta el tamaño de la producción para acrecentar aún más su nivel de beneficios. Y así, sucesivamente para los ciclos posteriores.
Por supuesto, aquí hemos simplificado intencionalmente la descripción del proceso. Lo importante es subrayar que la búsqueda de ganancias induce a aumentar la producción en una escala cada vez más amplia, lo que a su vez genera un aumento del consumo de lo que los bienes que la industria produce.
Da lo mismo si se trata del capitalismo del siglo XIX o de las actuales mega-empresas monopolísticas dirigidas por una junta directiva, en este caso la ley que opera en el capitalismo es esta: “el capital inicial, que por su éxito obtuvo una mayor dimensión, exige aumentar la producción para mantener el crecimiento del capital”.
Obviamente, la descripción proporcionada pasa por alto las contradicciones inherentes al proceso, que es “de todo menos lineal”, pero a pesar de que estamos haciendo una mera aproximación del fenómeno , podemos afirmar sin equivocarnos, que la producción de bienes aumenta sin cesar a medida que el capital aumenta en tamaño.
Anticipando lo que ha sucedido Marx lo explica de esta manera en El manifiesto del Partido Comunista
“La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, es decir el de todo el sistema de producción, y con él todo el régimen social. Al contrario, de las clases sociales que la precedieron, que tenían todas por condición primera de vida la estabilidad del régimen de producción vigente…
La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes…
La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones. La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita…
Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas; las industrias ya no transforman, como antes, las materias primas del propio país, sino utilizan los recursos traídos de los climas lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo…
Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo …ahora, el comercio, unido por vínculos de interdependencia de todas las naciones, es universal…
Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. La producción intelectual de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común. Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal…
La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más atrasadas.
El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las poblaciones más ariscas. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las fuerza a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza…
Un proceso similar está teniendo lugar ante nuestros ojos.
La acumulación de capital, que en sí misma es un factor poderoso para aumentar la producción, se ve estimulada por la competencia entre los diversos capitales presentes en el mercado. Al aumentar la productividad del trabajador se reducen los costos y el capitalista puede poner los bienes en el mercado a precios más bajos que sus competidores y, a la larga, superarlos. Así, el capitalista más competitivo desplaza del mercado al más débil. El resultado es una lucha incesante de capitalistas en competencia.
Debido a la presión ejercida por la competencia se estimula el proceso de acumulación y, en consecuencia crece la producción. De esta manera el capitalista termina encadenado por la ley de acumulación, en otras palabras, para no sucumbir en manos de la competencia debe producir más para vender más. Una espiral infernal.
El mercado no solo es una fuerza coercitiva externa que genera competencia, al mismo tiempo impide ver las consecuencias sociales y ambientales de este mecanismo “ciego”. Para sobrevivir en la jungla de la competencia el capitalista debe maximizar sus ganancias. Este mecanismo desencadena una espiral destructiva de la naturaleza. La ley que domina es disponer de la mayor cantidad de recursos naturales al mejor precio para competir en mejores condiciones.
El capital necesariamente debe crecer y, con él, la producción de bienes. Mediante una incesante conquista de mercados, el capital se concentra y centraliza en detrimento de capitales menos competitivos hasta un punto en que el sistema se extiende a escala global, como lo vemos actualmente. Es la era de la grandes empresas monopólicas globales que con una producción gigantesca demandan cada vez más materias primas y energía para mover un descomunal aparato productivo.
El siglo XX , y en particular los últimos setenta años, es el período en que este proceso se ha desarrollado con mayor intensidad, perturbando y destruyendo el entorno natural a escala planetaria. El enorme desarrollo de la producción ha dado como resultado un consumo igualmente enorme de combustibles fósiles (el recurso más rentable para el capitalismo) y con ello la liberación a la atmósfera de una cantidad cada vez mayor de dióxido de carbono.
De ahí el efecto invernadero, el aumento de la temperatura y el grave deterioro de los equilibrios ambientales planetarios.
Guerra permanente de capital contra el hombre y el medio ambiente.
La violencia del hombre es antigua, pero la intensidad de la violencia capitalista no tiene precedentes. El desarrollo del capitalismo ha generado – a partir del período de posguerra- fuerzas tan destructivas que la sociedad y la naturaleza están gravemente afectadas.
