Por Michael T. Klare, profesor de paz y seguridad mundial en la Universidad de Columbia (USA)
A principios de marzo, unas 7.500 tropas de combate estadounidenses viajarán a Noruega para unirse a miles de soldados de otros países de la OTAN en una batalla simulada masiva con fuerzas invasoras imaginarias de Rusia.
En este entrenamiento – que se conoce como “Cold Response 2020” – las fuerzas aliadas realizarán ejercicios conjuntos en un “escenario de combate de alta intensidad en condiciones invernales exigentes», según lo ha dicho el mando supremo del ejército noruego.
Aunque a primera vista, esta actividad puede parecerse a cualquier otro ejercicio de la OTAN, hay que mirarlo con mucho más cuidado.
El ejercicio Cold Response 2020 no tiene nada de ordinario. Para empezar, se realizará más allá del Círculo Polar Ártico, lejos de cualquier campo de batalla tradicional de la OTAN. En efecto, está planificado específicamente para elevar a un nuevo nivel la posibilidad de un gran conflicto que teóricamente podría terminar en un intercambio nuclear que nos llevaría a la aniquilación mutua asegurada. Bienvenido, en otras palabras, al nuevo campo de batalla de la Tercera Guerra Mundial.
Para los soldados que participan en el ejercicio, las dimensiones potencialmente termonucleares de Cold Response 2020 pueden no ser obvias. Al principio, los marines de los Estados Unidos y del Reino Unido practicarán desembarcos anfibios a lo largo de la costa de Noruega, al igual que lo hacen en ejercicios similares en otras partes del mundo.
Sin embargo, una vez en tierra, el escenario se vuelve muy distintivo. Después de sacar los tanques y otras armas pesadas » escondidas” en cuevas del interior de Noruega, los marines avanzarán hacia la región del extremo norte de Finnmark para ayudar a las fuerzas noruegas a enfrentarse con unas supuestas fuerzas rusas que han cruzado la frontera. A partir de entonces, las dos partes se involucrarán (para usar la terminología del Pentágono) en “operaciones de combate de alta intensidad en las condiciones del frío ártico” (un tipo de guerra que no se ve desde la Segunda Guerra Mundial).
Y esto es solo el comienzo. La mayoría de los estadounidenses desconocen que esa región de Noruega y el territorio ruso adyacente se han convertido en uno de los campos de batalla más probables para el uso de armas nucleares en cualquier futuro conflicto entre la OTAN y Rusia.
Moscú ha concentrado una parte significativa de su capacidad de represalia nuclear en la península de Kola, un remoto trozo de tierra que linda con el norte de Noruega. Por tanto, cualquier triunfo de EE.UU y de la OTAN en un combate real con las fuerzas rusas en ese territorio pondría en peligro el arsenal nuclear de Rusia y precipitar el uso temprano de tales armas. Incluso una victoria simulada por un ejercicio militar (como el de Cold Response 2020) podrá indiscutiblemente en alerta máxima a los controladores nucleares de Rusia.
Para apreciar cuán arriesgado sería un enfrentamiento entre la OTAN y Rusia en el extremo norte de Noruega, hay que considerar la geografía de la región y los factores estratégicos que han llevado a Rusia a concentrar tanto poder militar en la zona. Y todo esto, por cierto, se desarrollará en el contexto de otro peligro existencial: el cambio climático.
El derretimiento de la capa de hielo del Ártico y la explotación acelerada de los recursos del Ártico están otorgando a esta área una importancia estratégica cada vez mayor.
La extracción de energía en el extremo norte
Cuando se mira un mapa de Europa se aprecia con facilidad que Escandinavia es más ancha en el sur donde está la región más poblada de Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia. Pero en el norte el territorio se estrecha y cada vez menos poblado.
En el extremo norte de la península, solo una delgada franja separa a Noruega de la península de Kola en Rusia. Al norte, el límite entre ambas naciones es el Mar de Barents, una rama del Océano Ártico. Esta remota región, aproximadamente a 800 millas de Oslo y a 900 millas de Moscú, se ha convertido, en los últimos años, en un vórtice de actividad económica y militar.
Esta remota región – apreciada como una fuente de recursos como el níquel, el hierro y los fosfatos – ahora es el centro de una extensa actividad de extracción de petróleo y gas natural. Con el aumento de las temperaturas en el Ártico – dos veces más rápida que en cualquier otro lugar del planeta – la exploración de combustibles fósiles en alta mar se ha vuelto cada vez más viable.
