Alberto Rabilotta, periodista experto en asuntos internacionales
El capitalismo industrial salió vivo y revigorizado de las dos más graves crisis económicas y sociales de los siglos 19 y 20: de la llamada Larga Depresión (1873 a 1896) y de la Gran Depresión (1929 a 1937), ambas provocadas por un liberalismo económico impulsado en sus áreas de dominación por el imperialismo de turno para implantar “dictaduras del mercado” que causaron enormes daños sociales, económicos y políticos en los principales países del capitalismo desarrollado y en su periferia. La salida de esas crisis y la supervivencia del capitalismo fueron logradas por fuerzas del interior del sistema económico temerosas del potencial revolucionario de las protestas y luchas populares -de la lucha de clases en un sistema industrial que dependía de la fuerza laboral de millones de trabajadores-, y que obligaron a una reconfiguración radical de las políticas del poder estatal con vistas a imponer un mayor control público sobre la economía y el mercado, aliviar las tensiones y los profundos problemas sociales causados por la abismal desigualdad y estabilizar el sistema político capitalista.
Hay que observar que ambas crisis se desataron durante las fases de fuerte expansión de la segunda Revolución Industrial –en las cuales la relación social capital-trabajo era imprescindible- y asimismo en el contexto de luchas inter-colonialistas e inter-imperialistas, de adopción de medidas proteccionistas como parte de un “realineamiento de las economías mundiales (esto, después de todo, es lo que hacen las grandes crisis); en la Larga Depresión Estados Unidos reemplazó a Gran Bretaña como la potencia líder, mientras que Alemania se puso al día”, como señala el historiador Donald Saasoon (1). Entre la Larga Depresión y la Gran Depresión está la Primera guerra mundial y un nuevo realineamiento de las economías del capitalismo en medio de grandes luchas sociales y de revoluciones logradas, como en Rusia, y fracasadas en varios países europeos, todo esto en el contexto de un resurgimiento del liberalismo, de crisis en el sistema monetario basado en el “patrón oro” y el aumento de las contradicciones inter-imperialistas.
( D. Saasoon: m/commentisfree/2012/apr/29/long-depression-crashes-capitalism-history» https://www.theguardian.com/commentisfree/2012/apr/29/long-depression-crashes-capitalism-history )
Las dos grandes depresiones del “mundo occidental y cristiano”, la visión del Vaticano y el “sentido común” existente.
El capitalismo industrial nace y se consolida en Inglaterra y se expande hacia EEUU y Europa occidental, o sea en ese “mundo occidental y cristiano” invocado hace décadas para atacar la “amenaza comunista”. Aunque es en el mundo cristiano protestante que el capitalismo industrial prosperó, la Iglesia Católica siempre asumió –en las etapas del feudalismo y de las monarquías de “derecho divino”, y luego bajo el capitalismo- el papel de defender el “bien común” basado en el respeto del (sagrado) derecho a la propiedad, que incluye la propiedad de los medios de producción. Dicho en las palabras de Pio XI, “el derecho a poseer bienes en privado no ha sido conferido por la ley del hombre, sino por la naturaleza, la autoridad pública no puede abolirlo”. Y como el Vaticano disponía (y sigue disponiendo) de una enorme red clerical en el mundo occidental y podía sentir el “pulso” social al minuto –y por lo tanto el potencial de la lucha de clases-, en 1891 y con motivo de las consecuencias sociales, políticas y económicas de la Larga Depresión, el Papa León 13 emite la encíclica “Rerun Novarum” (2), un alegato contra una potencial revolución dirigida por socialistas y comunistas, pero que es también un reconocimiento de las profundas injusticias provocadas por el sistema económico, y que incluye un llamado a que el Estado asuma sus responsabilidades para “humanizar” y poder mantener el sistema capitalista, algo que desde hacia una década había comenzado el Canciller alemán Otto von Bismarck.
(RERUM NOVARUM http://w2.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum.html )
Aquí unos párrafos que muestran el tenor de esta encíclica: ha “despertado el prurito revolucionario que desde hace ya tiempo agita a los pueblos, era de esperar que el afán de cambiarlo todo llegara un día a derramarse desde el campo de la política al terreno, con él colindante, de la economía” por “el cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y obreros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión entre ellos, juntamente con la relajación de la moral, han determinado el planteamiento de la contienda”, reconociendo “que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios”.
Sin decirlo León 13 respalda las políticas estatales de Bismarck adoptadas a partir de 1880 para también impedir una potencial revolución de las masas de trabajadores socialistas y comunistas, al expresar que “más aún: llega a tanto la eficacia y poder de los mismos (capitalistas) en este orden de cosas, que es verdad incuestionable que la riqueza nacional proviene no de otra cosa que del trabajo de los obreros. La equidad exige, por consiguiente, que las autoridades públicas prodiguen sus cuidados al proletario para que éste reciba algo de lo que aporta al bien común, como la casa, el vestido y el poder sobrellevar la vida con mayor facilidad. De donde se desprende que se habrán de fomentar todas aquellas cosas que de cualquier modo resulten favorables para los obreros. Cuidado que dista mucho de perjudicar a nadie, antes bien aprovechará a todos, ya que interesa mucho al Estado que no vivan en la miseria aquellos de quienes provienen unos bienes tan necesarios”.
Como señala Fernando Buen Abad Domínguez (3) “siglos y más siglos en el despojo crearon (para los subordinados) miríadas de “sentido común”. La moral del opresor invadiendo la conciencia de los oprimidos hasta que acepten, y con orgullo, su condición de parias. Abundan los argumentos teológicos, demográficos, místicos o metafísicos. Se hizo eso “sentido común” y no pocas comunidades de sentido hegemónico se esmeran en perfeccionar las tesis (y las síntesis) de su condición subordinada. El “sinsentido” común. Y, además, se especializa el sentido subordinador basado en la división social del trabajo y en la condición de género, edad y talentos. El debate capital-trabajo convertido en himno trágico, en “cosa del destino”, en asunto de suerte. “El que nace para maceta del corredor no pasa”, dicen algunos. Y armaron otra “comunidad de sentido”… especializado en la resignación. Un “valle de lágrimas”.
