«Al sistema se le acabaron las municiones para enfrentar la próxima recesión «
Entrevista a David McNally, profesor de historia económica de la Universidad de Houston (por Ashley Smith)
La prensa especializada está llena con señales de un crisis en los Estados Unidos y la economía mundial. ¿Qué está pasando?
La economía se está derrumbando. El comercio mundial se ha reducido en más del 3 por ciento desde octubre pasado. Las industrias manufactureras en China, Estados Unidos, Japón, Alemania y Gran Bretaña están en recesión. En los Estados Unidos, las ganancias corporativas, siempre la clave del crecimiento en una economía capitalista, han disminuido de manera importante.
Economías “emergentes» como México, Turquía y Argentina ya están en depresión. Argentina incumplió con el pago de su deuda en una cantidad superior a los 100 mil millones de dólares. Todo esto para los mercados financieros es un muy mal presagio. No es sorprendente que en los círculos más informados de la clase dominante estén aterrados ante un colapso.
En todo el mundo la clase trabajadora que ya están sufriendo los resultados de la más débil expansión económica desde la segunda guerra; las implicaciones son ominosas. Es probable que todos los problemas que nos han acosado durante la «década perdida» desde la Gran Recesión de 2008–9 (pobreza, inseguridad, empleo precario y condiciones de vida deterioradas) se agraven dramáticamente.
Una nueva recesión global y un conflicto social incrementado son un momento de padecimiento para los trabajadores, pero también una oportunidad para una rebelión, para una salida radical.
¿ Una nueva crisis será la consecuencia de los problemas no resueltos o tendrá nuevas características?
Esta crisis es el resultado lógico de la última. Pero, al mismo tiempo, tendrá una serie de características únicas. Como he planteado en más de una oportunidad, el capitalismo sufre crisis regulares debido a su tendencia a la sobreacumulación. En pocas palabras, la competencia por los mercados y por las ganancias induce a las corporaciones a invertir – sin reparos – para obtener ventajas sobre sus rivales.
Cada gran empresa trata expandir sus operaciones adquiriendo nuevas máquinas y nuevas tecnologías, construyendo nuevas estructuras, desde fábricas hasta centros comerciales, y, todo esto con un sólo objetivo: aumentar su cuota de mercado. El resultado final de esta carrera por la inversión es que los capitalistas se exceden, construyen maquinarias e instalaciones muy por encima de su nivel real de ganancias.
Y cuando caen las ganancias por cada dólar invertido, se produce la gran contracción. Las fábricas cierran, los trabajadores son despedidos, los bancos colapsan. Ese fue el escenario en la Gran Depresión de la década de 1930. También lo fue en la Gran Recesión de hace una década, provocada por un colapso en los mercados financieros vinculados a los bienes raíces.
Ahora, el desencadenante parece ser la guerra comercial de Trump con China. Esto le dará a esta nueva crisis dinámicas distintas. Esta vez no será posible que los gobiernos respondan de la misma manera.
Hace una década, en 2009, los principales estados capitalistas hicieron algo sin precedentes: inyectaron decenas de billones de dólares en el sistema bancario mundial para evitar un colapso financiero global que pudiera poner en peligro el sistema capitalista en su conjunto.
Con el argumento que la Banco era «demasiada grande para quebrar», destinaron fondos públicos para rescatar a los bancos privados. Luego, llevaron las tasas de interés a mínimos históricos , especialmente las tasas que pagan los bancos comerciales a los bancos centrales.
La acción de salvataje de la Banca privada – mediante la llamada «flexibilización cuantitativa» – mantuvo el sistema bancario a flote, pero ha tenido otros efectos muy negativos. Uno, es que el dinero barato permitió que muchas empresas relativamente poco rentables se mantuvieran vivas. No fue necesario declararse en bancarrota, esas empresas permanecieron en el negocio pidiendo prestado dinero gratis. Paradójicamente, esta medida bloqueó la reestructuración que el capitalismo necesitaba para superar sus crisis de sobreproducción.
