Por Aday Quesada ( Canarias Semanal)
A lo largo de la aciaga jornada del pasado domingo, el sociólogo y periodista argentino Marco Teruggi escribió desde la capital de Bolivia que el país había entrado en unos momentos que él denominaba «de desenlace».
Teruggi reportaba que las posibilidades de acuerdo entre el gobierno y la oposición eran escasas, porque ésta había desconocido el llamamiento realizado por el presidente Evo Morales en el sentido de que se constituyera un nuevo Tribunal Supremo Electoral y se procediera a convocar unas nuevas elecciones generales. La verdad era que ese gesto de Evo Morales implicaba en sí mismo la exhibición ostentosa e ingenua de una bandera blanca, que arrojaba a su gobierno a los pies de los caballos enfurecidos de la derecha boliviana.
Por otra parte, Antonio Pumari, dirigente del Comité Cívico de Potosí, exigía al Ejército «que saliera de una vez por todas a la calle», y «que si no tenían capacidad para hacerlo, que nos den las armas a nosotros».
La oposición, encabezada por Fernando Camacho, el principal dirigente de la escalada golpista, no dejaba lugar a dudas. Exigía que Morales renunciara, así como los senadores, diputados, miembros del Tribunal de Justicia, y se creara una junta de gobierno transitorio que convocara unas nuevas elecciones en el plazo de 60 días.
En un movimiento que parecía plenamente concertado, las Fuerzas Armadas respondieron puntuales al llamado de la derecha, pidiendo a Evo Morales que renunciara, según ellos, para «pacificar Bolivia».“Luego de analizar la situación conflictiva interna, sugerimos al presidente del Estado que renuncie a su mandato permitiendo la pacificación y el mantenimiento de la estabilidad por el bien de nuestra Bolivia”- dijo el comandante Williams Kaliman en un comunicado que leyó ante los medios de comunicación.
Según reportaba Marco Teruggi desde La Paz, la escalada para derrocar a Morales llegaba de esta forma a un punto de no retorno. Quienes dirigían el plan golpista habían cerrado ya todas las salidas. Incluso aquellas que hasta hacía unas horas ellos mismos habían estado demandando.
¿»ERRORES» INEXPLICABLES DE MORALES ?
Aunque todavía resulta difícil contar con elementos que permitan un análisis preciso de cómo se han desarrollado realmente los acontecimientos en Bolivia, por lo pronto sí se puede decir que el gobierno que hasta ahora había encabezado Evo Morales ha cometido, en el curso de las últimas jornadas de la crisis política boliviana, «errores» difícilmente explicables.
En principio, resulta absolutamente insólito que fuera el Ejecutivo boliviano el que solicitara la«supervisión» de la OEA (Organización de Estados Americanos) que dirige el político uruguayo Luis Almagro, conocido también como «perro loco», para que procediera al peritaje y contabilización de los votos resultantes de las pasadas elecciones presidenciales.
Para todo aquél que permanezca atento a cómo se están desarrollando los acontecimientos en América Latina, resulta evidente que esa demanda de «arbitraje» a la Organización que más genuinamente representa los intereses estadounidenses en América Latina, era una petición suicida, incomprensible, semejante a la de encomendar a un zorro la custodia de un gallinero.
Como a nadie podía escondérsele – y menos al gobierno boliviano – el dictamen final de la OEA estaba rubricado antes de que se realizará tal «inspección». Y en efecto, así fue. La OEA dictaminó rapidamente lo que correspondía al papel que los Estados Unidos le tiene asignado a esa institucion en América Latina. Los «inspectores»aseguraron que en el curso de las elecciones del 20 de octubre se habían producido unas no explicitadas «irregularidades». Y que, por ello, aunque la diferencia entre gobierno y oposición era nada menos que de 10 puntos, debían celebrarse nuevas elecciones en el país.
Ni que decir tiene, que el dictamen de la OEA sirvió como señal para que en los dos últimos días los acontecimientos se precipitaran a velocidad de vértigo. A partir de ese momento, se produjo elamotinamiento de la Policía Nacional boliviana en varias ciudades importantes del país. Ello permitió que La Paz, la capital, el epicentro político de Bolivia, fuera ocupado violentamente por los grupos de la oposición.
Simultáneamente, una pertrechada y bien organizada oposición inició una escalada violenta en contra de medios de comunicación del Estado, tales como Bolivia TV y la Radio Patria Nueva. A la vez, los grupos de insubordinados procedieron al asalto e incendio de las casas de los gobernadores deChuquisaca y Oruro, así como de los representantes gubernamentales, y de la propia hermana de Evo Morales, Ester Morales Ayma.