Semiótica del debate Capital-Trabajo: El sinsentido común
En efecto, cuatro décadas más tarde y en plena Gran Depresión el Papa Pio XI 11 da a conocer la encíclica “Cuadragésimo Año” (4), en la cual expresa que “en primer lugar, es obvio que no sólo se concentra la riqueza en nuestro tiempo, sino que se consolida un inmenso poder y una dictadura económica despótica en manos de unos pocos, que a menudo no son propietarios, sino sólo los fideicomisarios y gerentes de los fondos invertidos que administran de acuerdo con su propia voluntad y placer arbitrarios”, y que “esta dictadura está siendo ejercida a la fuerza por aquellos que, al poseer el dinero y controlarlo completamente, también controlan el crédito y rigen el préstamo de dinero. Por lo tanto, regulan el flujo, por así decirlo, de la sangre vital con la que vive todo el sistema económico, y tienen en sus manos tan firmemente el alma, por así decirlo, de la vida económica que nadie puede respirar en contra de su voluntad”.
(Quadragesimo Anno, http://w2.vatican.va/content/pius-xi/en/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_19310515_quadragesimo-anno.html)
El retrato de la situación social, política, económica y hasta geopolítica de esta encíclica tiene muchísimos puntos en común con la situación actual: “Esta concentración de poder y de fuerza, que es la marca característica de la vida económica contemporánea, es el fruto de la libertad ilimitada de lucha entre los competidores, de su propia naturaleza, y que permite que sólo sobrevivan los más fuertes; y esto es a menudo lo mismo que decir, los que luchan más violentamente, los que prestan menos atención a su conciencia (…) Esta acumulación de poder y de poder genera a su vez tres tipos de conflictos. En primer lugar, la lucha por la supremacía económica propiamente dicha; en segundo lugar, la lucha encarnizada por la supremacía sobre el Estado para utilizar en las luchas económicas sus recursos y su autoridad; y, por último, el conflicto entre los propios Estados, no sólo porque los países emplean su poder y dan forma a sus políticas para promover todas las ventajas económicas de sus ciudadanos, sino también porque tratan de resolver las controversias políticas que surgen entre las naciones mediante el uso de su supremacía y su fuerza económicas”.
Y Pio XI señala que “las últimas consecuencias del espíritu individualista en la vida económica son las que vosotros mismos, Venerables Hermanos y Queridos Hijos, veis y deploráis: La libre competencia se ha destruido a sí misma; la dictadura económica ha suplantado al libre mercado; la ambición desenfrenada por el poder también ha sucedido a la codicia por el beneficio; toda la vida económica se ha vuelto trágicamente dura, inexorable y cruel. A esto hay que añadir los graves males que han resultado de una confusión entremezclada y vergonzosa de las funciones y deberes de la autoridad pública con los de la esfera económica -como, por ejemplo, uno de los peores, la virtual degradación de la majestad del Estado, que aunque debería estar en lo alto como una reina y árbitro suprema, libre de toda parcialidad e intencionada en el único bien común y la única justicia- se ha convertido en un esclavo, entregado y entregado a las pasiones y la codicia de los hombres. Y en cuanto a las relaciones internacionales, del mismo manantial han surgido dos corrientes diferentes: Por un lado, el nacionalismo económico o incluso el imperialismo económico; por otro, un no menos mortífero y maldito internacionalismo de las finanzas o imperialismo internacional cuyo país es donde está el beneficio”.
Y es esta encíclica la que nuevamente, como con León XIII en 1891, excluye la solución socialista o comunista que volvía a nacer por la movilización de las masas trabajadoras en diversos países y la existencia ya de la Unión Soviética, y en cambio propone la “solución” corporativista emergente en la Italia gobernada ya por Benito Mussolini: «Puesto que el derecho a poseer bienes en privado no ha sido conferido por la ley del hombre, sino por la naturaleza, la autoridad pública no puede abolirlo, sino que sólo puede controlar su ejercicio y ponerlo en conformidad con el bien común. Sin embargo, cuando el Estado armoniza la propiedad privada con las necesidades del bien común, no comete un acto hostil contra los propietarios privados, sino que les presta un servicio amistoso, impidiendo así que la posesión privada de bienes, que el Autor de la naturaleza en su más sabia providencia ordenó para sustentar la vida humana, cause males intolerables y, por tanto, se apresure a su propia destrucción; no destruye las posesiones privadas, sino que las salvaguarda; y no debilita los derechos de propiedad privada, sino que los fortalece».
Lo que precede y causa la Gran Depresión es la “dictadura económica” de las políticas liberales (encíclica de Pio XI en 1931) que “desencastró” la economía de la sociedad (Karl Polanyi, La Grande Transformation, Gallimard) ), provocando tanto el desplome económico por el cierre de numerosas empresas y la bancarrota de agricultores como el desempleo masivo y la aparición del “nacionalismo expansionista” (el fascismo y el nazismo) que Italia aplica desde muy temprano poniendo al Estado al frente de un “corporativismo” destinado a reordenar el sistema económico para desarrollar su capacidad industrial y crear una sociedad y un sistema político fascista, opción que fue vista antes de que estallara la Segunda guerra mundial como atractiva en EEUU y otros países, y que será reproducida de manera radical en la Alemania nazi para tener la base económica destinada a preparar la maquinaria de guerra para su expansión imperialista.
Los límites de la “receta” que salvó al capital.
En efecto la asignación al Estado de un papel rector sobre la economía, vía la planificación de la producción y la protección de la sociedad, fue algo que también surgió como una necesidad para desarrollar la economía en la Unión Soviética, y que aparece durante la Gran Depresión en una versión corporativista, incluso en EEUU y otros países del capitalismo industrial, para sustituir el liberalismo económico y el control del mercado sobre la sociedad. En el “New Deal” de EEUU se asigna al Estado un papel de gestor de la economía en lo que será –a partir del deceso de Roosevelt y la no adopción de la Segunda Carta de Derechos (5)- la base mínima del “Estado del bienestar”, mientras que en el Reino Unido, Canadá y otros países europeos, el desarrollo del Estado del bienestar será más amplio y social.