En efecto, ya se han descubierto grandes reservas de petróleo y gas natural, debajo del Mar de Barents y ambos países están tratando de explotar esos depósitos (el uso de los mismos combustibles responsables de las crecientes temperaturas).
Noruega ha tomado la delantera, estableciendo en Hammerfest en Finnmark la primera planta del mundo sobre el Círculo Polar Ártico para exportar gas natural licuado. De manera similar, Rusia ha iniciado trabajos para explotar el gigantesco campo de gas Shtokman – en su sector del Mar de Barents- aunque aún no ha llevado a término su instalación.
Para Rusia, las perspectivas más importantes de obtener petróleo y gas se encuentran más al este, en los mares de Kara y Pechora y en la península de Yamal, una delgada extensión de Siberia. De hecho, sus compañías de energía ya comenzaron a producir petróleo en el campo Prirazlomnoye en el Mar de Pechora y en el campo Novoportovskoye de esa misma península ( también gas natural ).
Tales campos son prometedores para Rusia, que hoy tiene todas las características de un estado petrolero. Pero hay un gran problema: la única forma práctica de llevar esa producción al mercado es a través de buques rompehielos que transporten su carga a través del Mar de Barents, más allá del norte Noruega.
La explotación de los recursos de petróleo y gas del Ártico y su transporte a los mercados de Europa y Asia se han convertido en una prioridad económica importante para Moscú , en la medida que sus reservas de hidrocarburos, por debajo del Círculo Polar Ártico, han comenzado a agotarse.
A pesar de los programas para conquistar mayor diversidad económica, Rusia mantiene la centralidad de la producción de hidrocarburos para el futuro económico del país. En este contexto, la producción en el Ártico se ha convertido en un objetivo nacional , que requiere un acceso seguro al Océano Atlántico a través del Mar de Barents y de las aguas «costa afuera» de Noruega. Esta vía fluvial es tan vital para la economía energética de Rusia como el Estrecho de Ormuz, lo es para los sauditas y los otros productores regionales de combustibles fósiles.
La dimensión militar
Para proporcionar seguridad a sus gigantescas empresas energéticas las fuerzas navales de Rusia deben poder ingresar sin dificultades al Atlántico a través del Mar de Barents y del norte de Noruega. El único puerto ruso con acceso ilimitado al Océano Atlántico se encuentra en Múrmansk (en la península de Kola) porque los puertos rusos del Báltico y del Mar Negro solo acceden al Atlántico a través de pasadizos fácilmente obstruidos por la OTAN.
No es sorprendente, entonces, que ese puerto sea también la sede de la Flota del Norte de Rusia, la más poderosa, y el sitio de numerosas bases aéreas, de infantería, de misiles, de radares, de astilleros navales y de reactores nucleares. En otras palabras, hoy es una de las regiones militares más sensibles de Rusia.
El presidente Putin ha reconstruido la flota – que quedó en mal estado después del colapso de la Unión Soviética – equipándola con algunos de los buques de guerra más avanzados del país. En 2018, según The Military Balance (una publicación del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos) la región ya poseía la mayor cantidad de cruceros y destructores modernos (10) de la flota rusa, junto con 22 submarinos de ataque y numerosos buques de apoyo.
También en el área de Múrmansk hay docenas de aviones de combate MiG avanzados y una amplia variedad de sistemas de defensa antiaérea. Finalmente, al finalizar 2019, los militares rusos informaron que habían desplegado en el Ártico, el misil balístico Kinzhal, un arma capaz de velocidades hipersónicas (más de cinco veces la velocidad del sonido), presumiblemente en una base en la región de Múrmansk a solo 125 millas de Noruega y de Finnmark, el sitio del próximo ejercicio militar de la OTAN.
Más importante aún es la forma en que Moscú ha estado fortaleciendo sus fuerzas nucleares en la región. Al igual que Estados Unidos, Rusia mantiene una «tríada» de sistemas nucleares, que incluyen misiles balísticos intercontinentales (ICBM), bombarderos «pesados» de largo alcance y misiles balísticos lanzados desde submarinos (SLBM).