Unos pocos hombres poseen tanto dinero como la mitad de la población mundial, mientras que en Occidente – el área económica más desarrollada – la precariedad se convierte en la condición normal de vida de los asalariados.
La imagen especular de la degradación ambiental se entrelaza con una crisis social y una crisis económica . Esta mezcla explosiva afecta a la humanidad en su conjunto, llevándonos a todos a cuestionar el modo de producción capitalista para liberar al hombre y a la naturaleza del capitalismo. Si no lo hacemos el capitalismo arrastrará con todo y todos en su voraz carrera destructiva.
Para salvar el planeta es necesario una reducción inmediata y drástica de los productos inútiles, superfluos o perjudiciales. Sin embargo, la reducción del aparato productivo es incompatible con la existencia misma del capitalismo; implica la desaparición de sectores económicos enteros y del sistema financiero que vive de ellos
Una dificultad adicional , y muy importante, es que las actuales políticas gubernamentales – sean de “izquierda” o de derecha – son totalmente reacias a reducir el PIB, aunque sólo sea por unas pocas décimas de un punto porcentual.
En la práctica, sí mantenemos el sistema económico no podremos salvar al planeta. Para salvar al planeta necesitamos poner fin al capitalismo.
El fin del capitalismo es el precio a pagar para evitar la catástrofe del planeta, pero ¿quién está dispuesto a aceptarlo?
Este es el quid de la cuestión, este es el nudo que incluso los críticos más agudos del capitalismo no quieren enfrentar: es necesario la refundación radical de la sociedad sobre valores humanos y sin las restricciones del capitalismo y sus leyes. Necesitamos poner las fuerzas productivas al servicio de toda la comunidad, sin la soga del cuello de la ganancia como motor económico.
Se trata, en definitiva, de revolucionar el sociedad mundial para construir una sociedad sin capital, ni propiedad privada de los medios de producción . Una sociedad capaz de reducir la espiral productiva de bienes innecesarios .
Hoy, como nunca antes en la historia, las fuerzas sociales que se están formando a escala planetaria tienen la posibilidad de modificar el curso de los eventos producidos por el capitalismo. Estas fuerzas tienen una fisonomía nueva y antigua al mismo tiempo: están compuestas por un proletariado muy diferente a la clase trabajadora de principios del siglo XX. Hoy es una clase fragmentada y pasiva, pero con un potencial enorme de reagrupación y lucha.
Las crisis del capitalismo contemporáneo que empobrece a una gran diversidad de sectores sociales debería permitir una gran confluencias de las luchas por un cambio de raíz un sistema depredador. Definir un punto de vista anticapitalista para la clase trabajadora es la condición necesaria para no sucumbir.
Pero entender que la causa de los problemas actuales es el modo de producción capitalista no es suficiente. Después de la reflexión se debe construir una organización capaz de actuar con espíritu revolucionario.
Una nueva sociedad
Para poner fin a la ley de la ganancia es necesario construir una sociedad en la que nos hacemos cargo de las fuerzas productivas para ponerlas al servicio de toda la comunidad
Si suprimimos las categorías económicas del capitalismo – como lo pensó Karl Marx en el siglo XIX – los avances de la ciencia y la tecnología se liberaran del usurero control del capital y su inmenso potencial se puede poner al servicio de todos los seres humanos.
Entonces, creo que ha llegado el momento de reabrir la reflexión sobre el comunismo a la luz de las condiciones materiales actuales, mucho más favorables para su establecimiento que hace solo un siglo, y teniendo en cuenta las experiencias pasadas,
Esta es la forma de evitar el colapso de la sociedad y del planeta… de reanudar el viaje para la liberación de la humanidad de la esclavitud del trabajo asalariado. ¿Una utopía? Sí, pero solo mientras hagamos un razonamiento no va más allá del horizonte del imaginario capitalista.
Un proceso como este conlleva formidables problemas políticos, agravados por la confusión y desorientación que enfrenta el proletariado contemporáneo.
Pero no hay alternativa , si no nos proponemos cambiar este mundo, si nos rendimos antes de empezar la lucha, estaremos condenados de antemano a sufrir los dramáticos eventos que el capitalismo está produciendo y seguirá produciendo.