( https://www.laphamsquarterly.org/roundtable/second-bill-rights )
Pero, como señala Saasoon, en realidad la salida de la crisis en EEUU no se logró con la solución de Keynes, de pagar a los desempleados para que caven trincheras y luego rellenarlas con la misma tierra, sino a través de la industria bélica con vistas a la Segunda guerra mundial, ya que la guerra lo hace mejor: “emplea a personas para producir y utilizar armas de destrucción masiva. El resultado eliminó a Europa de cualquier papel de liderazgo en los asuntos internacionales, estableciendo la supremacía política de los EEUU y el ascenso de la URSS como potencia mundial”.
Todo cambia y el modo de producción del capitalismo también.
A partir de la segunda mitad del siglo 20 como consecuencia del fuerte crecimiento de la posguerra y la guerra de Corea, y el creciente poder de negociación de los sindicatos junto al aumento del gasto bélico por la guerra de Vietnam, la opción de instaurar un liberalismo duro renace como alternativa para superar problemas domésticos e internacionales de un capitalismo que a partir de los años 70 y 80 comienza a sufrir serios problemas en las economías y sociedades, y en las relaciones internacionales, a lo que se agrega el impacto de las transformaciones asociadas a la Tercera Revolución Industrial con la introducción de la automatización y la transnacionalización de las grandes empresas, sobre todo en ramas industriales como automotores y la electrónica.
A partir de finales de los 70 y con mayor claridad de los años 80 se opera la transformación que llevará a desvincular el Estado de la gestión social y la transferencia de la conducción de los asuntos económicos y hasta sociales (mediante la privatización de los servicios) al sector privado, o sea al “mercado autoregulado”, y hacia finales de la primera década del siglo 21 el capitalismo metamorfoseado por la Tercera Revolución Industrial y en pleno apogeo de un liberalismo radical que aspira a devenir “universal” con la globalización neoliberal, sufre una grave crisis financiera (2007-2009) que afecta a la economía real y el sector financiero en los principales países capitalistas, que provoca un estancamiento de las economías que se extiende hacia la periferia que aplicaba al pie de la letra las políticas neoliberales, produciendo la “Gran Recesión” que se prolonga desde entonces.
Para el economista Michael Roberts esta es fundamentalmente una “crisis estructural” del capitalismo en su etapa actual porque afecta la capacidad del capital de reproducirse: “El capitalismo no está cumpliendo con su única pretensión de fama: expandir las fuerzas productivas. Está agotado. Paralelamente, la desigualdad de riqueza e ingresos en las principales economías se está ampliando, los niveles de pobreza y la brecha entre países y personas ricos y pobres se está ampliando. Y la naturaleza y el clima están gravemente dañados” (6).
(Michael Roberts: https://thenextrecession.wordpress.com/2019/03/08/demographic-demise/)
Esta crisis que afecta también a la sociedad y el sistema político tiene su origen en los cambios profundos en el modo de producción provocados por la Tercera Revolución Industrial, o sea por la introducción en las fuerzas productivas a partir de mediados del siglo pasado de los “poderes” de las ciencias, en particular de la cibernética (automatización e informática), por los extraordinarios progresos en las telecomunicaciones y los medios de transportes que crearon las condiciones para imponer la universalización del liberalismo mediante la “transnacionalización” de la producción, del comercio y las finanzas a través de la grandes empresas, época asimismo de formación de los grandes monopolios informático responsables del proceso de disolución social, vía los medios y las nacientes tecnologías de información.
En EEUU la clase trabajadora industrial se reduce a menos de la mitad entre 1970 y 2010, mientras que la clase media que dependía del comercio y algunas ramas de los servicios es reducida rápidamente, como en el caso de los pequeños comercios de proximidad, y “proletarizada”, y lo mismo sucede con los pequeños y medianos campesinos por el crecimiento de los monopsonios como Walmart, la aparición del monopolio de comercio electrónico de Amazon –que según el Secretario del Tesoro de EEUU, Steven Mnuchin, «destruyó la rama minorista en todo Estados Unidos»-, y en el caso de los pequeños y medianos campesinos la proletarización se opera por el papel de los monopsonios de las grandes cadenas comerciales, las grandes empresas agroindustriales y las proveedoras de semillas y agroquímicos, así como los monopolios de exportación de granos.
Es necesario incorporar en el análisis todo este proceso que “vació” de trabajo asalariado y habitantes a ciudades industriales, borró del mapa las empresas claves y a las intermediarias de ramas industriales y de servicios, y con ellas el empleo seguro o relativamente estable, imponiendo el trabajo precario (mal pagado y totalmente inseguro) como el “estándar” laboral y estimulando a los individuos para que sean “emprendedores” y “creen” su propio empleo en una “realización personal” egoísta y antisocial.
Esta transformación fundamental explica la rápida y constante disminución en las últimas cuatro décadas en el trabajo asalariado industrial en EEUU y otros países del capitalismo avanzado, y una “mudanza” de las cadenas de valor (literalmente la “exportación” del trabajo) que estimuló la industrialización de países en Asia, como en Corea del Sur y China, donde a diferencia de lo sucedido en los países industriales por la transformación neoliberal, el Estado que existía en esas civilizaciones desde hace cientos o miles de años no cedió su papel de gestor en materia socioeconómica.
En EEUU y el Reino Unido, por otra parte, estos avances en las tecnologías de información y comunicación (TIC) permitirán a partir de las últimas dos décadas del siglo 20 un rápido desarrollo y una expansión de alcance universal para el sector de las finanzas y del sistema monetario, en particular el de EEUU, que aligerado en agosto de 1971 de su “atadura” al “patrón oro” y sin límites de emisión convirtió un dólar sin respaldo efectivo en el medio para crear un sistema rentista basado en el endeudamiento de las poblaciones y gobiernos, y al mismo tiempo de control de todas las transacciones internacionales al convertir el dólar en la principal y prácticamente la única divisa del comercio y las finanzas a nivel mundial, permitiéndole a EEUU imponer sus leyes y poder extraterritorialmente, y en todo el mundo.