Según los términos del Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (Nuevo START), firmado por los dos países en 2010, los rusos no pueden desplegar más de 700 sistemas capaces de transportar 1,550 ojivas nucleares. Sin embargo, ese pacto expirará en febrero de 2021 a menos que las dos partes acuerden una extensión, que parece cada vez más improbable en la era de Trump.
Según la Asociación de Control de Armas, los rusos pueden desplegar las ojivas permitidas bajo Nuevo START en 66 bombarderos pesados, en 286 ICBM y en 12 submarinos con 160 SLBM. De hecho, ocho de esos submarinos con armas nucleares están asignados a la Flota del Norte, lo que significa que unos 110 misiles con hasta 500 ojivas (los números exactos permanecen envueltos en secreto) se han desplegados en el área de Múrmansk.
Para los estrategas nucleares rusos, los submarinos con armas nucleares son quizás el sistema de represalia más importante porque en el caso de una guerra nuclear, con los Estados Unidos, los bombarderos pesados y los ICBM podrían resultar relativamente vulnerables. Esto porque sus ubicaciones son conocidas y pueden ser atacadas con bombas y misiles de precisión estadounidense.
Sin embargo, los submarinos pueden abandonar Múrmansk y “desaparecer” en el Océano Atlántico al comienzo de cualquier crisis y, por lo tanto, permanecen ocultos a los ojos de espionaje estadounidense. Pero, para hacerlo requieren cruzar el Mar de Barents y evitar que las fuerzas de la OTAN los descubran .
Para Moscú, en otras palabras, la posibilidad de disuadir un ataque nuclear estadounidense depende de su capacidad para defender su fortaleza naval en Múrmansk, mientras sus submarinos cruzan la región finlandesa de Finnmark.
No es de extrañar, entonces, que esta área tenga ahora una enorme importancia estratégica para los militares rusos, y que la próxima Cold Response 2020 sea un gran desafío para todos ellos.
La importancia de ártico para Washington
Durante la era de la Guerra Fría, Washington vio el Ártico como una importante área estratégica y construyó una serie de bases militares en toda la región. Su objetivo principal: interceptar bombarderos soviéticos y misiles que hipotéticamente cruzarían el Polo Norte hacia objetivos en América del Norte.
Después de que la Unión Soviética impresionó en 1991, Washington abandonó muchas de esas bases. Ahora, que el Pentágono ha señalado que la «gran lucha por el poder» es con Rusia y China, se están volviendo operativas nuevamente. Consecuentemente una vez más, el Ártico se ve como un posible sitio de conflicto con Rusia y, como resultado, las fuerzas estadounidenses están siendo preparadas para un posible combate en la región .
El secretario de Estado Mike Pompeo fue el primer funcionario en explicar esta perspectiva estratégica en el Foro Ártico en Finlandia en mayo pasado. En un discurso, – una especie de Doctrina Pompeo – reveló que Estados Unidos estaba pasando de la negligencia benigna a una participación más agresiva y militarizada en la región. «Estamos entrando en una nueva era de compromiso estratégico en el Ártico para defender todos nuestros intereses», dijo.
Para proteger mejor esos intereses contra la acumulación militar de Rusia agregó: «estamos fortaleciendo la seguridad y la presencia diplomática en el área … estamos organizando ejercicios militares, fortaleciendo nuestra presencia militar , reconstruyendo nuestra flota de rompehielos, aumentando los fondos de la Guardia Costera y creando un nuevo puesto militar de alto rango para Asuntos del Ártico dentro de nuestro ejército»
El Pentágono no ha estado dispuesto a proporcionar muchos detalles, pero una lectura atenta de la prensa militar sugiere que esta actividad se ha centrado particularmente en el norte de Noruega y las aguas adyacentes. Para comenzar, el Cuerpo de Marines ha establecido una presencia permanente en ese país. Es la primera vez que fuerzas extranjeras se estacionan en Noruega desde que las tropas alemanas la ocuparon durante la Segunda Guerra Mundial.
Un destacamento de unos 330 marines se desplegó cerca del puerto de Trondheim en 2017, presumiblemente para proteger las cuevas cercanas que contienen cientos de tanques y vehículos de combate estadounidenses. Dos años después, un grupo de tamaño similar fue enviado a la región de Troms sobre el Círculo Polar Ártico, mucho más cerca de la frontera rusa.
