Martin Jacques , académico y analista político británico
Europa tiene con China con un enorme problema: los europeos no entendemos a China. Peor aún, ni siquiera somos conscientes de este hecho. Insistimos en ver el mundo a través del prisma occidental. Ninguna otra tradición, historia o cultura se puede comparar con nosotros; nuestra cultura es superior a todas, en consecuencia todas las demás son inferiores.
Esta visión no habla precisamente de sabiduría sino de ignorancia. No es expresión de cosmopolitismo sino de provincialismo. El eurocentrismo – o quizás deberíamos decir el centrismo occidental – esta impidiendo que comprendamos un mundo tremendamente diverso.
Esta mentalidad amenaza con convertirse en una gran desventaja en momentos que entramos en una era en la que occidente experimenta un declive sostenido y las naciones emergentes se convierten en actores importantes y China se transforma en una gran potencia.
En otras palabras, aquellos países y culturas que menospreciamos se están convirtiendo en las protagonistas del mundo. ¿Como percibir el cambio si nos negamos a comprender otras maneras de ser?¿Cómo nos verán si consideramos su cultura como inferior? ¿Que pensarán si despreciamos su cultura y sus políticas?
Con el prisma occidental China nos preocupa por asuntos como: la ausencia de una democracia al estilo occidental, la supuesta falta de derechos humanos, la situación del Tíbet, la contaminación ambiental, etc. Y estos son sólo tópicos mediáticos de una larga lista de prejuicios.
No estoy argumentando que tales cuestiones no importan, pero la insistencia en juzgar a China en nuestros propios términos desvía a Occidente de una tarea mucho más importante: entender a China en sus propios términos. Si no lo hacemos, entonces, simplemente, nunca la entenderemos.
En las últimas cuatro o más décadas los sinólogos occidentales han fallado siempre: vaticinaron una inminente caída del régimen después de Tiananmen, una apremiante desintegración del país, un insuficiente crecimiento económico.
En realidad de lo que se predijo nada a sucedido. China ha tenido un crecimiento económico fenomenal durante más de treinta años y su régimen político goza de mayor legitimidad y prestigio que en cualquier otro momento de su historia.
Nuestros juicios – o más bien prejuicios- sobre China no nos permiten comprender a la nación asiática. Puede que no sea una tarea fácil. China es profundamente diferente de Occidente en las cuestiones básicas.
Quizás la diferencia más importante es que no es un estado nación en el sentido europeo del término. Cualquiera que sepa algo sobre China debe saber es mucho un país más antiguo que cualquier estado-nación occidental
China, como la conocemos hoy, data del 221 A de C., esa fecha marcó el final del período de los Estados Combatientes y la constitución del Imperio Qin, cuyas fronteras abarcaron la parte más poblada en la mitad oriental del país actual.
Durante más de dos milenios, los chinos se consideraron a sí mismos como una civilización más que como una nación. Las características definitorias que le dan a pueblo Chino su identidad no emanan del siglo XIX.
Es un error describir a China como un estado al estilo occidental. China es una civilización mas que un estado. Una civilización con una cultura confuciana, con una relación especifica entre la sociedad y el estado, con un culto ancestral por la familia, con importantes redes de relaciones personales, con una gastronomía tradicional, y, por supuesto, con un lenguaje que tiene una relación inusual entre la forma escrita y la hablada.
Las implicaciones son profundas. En Europa y en Estados Unidos la identidad nacional es un producto de la era de los estados-naciones. Por el contrario, la identidad en China ha sido moldeado en dos milenios principalmente por una civilización- estado.
Aunque hoy China se describe a sí misma como un estado-nación, sigue siendo esencialmente una civilización en términos de historia, cultura, identidad y manera de pensar. El estado-nación no es más que la superestructura de una identidad cultural.
China, como civilización-estado, tiene dos características principales. En primer lugar, una longevidad excepcional, que se remonta antes de la ruptura del Imperio Romano. En segundo lugar, un gran tamaño tanto geográfico como demográfico, con una sorprendente diversidad.
Contrariamente a la creencia occidental China no está centralizada, de hecho habría sido imposible gobernar un país, ahora o en el período dinástico con una estado centralizado y totalitario. Simplemente China es demasiada grande y diversa.
La idea de China como un estado-civilización es un elemento fundamental para entender a China en sus propios términos. La relación entre el estado y la sociedad en China es muy diferente a la de Occidente.
Contrariamente a la suposición occidental el actual estado chino goza de mayor legitimidad que cualquier estado occidental. Hemos llegado a suponer que la legitimidad del Estado se apoya en un proceso basado en el sufragio y la competencia entre partidos. Si fuera esto cierto el estado italiano disfrutaría de una sólida legitimidad cuando en realidad los italianos tienen una desconfianza crónica de su estado .
La razón por la cual el estado chino disfruta de esta formidable legitimidad no tiene nada que ver con la democracia al estilo occidental, su legitimidad está en que el estado es visto como el guardián y defensor de la civilización china. La máxima prioridad política y la tarea sacrosanta del estado chino es mantener la unidad, la cohesión y la integridad de la civilización china.
A diferencia de Occidente, donde vemos al estado con sospecha, hostilidad, y como un extraño, en China se ve al estado como parte de la familia, como el cabeza de familia; curiosamente, en este contexto, el término chino para nación-estado es ‘nación-familia’.
La mayoría de las naciones con mucha población son multirraciales: India, Estados Unidos, Indonesia y Brasil . En China más del 90 por ciento se piensan a sí mismos como una raza, los Han. Pero por supuesto, los chinos saben que los Han son producto de muchas razas diferentes. Los Han originales se han debilitado hasta tal punto que estas diferencias son ahora insignificantes como resultado de un proceso milenario de fusión cultural, racial y étnico entre razas diversas .
Nunca entenderemos a China si persistimos en tratarla como si fuera un producto de nuestra propia civilización. Nuestra actitud hacia China es producto de la arrogancia y la ignorancia. La mentalidad que hemos heredado debe cambiar si queremos entender el nuevo mundo que se está desarrollando ante nosotros.