Según cuenta Marco Teruggi en su crónica del pasado domingo, el encadenamiento de las piezas de la conspiración no se detuvo ahí, continuando con el montaje de un escenario que dejó a Evo Morales en la más absoluta de las soledades políticas.
Uno de esos elementos de la bunkerización de Morales fue, por ejemplo, la declaración de Juan Carlos Huarachi, dirigente de la importante COB (Central obrera boliviana), quien llamó públicamente a reflexión al “compañero presidente” para que asumiera la “responsabilidad de renunciar si es necesario pacificar el pueblo boliviano”. Ese fue un golpe mortal, que además tenía una explicación simple, pero humana.
Según contó el propio presidente en la rueda de prensa , estas sorprendentes «renuncias» se habían producido mediante el secuestro de familiares -hijos, esposas, madres, etc.- por parte de grupos opositores, que chantajearon a estos representantes sociales y políticos con liquidar físicamente a sus seres queridos si no dimitían, y pedían públicamente a Evo Morales que renunciara.
La dimisión del ministro de hidrocarburos, así como la del diputado David Ramos, fueron también consecuencia de estas operaciones de chantaje violento. La derecha forzó la renuncia de cargos significativos de la administracion estatal a traves del secuestro y la extorsión. Lo que pone de manifiesto no solo la vesania de la derecha boliviana, sino tambien la desorganización e imprevisión gubernamental.
En cualquier caso, independientemente de estos factores circunstanciales, el fundamental y determinante en el derrocamiento de Evo Morales lo jugó la Fuerza Armada y la Policía boliviana, que tratando de mantener las apariencias de legalidad «sugirieron», al consuno, la dimisión presidencial. Una «sugerencia» que sin duda no fue tal, sino una explícita amenaza.
Horas después, el presidente Morales, acompañado por su vicepresidente Garcia Linera, explicó al pueblo boliviano en una afirmación grabada, los motivos de su renuncia. La descripción que Evo Morales hizo de cómo se habían producido los acontecimientos fue lamentable, indicaba claramente que su derrota frente al golpe había sido total y que las posibilidades de resistencia eran muy escasas. A partir de entonces, su suerte estaba echada. El propio presidente en su Twitter escribía horas después que
«Denuncio ante el mundo y pueblo boliviano que un oficial de la policía anunció públicamente que tiene instrucción de ejecutar una orden de aprehensión ilegal en contra de mi persona; asimismo, grupos violentos asaltaron mi domicilio. Los golpistas destruyen el Estado de Derecho«.
Atendiendo a los precedentes históricos de cómo actua el conservadurismo latinoamericano, es posible conjeturar a estas horas que la derecha boliviana, que como la venezolana no acepta ni perdona la presencia indígena en la Administración del Estado, será implacable con los derrotados.
BOLIVIA: ¿UN PROCESO «REVOLUCIONARIO»?
Bolivia ha tratado de experimentar una experiencia muy «sui generis», que se llegó a conceptualizar con el nombre de «capitalismo andino». El jefe del laboratorio de esa «experiencia» política fue el ya ex vicepresidente García Linera, un intelectual muy afín al ámbito ideológico de Iñigo Errejón y la formación política española Podemos. Partiendo de ese presupuesto, podremos hacernos una idea aproximada sobre en qué consistía el proyecto político que se estaba ejecutando en ese país.
Hay que precisar, no obstante, que el proceso político boliviano ha tenido formalmente un marchamo claramente antiimperialista, que defiende políticamente la independencia latinoamericana y la lucha de los pueblos en contra del Imperio del norte.
Pero, en esencia, desde la perspectiva de los cambios sociales que se han producido en ese país, estos no llegaron a superar los endebles límites de la socialdemocracia reformista. Y en América Latina los cambios que se requieren, de manera urgente, son estructurales. Los gobiernos presididos por Evo Morales ampliaron la fiscalidad sobre los inversores extranjeros, y ello les permitió aliviar algunas de las abundantes demandas populares. Pero nada importante cambió en lo que a la propiedad de los medios de producción se refiere.
Como tantas veces ha ocurrido con otros gobiernos y países en América Latina a lo largo de su agitada historia del siglo XX y XXI, en Bolivia no se ha producido ningún cambio social y económico que haya logrado transformaciones esenciales en la vida de su pueblo.
No obstante, no deja de llamar la atención el hecho de que la oligarquía boliviana no ha sido siquiera capaz de soportar el cambio cosmético que supuso el gobierno de Evo Morales, que no fue capaz de cambiar ni un ápice las relaciones de produccion capitalistas existentes. Un dato sobre el que sería muy interesante que reflexionáramos.