Desde la perspectiva de Rusia, aún más amenazante es la construcción de una estación de radar estadounidense en la isla noruega de Vardø, a unas 40 millas de la península de Kola. El objetivo de esta instalación es espiar a los submarinos rusos para eliminarlos en la primera etapa de un conflicto.
Que Moscú está preocupado es evidente. En 2018 realizó un simulacro de ataque a las instalaciones de Vardø, enviando 11 bombarderos supersónicos Su-24 directo a la isla para desviarlo antes de entrar en territorio Noruego. También instaló una batería de misiles de superficie a superficie a solo 40 millas de Vardø.
Por su parte, en agosto de 2018, la Marina de los EE. UU decidió reactivar la Segunda Flota en el Atlántico Norte, que había sido desmantelada hace ya un tiempo. «Una nueva segunda flota aumentará nuestra flexibilidad estratégica para responder, desde la costa este hasta el mar de Barents», dijo el jefe de operaciones navales John Richardson en ese momento. El año pasado, esa flota fue declarada totalmente operativa.
Descifrando el ejercicio de la OTAN 2020
El ejercicio “Cold Response 2020” debe analizarse en el contexto de todos estos desarrollos. Aunque se han hecho públicos muy pocos detalles sobre los próximos juegos de guerra, no es difícil imaginar cómo sería parte del escenario: un choque entre Estados Unidos y Rusia que conduzca a los rusos a apoderarse de la estación de radar en el cuartel general de Vardø y en Bodø, en la costa noroeste de Noruega.
Las tropas invasoras serían ralentizadas pero no detenidas por las fuerzas noruegas (y los marines estadounidenses estacionados en el área), mientras que miles de refuerzos de las bases de la OTAN, en otras partes de Europa, comenzarían a llegar. Según el ejercicio, entonces los rusos serían forzados a retroceder.
Sin embargo, no importa cuál sea el escenario oficial, lo cierto es que para los estrategas del Pentágono el hipotético conflicto puede llegar mucho lejos. Presumiblemente, cualquier asalto ruso a instalaciones militares noruegas iría precedido de intensos bombardeos aéreos , de ataques con misiles y del despliegue de grandes buques de guerra. Esto, a su vez, provocaría movimientos comparables por parte de los EE.UU y de la OTAN, lo que probablemente resultaría en encuentros violentos y la pérdida de activos significativos en ambos los lados.
En el proceso, las principales fuerzas de represalia nuclear de Rusia estarían en riesgo y rápidamente entrarían en alerta máxima con oficiales de alto rango en “modo disparador”. Cualquier paso en falso podría llevar a lo que la humanidad ha temido desde agosto de 1945: un apocalipsis nuclear en el planeta Tierra.
No hay forma de saber en qué medida se incorporan tales consideraciones en las versiones clasificadas del escenario Cold Response 2020, pero es poco probable que falten. De hecho, una versión de un ejercicio de guerra, en 2016, involucró la participación de tres bombarderos nucleares B-52 del Comando Aéreo Estratégico de Estados Unidos. Esto indica que el ejército estadounidense es muy consciente de los riesgos de escalada de cualquier encuentro estadounidense-ruso a gran escala en el Ártico.
En resumen, lo que de otro modo podría parecer un ejercicio de rutina en una parte distante del mundo es en realidad parte de una estrategia de los Estados Unidos para dominar a Rusia en una zona defensiva crítica, un enfoque que fácilmente podría resultar en una guerra nuclear.
Los rusos son, por supuesto, muy conscientes de esto y, sin duda, verán Cold Response 2020 con genuina inquietud. Sus temores son comprensibles, pero todos deberíamos estar preocupados por una estrategia que aparentemente representa un riesgo tan alto de escalada entre las grandes potencias.
Desde que los soviéticos adquirieron sus propias armas nucleares en 1949, los estrategas se han preguntado cómo y dónde estallaría una guerra nuclear total, la Tercera Guerra Mundial. Hubo un tiempo en que se creía que ese escenario incendiario implicaba un enfrentamiento sobre la ciudad dividida de Berlín o a lo largo de la frontera este-oeste en Alemania.
Después de la Guerra Fría los temores de un encuentro tan mortal se evaporaron y pocos pensaron en esa posibilidad. Sin embargo, mirando hacia adelante, la perspectiva de una catastrófica Tercera Guerra Mundial se está volviendo demasiado creíble y esta vez, al parecer, un incidente en el Ártico podría ser la chispa para el Armagedón.