Este proceso fue logrado por los acuerdos comerciales, de crédito y de protección de inversiones que privatizaron las relaciones que antes pasaban por instituciones estatales, lo que implicó el abandono de la soberanía nacional y popular en sus aspectos esenciales por parte de los países que se subordinaron al sistema neoliberal. La institucionalización de este “orden internacional” quedó enmarcada por el respeto y la aplicación de las leyes y reglas estadounidenses.
Pero la dominación mundial del dólar comienza a ser cuestionada, como señalan el banco de inversiones J.P. Morgan y diversos economistas: “Las guerras comerciales tienen consecuencias a largo plazo. La actual administración de Estados Unidos ha puesto en tela de juicio los acuerdos con casi todos sus socios más importantes: los aranceles sobre China, México y la Unión Europea, renegociando el TLCAN y abandonando la Asociación Transpacífica. Una administración estadounidense más agresiva también podría animar a los países a reducir su dependencia del dólar en el comercio. Actualmente el 85% de todas las transacciones de divisas involucran al dólar, a pesar de que los EE.UU. sólo representan aproximadamente el 25% del PIB mundial. Países de todo el mundo ya están desarrollando mecanismos de pago que evitarían el uso del dólar. Estos sistemas son pequeños y aún están en desarrollo, pero es probable que sea una historia estructural que se extienda más allá de una administración en particular” (7).
( Zero Hedge : https://www.zerohedge.com/news/2019-07-23/jpmorgan-we-believe-dollar-could-lose-its-status-worlds-reserve-currency )
Críticas y propuestas de “soluciones” al impase del capitalismo.
En este análisis centrado en la actual crisis sistémica del capitalismo creado por las políticas neoliberales de “dictadura del mercado” dejaremos de lado el papel y las políticas del actual “populismo de derecha”, al estilo de Donald Trump o de algunos gobernantes europeos que critican muy selectivamente y se oponen a algunas políticas neoliberales, en particular las comerciales, recurriendo a formas selectivas de proteccionismo, como el “comercio administrado”, ya que desde el punto de vista sistémico este populismo “puede ser menos importante que las lecciones políticas que se pueden extraer de él”, según el economista Dani Rodrik (8), quien enfatiza que “los remedios económicos contra la desigualdad y la inseguridad son primordiales”. En la misma dirección y en el marco geoeconómico el analista económico Alejandro Nadal apunta que la guerra comercial que lanzó Washington contra China “no busca corregir un simple problema de desequilibrio comercial en algunos productos, como la soya, el aluminio o el complejo automotriz. Ni siquiera se trata de una guerra sobre el saldo de la balanza comercial, como ha dicho Trump. Se trata de una guerra cuyo fin es forzar a China a adoptar una política distinta sobre controles de capital, política industrial y propiedad intelectual”. O sea que es una guerra contra el papel del Estado en China y por lo tanto la “confrontación es casi a nivel existencial” (9).
(Dani Rodrik, https://www.socialeurope.eu/whats-driving-populism)
(Alejandro Nadal, La Jornada: China y la guerra comercial: una perspectiva amplia)
En la crítica del actual sistema económico el economista Joseph Stiglitz afirma que “el experimento neoliberal –impuestos más bajos para los ricos, desregulación de los mercados laboral y de productos, financiarización y globalización- ha sido un fracaso espectacular. El crecimiento es más bajo de lo que fue en los 25 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y en su mayoría se acumuló en la cima de la escala de ingresos. Después de décadas de ingresos estancados o inclusive en caída para quienes están en lo más bajo de la escala, el neoliberalismo debe decretarse muerto y enterrado”, y luego señala que un “capitalismo progresista no es un oxímoron. Más bien, es la alternativa más viable y vibrante para una ideología que claramente ha fracasado. Como tal, representa la mejor oportunidad que tenemos de escapar de nuestro malestar económico y político actual” (10).
(Stiglitz: liberalism-progressive-capitalism https://www.project-syndicate.org/commentary/after-neoliberalism-progressive-capitalism-by-joseph-e-stiglitz-2019-05/spanish)
En el actual contexto social, político y económico la propuesta destinada sin duda a salvar el capitalismo de la “muerte” con un “capitalismo progresista”, o sea una versión moderna de las políticas del “New Deal” de F. D. Roosevelt, es improbable porque los ingredientes sociales y políticos para alcanzar esa solución, como en las dos grandes crisis precedentes, no son predominantes o han dejado de existir, y ese sentido está plenamente justificada la demoledora critica de Michael Roberts (11)
( Michael Roberts, Progressive capitalism – an oxymoron: https://thenextrecession.wordpress.com/2019/04/27/progressive-capitalism-an-oxymoron/ )
Otros economistas contornean la crítica socioeconómica del actual sistema alimentando la idea de que se abre un “futuro de oportunidades” en la “Cuarta Revolución Industrial”, a partir de la aplicación de la “inteligencia artificial”. Tal es el caso de Klaus Schwab, fundador en 1971 del Foro Mundial de Davos, esa “Gran Misa” del capitalismo liberal nacida al mismo tiempo que la Comisión Trilateral que sentó las bases para concretar el neoliberalismo actual.