En una recesión clásica, las empresas menos eficientes sucumben, y esto permite a que los más rentables aumenten ventas y ganancias. Por ejemplo, en las recesiones de mediados de los setenta y principios de los ochenta, decenas de fábricas de acero cerraron en todo Estados Unidos, lo que provocó la desaparición de dos tercios de todos los puesto de trabajo en la siderurgia. Entonces, las compañías que sobrevivieron se quedaron con el mercado disponible. Este proceso que destruye a las empresas con tecnologías atrasadas apremia a las empresas a ponerse al día, deben embarcarse rápidamente en nuevas inversiones para sobrevivir. A partir de aquí, se reanuda el ciclo de auge y depresión.
Sin embargo , en la reciente recesión, la política del dinero gratis mantuvo a los bancos a flote y las bancarrotas corporativas no se generalizaron. Grandes empresas “zombis” han sobrevivido pidiendo dinero prestado. El efecto ha sido inesperado para los economistas del sistema : las empresas más eficientes no han vuelto ha invertir para expandirse. Al igual que toda la economía la inversión empresarial ha sido anémica desde 2009. De hecho las tasas de crecimiento han estado muy por debajo de lo normal para los periodos de recuperaciones económicas.
Eso sí , las ganancias se recuperaron a costa de exprimir a los trabajadores con bajos los salarios y horas extras impagas. Además de empobrecer a los trabajadores, los empresarios destinaron el dinero gratis a inversiones financieras (acciones y bonos) que los hicieron más ricos, lo que en definitiva ha acentuado la desigualdad social. No debemos olvidar que las veintiséis personas más ricas del planeta ahora tienen tanta riqueza como la mitad de la humanidad (3.800 millones de personas).
Sin embargo, aunque las ganancias y los ingresos de los millonarios se recuperaron, los niveles de vida de la clase trabajadora no lo hicieron. De hecho, hoy los niveles de empobrecimiento son absolutamente impactantes. Informes recientes indican que cuatro de cada diez familias, en los Estados Unidos, apenas alcanzan a cubrir sus gastos en alimentos, vivienda, atención médica y servicios básicos.
En Gran Bretaña, 4 millones de personas están en la «pobreza extrema», y el nivel de vida se ha estado reduciendo permanentemente. La esperanza de vida británica está disminuyendo, los pobres mueren diez años antes que los ricos, y el número de niños en situación de pobreza aumenta en 200,000 por año. En Argentina 3 millones de personas han caído en la extrema pobreza en los últimos 12 meses.
Se dice con razón que la clase trabajadora en todo el mundo ( y los trabajadores de color en particular) han estado viviendo una «década perdida» en términos de bienestar humano. Mientras que un 1 por ciento de multimillonarios en los Estados Unidos ha duplicado su riqueza desde 2003, la mitad de los hogares pobres son 32 por ciento más pobres.
Si esta es la situación durante la fase de recuperación del ciclo económico capitalista, debemos estremecernos sobre lo que se nos viene encima. Cuando las ganancias se contraen y la economía entra en recesión, el capital ataca con virulencia las conquistas de las clase trabajadora… la jugada les puede salir viene a menos que haya una resistencia social masiva.
La prensa empresarial ha expresado preocupación porque los métodos que se usaron durante la última crisis no van funcionar esta vez. ¿Por qué? ¿Qué podrían hacer el sistema para volver a funcionar?
Los gobiernos y los bancos centrales enfrentan un dilema cuando la economía cae en recesión : ¿que hacer para recuperar la economía?
Cuando comienza una desplome económico, por lo general, los gobiernos reducen las tasas de interés, de esta manera estimulan a empresas y a los consumidores a pedir dinero prestado y gastarlo. Pero, esta vez los bancos centrales han ido demasiado lejos, no solo han mantenido las tasas de interés cerca de cero, también compraron activos financieros tóxicos.
La tasas bajas han permitido a los bancos comerciales obtener préstamos casi gratis de los Bancos Centrales. ( los bancos comerciales pagan estos préstamos a tasas mucho más altas de la que pagan al Banco Central). En Estados Unidos el costo real de los préstamos de la Reserva Federal es del 0,7 por ciento. Por lo tanto, la FED ( el Banco Central de EEUU) no tiene mucho espacio para contrarrestar la recesión recortando sus tasas de interés sin entrar en un “territorio negativo” (pagando a los bancos para que pidan dinero prestado). Japón ya ha ido ahí, y ha fallado por completo en revivir su maltrecha economía.
