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Claves de un Estado criminal: Dios, patria y capital

11 agosto, 2020 by obsadmin Dejar un comentario

EEUU HA SIDO EL ÚNICO PAÍS CONDENADO POR LA CORTE INTERNACIONAL DE JUSTICIA DE LA HAYA POR COMETER ACTOS DE TERRORISMO INTERNACIONAL

Por Ángeles Diez, Dra. en CC Políticas y Sociología, profesora de la Universidad Complutense, Madrid

«Los fundadores de la Nueva Inglaterra eran a la vez ardientes sectarios y renovadores exaltados. Unidos por los lazos más estrechos de ciertas creencias religiosas, se sintieron libres de todo prejuicio político» (A. Tocqueville)

Empecemos por Obama. Porque ni Donald Trump es un desquiciado ignorante ni Obama fue un inteligente progresista. En contra de la imagen hábilmente construida por su maquinaria de relaciones públicas, Obama (con su fiel escudera Hillary Clinton), sembró el planeta de guerra y reemplazó la captura de presuntos terroristas de la Administración Bush por el asesinato -así lo describe el periodista de investigación Jeremy Scahill1-.

No fue Trump quien autorizó el bombardeo de Yemen (2009), ni quien invadió el espacio aéreo de Paquistán para ajusticiar a Bin Laden (2011), ni fue él quien asesinó a ciudadanos estadounidenses en Yemen (2011). Tampoco fue Trump quien declaró a Venezuela una «amenaza inusual y extraordinaria» en dos ocasiones (2015 y 2017), ni quien incrementó las operaciones encubiertas en todo el mundo. Tampoco fue él sino Obama quien nombró director de la CIA a John Brennan -defensor de las «técnicas mejoradas de interrogatorios» (tortura) y artífice de los ataques con drones- (2013).

Cuando analizamos la política internacional imperialista de EE.UU. y reducimos nuestro análisis a factores de orden geopolítico, estratégico o económico no conseguimos explicarnos actuaciones aparentemente irracionales que van incluso en contra de sus intereses nacionales a medio o largo plazo. Acabamos asignando a sus presidentes un marchamo de maldad y crueldad irracional que nos sitúa mal a la hora de desarrollar estrategias de resistencia y confrontación con el imperialismo. Más allá de las diferencias evidentes entre Obama y Trump, o entre Clinton y Bush, o entre Carter y Reagan, existe un hilo conductor que une las distintas administraciones, ya sean demócratas o republicanas, una lógica común que se sitúa en un espacio ideológico o, más bien, teológico-político.

De modo que, no hablemos de un presidente, ni de una determinada administración. Hablemos de un Estado, hablemos de la génesis de un Estado que desde el mismo momento en que se constituyó como tal emprendió una cruzada expansionista hacia el Oeste con la biblia en una mano y el fusil en la otra.

Saqueadores de tierra y exterminadores de indígenas. Porque la expansión del nuevo Estado no fue simplemente una guerra por la supervivencia contra Inglaterra, decía Howard Zinn, sino una guerra para el desarrollo de la economía capitalista en donde la tierra era fundamental para los especuladores ricos (incluido George Washington).

Una república fuerte y grande, argumentaban los padres fundadores 2, necesaria para proteger mejor los intereses de la comunidad frente a las «fracciones» internas y los enemigos externos. Una patria, en fin, con un sistema y una organización política diseñada contra las mayorías, por y para las élites económicas 3. Los principios de liberalismo -libertades civiles, imperio de la ley y libre mercado- al servicio de La riqueza de las naciones (Adam Smith, 1776) formaron parte del ADN del nuevo Estado y se mantienen hasta hoy en que la hegemonía estadounidense declina irremediablemente.

EEUU vino al mundo como un Estado capitalista, sin el lastre feudal de la vieja Europa, dispuesto a materializar un proyecto bíblico no sujeto a más principio moral que la acumulación de riqueza. Así, la guerra de EEUU contra el mundo es una guerra sin fronteras y sin límites, como tampoco puede tenerlos el Capital.

No es que los Estados europeos del XIX, en plena expansión territorial repartiéndose África y Oriente, fueran menos crueles, piénsese en el Congo -que antes de ser belga fue del sanguinario Leopoldo II-, o en la India británica. Pero ocurre que cuando EE.UU. toma el relevo de la hegemonía mundial después de la Segunda Guerra Mundial la profecía del Destino manifiesto, sobre la que se construyó el nuevo Estado, ya iba de la mano de un desarrollo técnico sin precedentes. Por eso, la advertencia de Eisenhower 4 sobre el peligro que supondría la influencia del complejo industrial militar caería en saco roto, y por eso, las distintas formas de guerra con las que siembran el mundo son una consecuencia lógica de un sistema y una ideología imparables desde el ámbito de la razón o desde los principios morales.

EEUU emprendió el dominio del mundo inspirado en una religión civil de base puritana y calvinista 5 que fue el fundamento de su visión de pueblo elegido cuya misión sería guiar al resto de las naciones. Con esta base ideológica se han convertido en el Estado criminal más mortífero de la historia.

¿Por qué el más cruel de los Estados? Porque hablamos de un Estado moderno, guiado por una racionalidad técnica capitalista y una religiosidad fundamentalista de corte racista, ambos factores se han retro