Para Schwab la Cuarta Revolución Industrial (12) “implica un cambio sistémico en muchos sectores y aspectos de la vida humana: los impactos transversales de las tecnologías emergentes son aún más importantes que las interesantes capacidades que representan”, señalando que “todas las revoluciones industriales anteriores han tenido impactos tanto positivos como negativos en las diferentes partes interesadas. Las naciones se han enriquecido y las tecnologías han ayudado a sacar a sociedades enteras de la pobreza, pero la incapacidad de distribuir equitativamente los beneficios resultantes o de anticipar las externalidades ha dado lugar a problemas mundiales. Al reconocer los riesgos, ya sean las amenazas a la ciberseguridad, la desinformación a gran escala a través de los medios digitales, el posible desempleo o el aumento de la desigualdad social y de ingresos, podemos dar los pasos necesarios para alinear los valores humanos comunes con nuestro progreso tecnológico y garantizar que la Cuarta Revolución Industrial beneficie sobre todo a los seres humanos. No podemos prever en este momento cuál escenario es probable que surja de esta nueva revolución. Sin embargo, estoy convencido de una cosa: que en el futuro, el talento, más que el capital, representará el factor crítico de la producción”.
( Klaus Schwab: https://www.britannica.com/topic/The-Fourth-Industrial-Revolution-2119734 )
Las constataciones de Stiglitz sobre el sistema económico actual y el pronóstico de Schawb sobre algunos impactos de la futura revolución tecnocientífica basada en la inteligencia artificial pueden ser aceptables, pero no sus conclusiones, y por eso vale referirse al análisis del historiador Donald Saasoon: “Las comparaciones siempre son útiles, pero la verdad es que la crisis de 1929 fue bastante diferente de la actual – no es sorprendente ya que el mundo ha cambiado considerablemente. (La actual crisis) es más globalizada, más financializada en Occidente y con un mundo que solíamos llamar el Tercer Mundo más industrializado. En 1929 algunos miraron a la anterior gran crisis del capitalismo, la Larga Depresión de 1873-96, con la esperanza de aprender algo. Estrictamente hablando, la Larga Depresión no fue tal en el sentido de crecimiento estancado o negativo. Pero los precios bajaron –algo bueno para los consumidores pero desastroso para las empresas. El crecimiento flaqueó, pero nunca se volvió negativo.
Pero la crisis fue global. Hubo un realineamiento de las economías mundiales (esto, después de todo, es lo que hacen las grandes crisis); Estados Unidos reemplazó a Gran Bretaña como la potencia líder, mientras que Alemania se puso al día. Sobre la Gran Depresión el historiador subraya que hacia el año 1936 todo “parecía haber sido resuelto, pero un año más tarde una segunda caída amenazó. La segunda guerra mundial, la más salvaje de todos los tiempos, resolvió la situación, gracias a un súper-estímulo estatal. (John M.) Keynes había dicho que (para crear empleos hasta) valdría la pena pagar a la gente para cavar trincheras y rellenarlas de nuevo. La guerra lo hace mejor: emplea a personas para producir y utilizar armas de destrucción masiva. El resultado eliminó a Europa de cualquier papel de liderazgo en los asuntos internacionales, estableciendo la supremacía política de los EEUU y el ascenso de la URSS como potencia mundial”.
Con el derrumbe de la Unión Soviética en 1991 se crea un nuevo realineamiento de las economías y EEUU alcanza la supremacía mundial (el mundo unipolar) y despliega rápida y eficazmente a nivel “universal” las políticas de “transnacionalización” de la producción y el conjunto de políticas neoliberales que propiciaron un despojo y desindustrialización a escala nunca vista en las economías de Rusia y los ex países de la URSS, pero al mismo no es menos cierto que dio también comienzo a un proceso de desindustrialización en gran parte de las economías de EEUU y demás países capitalistas de Occidente por la ”mudanza” de las líneas de producción a China (particularmente a partir del 2001) y a otros países de Asia que se integraron muy exitosamente en la “globalización” del neoliberalismo sin renunciar –como exigían e hicieron los países occidentales- al papel rector del Estado en asuntos sociales y económicos.
Toda crisis es un realineamiento de las economías y potencias mundiales.
Dos documentos sobre la “Seguridad Nacional” de Estados Unidos de finales del 2017 y comienzo del 2018, o sea al comienzo de la presidencia de Trump, confirman la “amenaza” que para el “mundo unipolar” logrado con la globalización neoliberal representa el realineamiento de las economías y potencias mundiales, y esos documentos son la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) y la Estrategia de Defensa Nacional (SDN).
En las 11 páginas de la EDN que han sido publicadas (13) queda en claro que el “orden internacional” (la supremacía de EEUU) está amenazada por la cooperación entre China y Rusia en el continente euroasiático: “estamos enfrentando un creciente desorden global, caracterizado por el declive en el largamente aplicado orden internacional basado en reglas – creando (así) el ámbito de seguridad más complejo y volátil que hayamos experimentando en memoria reciente. La rivalidad interestatal, no el terrorismo, es ahora nuestra preocupación principal en cuanto a la seguridad nacional de EEUU”. Y la “rivalidad interestatal”, o sea “la re-emergencia de una rivalidad estratégica de largo plazo” como la que existió durante la Guerra Fría, proviene de lo que la EDN califica como “potencias revisionistas”, las que deben ser combatidas para evitar “una disminución de la influencia global de EEUU, el debilitamiento de la cohesión entre los aliados y socios, y una reducción del acceso a los mercados que contribuirá al declive de nuestra prosperidad y niveles de vida”.
(https://www.voanoticias.com/a/eeuu-trump-seguridad-nacional-/4167348.html )
(El texto completo en inglés: https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2017/12/NSS-Final-12-18-2017-0905.pdf https://www.defense.gov/Portals/1/Documents/pubs/2018-National-Defense-Strategy-Summary.pdf)
La EDN, en su octavo párrafo, “reconoce un ámbito de seguridad global crecientemente complejo, caracterizado por desafíos flagrantes al orden internacional libre y abierto y la re-emergencia a largo plazo de rivalidad estratégica entre naciones”, y en el siguiente se afirma que “el desafío central a la prosperidad y seguridad de EEUU es la re-emergencia de la rivalidad estratégica a largo plazo por parte de esas “potencias revisionistas”, y que “es cada vez más claro que China y Rusia quieren modelar un mundo consistente con su molde autoritario – ganando autoridad de veto sobre las decisiones económicas, diplomáticas y de seguridad de otras naciones”.