En una economía capitalista la otra fórmula es que el Banco Central inyecte dinero en la economía mediante la compra de activos privados. Esto fue lo que hizo la Reserva Federal cuando compró la hipotecas tóxicas por billones de dólares. En otras palabras el Estado rescató a la Banca privada dándoles dinero a cambio de papeles sin valor. Es muy difícil que este ejercicio de “contabilidad creativa” se pueda repetir y es aún más difícil con este tipo de maniobras estimulen la economía.
El gobierno japonés se fue por ese camino hace más de veinte años. Siguió comprando activos a los bancos privados en un esfuerzo por estimular el crecimiento. Intensificó estas compras después de 2009. Sin embargo, en lugar de recuperar la economía, Japón ha sufrido un estancamiento de un cuarto de siglo. Sus tasas de crecimiento son las más bajas de cualquier economía importante.
El problema de Japón es endémico en una economía capitalista. Si las ganancias son bajas hay muy pocas razones para invertir y, como lo hemos visto en estos años, las empresas prefieren especular con el dinero gratis en lugar de hacer inversiones sin perspectivas de retorno. Por mucho que se inyecte dinero en el mercado para crear empleos y poner más dinero en los bolsillos de la gente común, ningún capitalistas arriesgará su dinero si no ven ganancias importantes a la vista
El fundamento básico del capitalista es el beneficio, no el bienestar económico de la población. Esto explica porqué las medidas del Banco Central de Japón no han servido para impulsar el crecimiento económico, a pesar que han inyectado miles de millones de yenes continuamente desde fines del siglo pasado.
Este es el dilema que ahora enfrentan los gobiernos de Europa y América del Norte. Se han quedado sin municiones. Las usaron todas para combatir la última recesión. Por esta razón la economía mundial puede caer en un período prolongado de un estancamiento “tipo japonés” .
Algunos economistas de tendencia izquierdista ( los partidarios de John Maynard Keynes) responden que este es el momento en que los gobiernos deben incrementar el gasto público al estilo New Deal.
Ahora, yo que estoy firmemente a favor del gasto público para impulsar el empleo y la calidad de vida creo hay que decir toda la verdad , el gasto público no afronta el problema central: las empresas privadas no invierten cuando la rentabilidad está deprimida.
Keynes creía que el capitalismo entra en crisis cuando los consumidores tienen poco dinero para gastar. Entonces , para simplificar, su receta fue que el gobierno aumentará el gasto público para recuperar el crecimiento. El suponía que el capitalismo puede proporcionar un crecimiento sin fin, sin desplome, siempre y cuando los gobiernos apliquen políticas correctas.
Pero Keynes no advirtió que no es la caída del gasto lo que causa las crisis capitalistas, es la caída en las ganancias , debido a la sobreinversión de capitales.
Por lo tanto, la crisis capitalistas subrayan la necesidad de reemplazar un sistema regido por la búsqueda de ganancias privadas por uno basado en la propiedad pública y la planificación social.
En lugar de tratar de revivir la economía capitalista, el trabajo de la izquierda es movilizar a la clase trabajadora y a todos los sectores sociales subalternos para resistir los efectos la crisis y al mismo tiempo crear una fuerza organizada para una alternativa socialista.
¿Cuál es el probable impacto de una nueva crisis en la política nacional e internacional ? ¿Intensificará la polarización política y los antagonismos interestatales?
Una crisis global intensifica todos los antagonismos. Produce inestabilidades y conflictos en múltiples escalas. Las clases gobernantes intentarán proteger sus intereses desplazando los efectos de la crisis hacia los pobres y los oprimidos, y haciendo que sus rivales económicos absorban parte del costo.
Al nivel de los conflictos de clase, los capitalistas tratarán de debilitar a los sindicatos, recortar los salarios, recortar los derechos sociales y transformar en chivos expiatorios a los más vulnerables: inmigrantes, trabajadores de color y mujeres.
