por Stephen Sefton, periodista estadounidense
La mayoría de las personas que se consideran progresistas en los países de América del Norte y Europa Occidental, siguen creyendo en la versión de la derecha de los acontecimientos violentos ocurridos Nicaragua y en Venezuela durante 2018.
En realidad , el progresismo sigue confiando sin reservas de unos informes que son demostrablemente falsos de ONG financiadas por Soros (y otros magnates) y de una permanente manipulación informativa los medios liberales y progresistas.
Tras esta ilusa confianza hay una razón inquietante; existen una afinidad de clase, no reconocida, con el racismo imperial que decide quienes merecen y quienes no merecen la defensa pública de sus derechos
La paradoja de esta racionalidad perversa es la forma en que los progresistas justifican su pretensión de erigirse en una autoridad moral utilizando engañosas declaraciones de apoyo a los derechos humanos, la libertad y la justicia.
Estos sectores son los mismos dirigentes de las élites políticas que hacen acusaciones groseramente injustas, a menudo evidentemente falsas, para luego negar el derecho a la defensa de los pueblos agredidos por el Imperio.
Con su accionar están de hecho justificando la política de sanciones ilegales está infligiendo grandes sufrimiento a pueblos enteros en diversas latitudes del mundo.
Los progresistas occidentales han apoyado la guerra económica contra una ciudadanía indefensa en Venezuela, Irak, Libia y Siria. Además, han validado sanciones administrativas, comerciales y financieras respaldadas por la amenaza de la agresión militar.
Un proceso similar sufren aquellas personas que han denunciado los crímenes imperialistas como Mumia Abu Jamal, Leonard Peltier y muchos otros. El ejemplo más reciente y emblemático es el de Julian Assange.El consenso liberal y socialdemócrata ha sido que estos defensores de la libertad No son presos políticos y que obtuvieron la defensa que merecían.
La escritora francesa Elsa Dorlin ha escrito sobre este tema, vinculándolo con el racismo el colonialismo y el imperialismo. Este punto está claramente demostrado por la persistente acción desestabilizadora contra Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela . Una política desestabilizadora que se está aplicando a cualquier país que se resista a obedecer los dictados de los Estados Unidos, la OTAN, la Unión Europea y Canadá.
Esta estrategia también opera a nivel institucional a través de los informes de funcionarios internacionales como Michelle Bachelet en la ONU y Luis Almagro en la Organización de los Estados Americanos. De hecho Bachelet y Almagro son corruptos porque están devolviendo descaradamente los favores políticos de la diplomacia estadounidense que los encumbró a sus muy bien remunerados puestos .
Ambos funcionarios tienen como contraparte a los gerentes de las principales ONG occidentales que trabajan en comandita con las empresas transnacionales empeñadas en secuestrar la agenda de los derechos humanos y del medio ambiente.
Esas instancias institucionales se funden con la estructura de control y de amenazas de agresión de Estados Unidos que utiliza como instrumento privilegiado a los medios de comunicación – tanto corporativos como alternativos – para implementar una campaña sistémica de manipulación y montajes “informativos”.
En el caso de Nicaragua y Venezuela, sus gobiernos y presidentes son considerados parias políticos y, por lo tanto, Daniel Ortega y Nicolás Maduro son acusados de todo tipo de delitos sin prueba alguna, mientras que los hechos reales se falsifican o se omiten por completo.
Las acusaciones de represión violenta a protestas pacíficas.
Los medios han acusado a Nicaragua y Venezuela de manera intensa y sostenida . Esto a pesar que grupos armados hirieron y mataron a numerosos policías de ambos países.
Irónicamente al contrario de Chile y Ecuador los gobiernos de Venezuela y Nicaragua no impusieron el toque de queda o el estado de sitio para sacar al ejército a asesinar a su propio pueblo.
Al contrario, se condena poco o nada la letal represión militar y policial a las protestas pacíficas en Ecuador y Chile, mientras tanto Bachelet y Almagro condenaron sin pruebas suficientes y contrastadas a los gobiernos de Venezuela y de Nicaragua .
De este modo los patrones imperiales de Bachelet y Almagro están creando un cordón de defensa de los gobiernos de derecha y a la vez están excluyendo de toda juicio político justo a los gobiernos que se declaran de “inspiración socialista”.
En América Latina, estos criterios discriminatorios se aplican especialmente a Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela negándoles una legítima defensa contra acusaciones falsas.
A Cuba y Venezuela también se les niega cualquier defensa contra una agresión económica que pretende en estos días arrinconar por el hambre y por la falta de medicamentos básicos a estas naciones .
Demostrando con hechos documentados Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela han obtenido victorias políticas y diplomáticas en la ONU y en otros foros internacionales pero, dado el control occidental de la economía global, están prácticamente indefensos frente a la agresión económica impuesta por los Estados Unidos y sus aliados.
Mientras tanto en América Latina, prácticamente todos los gobiernos de derecha estén en plena crisis encontrándose en un tsunami popular que se está levantando con furia contra las élites regionales aliadas de los Estados Unidos.
La crisis empieza a ser tan grave que recientemente se impusieron toques de queda y estados de sitio en Guatemala, Ecuador y Chile, con el ejército desplegado en las calles para controlar las protestas.
Sin embargo las potencias occidentales se han apresurado a otorgan a los gobiernos de derecha, de estos países, el beneficio de la duda a pesar de ser culpables de decenas de muertes y de horrorosas violaciones de los Derechos Humanos.
En la práctica los pueblos de América Latina no tienen ninguna defensa institucional ante las imposiciones de los países imperialistas. Los Estados Unidos y sus aliados europeos intervienen todos los días y a toda hora en los asuntos internos de los países latinoamericanos .
Y que pasa con los progresistas occidentales
Desde la Segunda Guerra Mundial, los pueblos de América del Norte y Europa Occidental han usufructuado de una prosperidad interna que se alimenta de un continuo saqueo del resto del mundo.
La expresión más indignante para alguien de izquierda fue el apoyo tácito del Partido Comunista de Francia en 1956 a los llamados «poderes especiales» que facilitaron las masacres y torturas del ejército francés en Argelia.
Como ahora las naciones occidentales donde todavía gobierna la socialdemocracia ya no pueden defender a su propia población los progresistas se esfuerzan en distraer a su electorado atacando a gobiernos que efectivamente defienden a sus pueblos, como los de Venezuela y Nicaragua.
Estas actitud es evidente con las políticas sobre cambio climático. Los progresistas en América del Norte y Europa están alineados con el enfoque empresarial de la crisis climática . Un enfoque que camufla la guerra de las élites occidentales contra sus propios pueblos.
A fin de cuentas el bombardeo mediática tiene como objetivo defender los intereses de clase de la plutocracia. Y en medio de esta parafernalia del poder imperial los progresistas occidentales colaboran con sus élites empresariales y niegan a los pueblos del sur global la legítima defensa de su soberanía.
Hoy la mendaz hipocresía de los progresistas está fuera de discusión.
Con un mínimo de honestidad los progresistas occidentales deberían reconocer las políticas públicas socialmente inclusivas de Nicaragua y Bolivia, o las políticas de salud y educación de Cuba y Venezuela.
Sin embargo no lo hacen porque se han aliado instintivamente con las élites imperialistas de Occidente, en lugar de participar como iguales en las estrategias de defensa de todos los pueblos del mundo.