En el párrafo siguiente de la EDN, focalizado en la acelerada modernización en China con su supuesta política “económica predatoria para coaccionar países vecinos a reorganizar la región Indo-Pacífico a su beneficio”, se afirma que China quiere alcanzar una “hegemonía regional a corto plazo (destinada) a desplazar a EEUU para alcanzar predominio global en el futuro”. La ESN retoma este análisis para plasmarlo en los objetivos del Pentágono y de las agencias de inteligencia y subversión de Washington, lo que explica la actual política del imperialismo, de las andanadas de sanciones comerciales, financiera, monetaria contra Rusia, Irán, Venezuela, Cuba, y en particular la “guerra” económica contra China.
La Gran Recesión y un capitalismo que hace abstracción de la sociedad de clases.
Un aspecto colindante con la situación del “capitalismo imperialista” de nuestra época, y que es de suma importancia cuando se analiza la capacidad de lograr una nueva metamorfosis del capitalismo como propone Stiglitz, son las transformaciones sociales impuestas por la “dictadura de mercado” en las pasadas cuatro décadas.
Al disminuir sensiblemente la relación social entre el capital y el trabajo asalariado típico de la era industrial, esta crisis estructural también “liberó” al capital de sus ataduras sociales, de sus compromisos sindicales y políticos nacidos de las luchas de clases precedentes. Y es así que los trabajadores y las clases medias fueron despojadas rápidamente de las conquistas básicas, sean laborales o sociales, lo que no solamente debilitó las sociedades sino que permitió “castrar” el sistema político que desde sus comienzos acompañó el liberalismo.
Lo que no se puede dejar de lado es el aspecto social y político del liberalismo a ultranza: mientras que en las grandes crisis de la Larga Depresión y la Gran Depresión el capital estaba todavía en ese “casamiento forzado y sin posibilidad de divorcio con el trabajo asalariado”, dixit el sociólogo Zygmunt Bauman (14), y por lo tanto existían y no se podía ignorar las luchas de clases por la presencia activa de los sindicatos y organizaciones políticas de los trabajadores que hacían funcionar hasta los límites permisibles el sistema político liberal bajo la sociedad industrial, o sea que no se permitía que los trabajadores llegaran al poder pero se alcanzaron reformas económicas y sociales importantes que eran beneficiosas para los trabajadores pero también para el progreso del capital, y que colateralmente beneficiaban a la sociedad.
(Z. Bauman : https://hipertextual.com/2017/01/5-ideas-bauman )
En la etapa precedente a la actual Gran Recesión el neoliberalismo transnacionalizó la producción industrial e incluso una parte del sector de los servicios, redujo brutalmente el empleo y precarizó el trabajo asalariado, demolió o debilitó los sindicatos, anuló o redujo sustancialmente los derechos y programas sociales (acceso al seguro de desempleo, a la jubilación, a la salud y a la educación gratuitas, entre otras más) para poner en su lugar los “derechos individuales” (a partir de los años 80). De esta manera vemos que la destrucción de los “derechos sociales” implicó también destruir el mecanismo de las luchas de clases y las armas de defensa de los trabajadores que constituyen el “sistema inmunitario” de ese organismo “cuasi” biológico que es la sociedad, lo que fue necesario para consagrar la inexistencia de las clases sociales porque “la sociedad no existe”.
Quien formuló de manera clara y concisa los objetivos del capitalismo neoliberal de destruir la sociedad mediante la dictadura del mercado fue la (ex) primera ministra británica Margaret Thatcher, para quien “la sociedad como tal no existe” (“there is not such thing as society”), y que lo único que existe son los individuos y su familia, y que “no existe otra alternativa” (“There is not alternative” TINA) al neoliberalismo. Para la señora Thatcher era muy claro en 1979 cuál era el objetivo de este liberalismo: “La economía es el método; el objetivo es cambiar el corazón y el alma” (15)
(Margaret Thatcher: https://www.margaretthatcher.org/document/104475 )
Todas las formas totalitarias han intentado conquistar y cambiar las almas, señala Marc Weinstein (16), añadiendo que “todas han fracasado porque han recurrido a la constricción externa. Queda manifiesto que las almas no se conquistan desde el exterior. Por el momento, sólo el totalitarismo neoliberal parece estar en camino de conseguirlo porque moldea y seduce las almas desde el interior de la ‘libertad’ de cada cual”. Agreguemos que negar la existencia de sociedad y que el objetivo es cambiar el corazón y el alma de los individuos, no es más que la consagración del “mercado” como regulador de los “individuos”, que deben luchar por sí mismos y contra todos los demás, y de paso la negación de la existencia de las clases y luchas sociales, dejando así a la clase trabajadora sin sociedad.
(Marc Weinstein PENSAR EL TOTALITARISMO NEOLIBERAL SEIS TESIS SOBRE TOTALITARISMO http://www.rebelion.org/docs/257466.pdf )
Desde los años 60 y 70 algunos sociólogos estadounidenses que estudiaban la naciente “sociedad de consumo”, las relaciones de producción y el sistema político advertían que se estaba yendo hacia la “masificación” de la sociedad tanto en la vida material como para la manera de pensar y de ser, borrando en los individuos las formas de ser, pensar y actuar en una sociedad en la cual las relaciones de producción (el sistema capitalista) se divide entre los poseedores de los medios de producción y los que venden por un salario su fuerza de trabajo, y que todos ellos en tanto que ciudadanos y para defender sus intereses y derechos (en el fondo antagónicos) actúan y entablan luchas en tanto que clases sociales.
Como la masificación es al tiempo atomización e “indivisión” o imposibilidad de división en clases, la era totalitaria tiende a reemplazar la sociedad por la disociedad, y el individuo, por lo que Günther Anders llama el dividuo o “divisum”, es decir, el ser humano sólo en la multitud, como señala Weinstein, y es por esto hay que “distinguir entre Estado liberal y Estado neoliberal. El primero –el Estado liberal clásico del siglo XIX o el Estado del compromiso liberal social de los años 1945’1975–tiene más bien tendencia a dejar lo social dividirse y articularse en esferas relativamente autónomas. El Estado neoliberal, por su parte, tiende a la indivisión totalitaria bajo el signo de la competitividad”.