En una nación-estado capitalista, esto involucra políticas racistas y discriminatorias. Por eso la izquierda necesita responder con políticas de clase que sean antirracistas, feministas y ecologistas . Ahora más que nunca la izquierda debe estar a la vanguardia contra el racismo de Trump y por una política radical que debe ser resueltamente eco-socialista.
También, a través de los mecanismos del Estado, la clase capitalista participa en guerras comerciales y monetarias, espionaje tecnológico y otras formas de rivalidad geopolítica. Pero como la globalización ha provocado conflictos entre diferentes sectores de la clase dominante, en estos momentos hay contrapresiones para evitar que las rivalidades comerciales exploten en conflictos globales.
Esta es la razón por la cual determinadas empresas estadounidenses ( las globalistas) no están contentas con la guerra comercial de Trump con China. Sin duda, quieren obtener ventajas sobre las empresas chinas, pero también esperan evitar la intensificación de la guerra comercial y sus efectos desestabilizadores.
Sin embargo, bajo las intensas presiones de la crisis, estas confrontaciones pueden descontrolarse rápidamente. Es, después de todo, un viejo truco de la clase dominante: fomentar el nacionalismo en momentos de descontento social.
Por tanto, la izquierda necesita adoptar una política internacionalista intransigentemente. Nuestro compromiso debe ser superar las rivalidades nacionales, el proteccionismo, el imperialismo y el militarismo. «Trabajadores del mundo unidos» no debe utilizarse como un eslogan de carácter ritual. Tiene que ser un principio rector de nuestra política.
¿Qué implicaciones tiene esto para la izquierda?
Necesitamos comenzar por reconocer tres cosas. Primero, vienen “a por nosotros”. Van a atacar nuestra gente y nuestras condiciones de vida con ferocidad. En consecuencia, nuestra resistencia tendrá que ser determinada, colectiva e intransigente.
En segundo lugar, una nueva recesión económica alimentará a las fuerzas de la derecha: la supremacía blanca, la misoginia, la islamofobia y la política antiinmigrante están en marcha.
Pero, finalmente, también habrá una nueva oportunidad para la izquierda radical. Necesitamos entender que, si bien la izquierda es institucionalmente débil, ha habido un gran cambio en el sentimiento político en los Estados Unidos. El socialismo como idea política está hoy disfrutando de un inesperado renacimiento, después de décadas de desprestigio del proyecto
La crisis fomentará la polarización tanto a la derecha como a la izquierda del panorama político. Por eso apareció un Trump y un Bolsonaro, también apareció un Bernie Sanders y un Jeremy Corbyn. Pero lo más importante , y como siempre, será la lucha en el terreno desde abajo.
El aumento de los movimientos de izquierda radicales ha crecido desde el 2009 en los Estados Unidos : Occupy, Black Lives Matter, las huelgas internacionales de mujeres, la solidaridad con Standing Rock, la ola de huelga de maestros, los movimientos contra la supremacía blanca, la huelga climática global. Todos estas nuevos movimientos nos hablan a un nueva inicio anticapitalista, con gran participación juvenil.
El desafío es ayudar a forjar estas resistencias anticapitalistas en un poderoso movimiento socialista y de la clase trabajadora. Esto no se hará simplemente llamando a la unidad. Se hará demostrando en la práctica que se pueden construir solidaridades de los oprimidos, solidaridades que no descuiden las necesidades e intereses de aquellos personas que son sujetos de formas específicas de opresión, sean por la raza, el género, la sexualidad, la habilidad o el estatus legal.
La clase trabajadora multirracial aún no ha encontrado una identidad común. Pero si se está iniciando el trabajo de formas democráticas y colectivas para crearla. Si lo hacemos re-descubriremos que no hay poder más grande que el poder de los oprimidos del mundo. Revertir un sistema que genera crisis tras crisis, en la búsqueda maníaca de ganancias privadas, debería convertirse en un problema de política práctica.
NOTA
*David McNally enseña historia en la Universidad de Houston. Es autor entre otros libros de: «Global Slump: The Economics and Politics of Crisis and Resistance» , «Monsters of the Market: Zombies, Vampires y Global Capitalism». Su próximo libro se llamará Blood and Money: War, Slavery, Finance, and Empire.