Se explica así que a diferencia de las crisis anteriores, donde por la fuerza de los hechos se admitía la existencia de una sociedad de clases que obligaba al sistema liberal a aceptar las luchas de clases en el mundo laboral y la vida social y política, a partir de la dominación de las políticas neoliberales hay una negación y hasta abolición en la práctica de la sociedad para implantar la dictadura de mercado y la institucionalización de la economía exclusivamente en la esfera del sector privado y fuera del alcance del sistema político, lo que en consecuencia llevó a descartar por parte del sistema imperante la necesidad y por consiguiente las posibilidades de soluciones políticas para los grandes problemas económicos y sociales que padecen las sociedades de los países capitalistas avanzados y de la periferia bajo su control.
El principal escollo para cualquiera reforma, por mínima que sea, son los impedimentos que el “orden” neoliberal creó para anular el poder soberano de las legislaturas cuando se trata de legislar o cambiar leyes existentes sobre cuestiones económicas, sociales o políticas que afecten los intereses de las “partes” sujetas a acuerdos de libre comercio o a la extraterritorialidad de las leyes estadounidenses. Esto afecta todo el sector privado de la economía e incluye áreas económicas, sociales y hasta culturales que antes estaban bajo exclusivo control estatal.
En los hechos vemos que estas políticas para favorecer una dictadura del mercado “muro a muro” vació la lucha política de sustancia, ya que si en las elecciones que se celebran como el ritual de la “democracia” en todos los niveles de poder se pueden cambiar los “personajes” que aseguren la “gobernanza”, o sea la administración de un sistema institucionalizado, mediante regulaciones, edictos políticos, salvaguardas constitucionales, entre otros mecanismos, el sistema se asegura que el “poder soberano” (el aparato legislativo y el poder Ejecutivo) no puede cambiar ni una línea o frase del “guion” neoliberal, o sea que la “política” y las “elecciones” solo sirven para elegir a los “actores” que interpretan el guion neoliberal, y quizás por ello últimamente vemos actores y bufones como jefes de Estado.
Weistein se pregunta ¿Cómo puede el lector ciudadano evitar sentirse condenado a la impotencia cívica, ante tal torbellino de aporías? Si la democracia es totalitaria, propagandista, burocrática, en resumen, si tiende a confundirse con un totalitarismo neoliberal, tentado por la megalomanía de las biotecnologías, de la “gobernanza” tecnocrática del mundo, de la economía industrial y financiera, entonces mejor callar. Si queremos hablar con palabras que tengan sentido, probablemente habrá que empezar por señalar el descrédito general de la “clase política” y la crisis institucional profunda que traduce este descrédito. Entendemos entonces que la “democracia representativa” de la era neoliberal tiene poco que ver con una democracia concebida en un sentido mínimamente auténtico. Para que una democracia representativa sea una democracia, hace falta que antes de la representación haya una presencia”.
Y esto lleva a destacar un aspecto que va más allá de lo sucedido a las clases que vivían o viven del trabajo asalariado, porque no podemos pasar por alto que la transformación social también tuvo lugar en la clase capitalista. En las dos grandes crisis anteriores el capital (la burguesía) tenía “nombre y apellido, y dirección conocida” porque la mayoría de capitalistas, ejecutivos y funcionarios convivían con sus trabajadores y empleados en el espacio geográfico en que operaban, aunque en barrios diferentes, algunos de ellos habían creado su empresa y trabajado en ella, y casi todos iban a sus oficinas para vigilar la producción y estar en contacto con sus subordinados y a veces hasta con sus empleados, o sea que esa clase burguesa y hasta sus políticos formaban parte de la sociedad, por supuesto en tanto que “clase capitalista”, que clase dominante.
En la realidad actual la clase dominante (la plutocracia u oligarquía del 0.1% en particular, y también gran parte del 9.9% que le sigue) “no es de este mundo” y es prácticamente invisible para las mayoría de los mortales. Únicamente hay atisbos –durante conferencias, como la de Davos- de la “casta” de expertos, ejecutivos de las corporaciones, funcionarios privados y estatales que hace funcionar y es la base de sustentación de este sistema plutocrático dominado por financieros y rentistas, como recuerda el economista Michael Hudson.
Baste recordar el papel de una parte de la clase capitalista durante la Gran Depresión, cuando
el presidente F. D. Roosevelt –para crear la fuerza política en el Congreso que adoptara su programa para salir de la Gran Depresión-, solicitó la presentación del banquero Marriner Eccles ante el Comité de Finanza del Senado en febrero de 1933, (17) y ahí se vio a un capitalista muy experimentado defender a la sociedad y recordar a los políticos de la clase dominante que la riqueza que amasaban los capitalistas provenía del trabajo, que la explotación del trabajo asalariado era la fuente de la creación de valor, denunciando de paso a los rentistas y financieros como los únicos beneficiarios del sistema vigente, y señalando que el Estado y los capitalistas para sobrevivir tenían, entre otras cosas, la obligación de proporcionar empleos y ayuda para los desempleados industriales y agrarios para superar la depresión, lo que finalmente no es nada novedoso si recordamos que el capitalismo industrial se desarrolló en Inglaterra, EEUU y otros países luchando (a veces a muerte) contra la aristocracia y las finanzas, contra los rentistas que parasitaban el sistema.
( M. Eccles: https://fraser.stlouisfed.org/files/docs/meltzer/ecctes33.pdf https://en.wikipedia.org/wiki/Marriner_S._Eccles )
La desagregación o desintegración social que es visible actualmente en las sociedades de los principales países capitalistas que tienen un sistema político basado en los principios neoliberales puede explicar una parte de la incapacidad política que manifiestan los gobiernos de esos países para efectuar un mínimo de reformas que estabilicen la economía y la sociedad. Dicho de otra manera, el sistema político liberal fue creado para hacer perdurar el capitalismo en sociedades de clases, o sea para dirimir los problemas en términos que no pusieran en peligro la dominación del capital industrial, para mantener el sector financiero subordinado al sector industrial, y sobre todo para que no se llegara a una confrontación final entre el capital y el trabajo asalariado, a una revolución para que el pueblo trabajador llegase al poder.
Pero desde hace unas cuatro décadas hubo una transformación de las partes de esta confrontación que debería tener lugar en el sistema político. El capital dominante no es el industrial sino el financiero, el cual no se digna a pertenecer a la sociedad porque es antisocial –toda su vida transcurre en el incognito, fuera de las ciudades y en propiedades aisladas-, porque se sabe y se siente armado con todos los poderes y las fuerzas del Estado y de los medios de comunicación, y frente a él tenemos en los países desarrollados un pueblo trabajador desarmado porque se han debilitado o destruido sus “músculos”, los sindicatos, se ha minado o subvertido con ideologías reaccionarias los partidos políticos que lo representaban, se han eliminado o desvirtuado los derechos sociales que son colectivos por naturaleza, y porque controlando los medios de comunicación el sistema ha logrado imponer su hegemonía en el “sentido común” de los “individuos”, término que solo tiene sentido como la unidad no divisible y participante en tanto que “ciudadano” en una sociedad necesariamente dividida en clases en cualquier sistema capitalista, o sea ser una parte “indivisible” de ese “organismo social” que los seres humanos crean a partir de las condiciones objetivas de la relación social dominante en el sistema de producción.
Esta “transformación” de la clase dominante podría también explicar el hecho de que en prácticamente todos los países capitalistas desarrollados domine el “pensamiento único” del neoliberalismo thatcherista y que quienes tienen a su cargo la “gobernanza” den pruebas cotidianas de un alto nivel de incapacidad, de prepotencia y estupidez cuando se trata de entender la magnitud de los problemas socioeconómicos nacionales e internacionales existentes, y que a nivel de las burocracias estatales es dominante el sumamente estrecho “pensamiento único” por el “sentido común” generado desde hace décadas en las universidades, todo lo cual muestra los límites concretos de los llamados a efectuar ciertas reformas por parte de economistas y hasta de algunos multimillonarios.
No hay “agua bendita” para el capitalismo neoliberal en la encíclica del Papa Francisco.
El 18 de junio del 2015 el Papa Francisco dio a conocer la encíclica Laudato Si, que define en el contexto actual los criterios de la “doctrina social” de la iglesia católica y que es sin duda una crítica muy clara y profunda de todos los aspectos del capitalismo neoliberal y globalizador, desde los económicos hasta los sociales y culturales, y de sus consecuencias catastróficas para el destino del hábitat de los seres humanos, del planeta. Esta vez el Vaticano no define el “bien común” como una defensa del capitalismo existente.
Habría mucho que citar de esta encíclica, pero limitémonos a señalar que en lugar de agitar la amenaza de revolución social que amenace el “bien común” o la “casa común” del capitalismo (León 13), o de proponer la cooptación corporativista para mantener el sistema vigente (Pio 11), en la actual crisis del capitalismo y del imperialismo que lo sustenta el Vaticano plantea la necesidad de cambios estructurales profundos, económicos, sociales y políticos.
Refiriéndose específicamente a la crisis del 2007-2008, en el apartado 189 la encíclica de Francisco dice que “la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación. La crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo” (18)
(De Las Cosas Nuevas (Rerun Novarum de León 13 en 1891), Cuadragésimo Aniversario (Quadragesimo Anno de Pio XI en 1931), y Sobre el cuidado de la Casa Común (Laudato Sí Papa Francisco, 2015).
Si en la encíclica Francisco hace una extensa crítica social, económica, política y cultural del neoliberalismo, fue en un discurso ante los movimientos sociales en Bolivia donde ofreció una síntesis y la necesidad de actuar, señalando de antemano que el sistema dominante «ha impuesto la mentalidad del beneficio a cualquier precio, sin preocuparse por la exclusión social ni por la destrucción de la naturaleza”, resaltando que “este sistema ya es intolerable: los trabajadores agrícolas lo encuentran intolerable, los trabajadores lo encuentran intolerable, las comunidades lo encuentran intolerable, los pueblos lo encuentran intolerable. La tierra misma -nuestra hermana, la Madre Tierra, como diría San Francisco- también lo encuentra intolerable». El mundo entero necesita “respuestas globales a los problemas locales. La globalización de la esperanza, que nace de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir esta globalización de la exclusión y la indiferencia”. (19).
(Discurso de Francisco en Bolivia: http://www.archivioradiovaticana.va/storico/2015/07/10/queremos_y_necesitamos_un_cambio,_el_papa_en_el_ii_encuent/es-1157324 )
Y yendo mucho más lejos que las críticas de economistas, elaborando sobre la necesidad de lograr un sistema multilateral más justo en el plano internacional el Papa dijo que “hay que reconocer que ninguno de los graves problemas de la humanidad se puede resolver sin interacción entre los Estados y los pueblos a nivel internacional. Todo acto de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en el todo en términos económicos, ecológicos, sociales y culturales. Hasta el crimen y la violencia se han globalizado. Por ello ningún gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad común. Si realmente queremos un cambio positivo, tenemos que asumir humildemente nuestra interdependencia. Pero interacción no es sinónimo de imposición, no es subordinación de unos en función de los intereses de otros. El colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas y todos los males que vienen de la mano… precisamente porque al poner la periferia en función del centro les niega el derecho a un desarrollo integral. Eso es inequidad y la inequidad genera violencia que no habrá recursos policiales, militares o de inteligencia capaces de detener”…“Digamos NO a las viejas y nuevas formas de colonialismo. Digamos SÍ al encuentro entre pueblos y culturas. Felices los que trabajan por la paz.”