WOLFGANG STREECK, DIRECTOR EMÉRITO DEL INSTITUTO MAX PLANCK DE ALEMANIA
El presidente Biden todavía no ha tomado posesión de su cargo y, sin embargo, el suspiro de alivio en la elite política europea es ensordecedora: ¡cualquiera menos Trump!
En Alemania, la gente siempre tiene una idea sobre quiénes deben ser o no ser elegidos en otras naciones, el 95 por ciento, se regocija que Trump salga de escena. Obsérvese, sin embargo, que, si bien Trump deba dejar de ser el presidente de Estados Unidos, existe una alta probabilidad (a no ser que vaya a la cárcel) que continúe ejerciendo una poderosa presencia como líder de una potente oposición en su país.
En cualquier caso, confiando en la vuelta a “los buenos viejos días de la híper-globalización y esperando que el “populismo” se disuelva en la noche, los políticos europeos se embelesan con felices “narrativas” sobre la gobernanza global multilateral sometidas a reglas del viejo buen orden liberal internacional.
Por el momento, sabemos que Alemania ya está dispuesta a comprometerse (y no ella únicamente sino Europa también) en una estrategia anti-rusa, tan preciada por el establishment militar estadounidense
En la primera fila de esa política se encuentran los alemanes y en Bruselas Frau von der Leyen trabaja sin descanso para expresar su entusiasmo transatlántico. Habrá que incluir su temprana carta de amor a Washington como una oscura promesa: “los europeos” compartirán a partir de ahora una “cuota mayor de la “carga común” y asumirán una mayor “responsabilidad con Occidente”.
¿De qué carga se trata? ¿De qué responsabilidad estamos hablando? ¿Qué “hemos” dejado de hacer correctamente en el pasado, pero que sí “haremos” en el futuro, ahora que un mal presidente es sustituido por un buen presidente?
Lo que está en juego es el compromiso de los Estados miembros de la OTAN de elevar su gasto de “defensa” hasta el 2 por ciento de su PIB respectivo. La promesa, hecha en 2002, un año después del 11-S y dos años después del ascenso de Putin al poder en Rusia, fue renovada durante la presidencia de Obama (¡y Biden!) en 2015 y el fracaso a la hora de cumplirla constituyó la médula de la retórica desplegada por Trump contra la OTAN.
Dado que Francia y el Reino Unido siempre han gastado más del mencionado 2 por 100, por no hablar de Estados Unidos, esta demanda se dirigía esencialmente a Alemania, país en el que el gasto de defensa se situaba y todavía se sitúa entre el 1,1 y el 1,3 por 100 del PIB.
La locura anti-rusa
Los alemanes, con independencia del lugar en que se sitúen en el espectro político (Die Linke no incluida) confían en que si los miembros europeos de la OTAN, sobre todo Alemania, enmiendan su comportamiento, Estados Unidos, bajo la presidencia de Biden, re-descubrirá su amor por Europa y las relaciones transatlánticas volverán a ser de nuevo de paz, amistad y abundancia.
Satisfacer el objetivo del 2 por ciento se hace más fácil y más difícil con el coronavirus: más fácil, porque dado el declive del PIB el gasto constante en defensa puede que no crezca; más difícil, porque tras el coronavirus los Estados precisarán el poco dinero público no utilizado para reconstruir sus economías y sus sociedades.
La esperanza radica en que el encantador Joe, a diferencia del malvado Donald, tome las buenas intenciones por hechos efectivos y se contente con menos que Trump. A cambio, Alemania está dispuesta a comprometerse, no ella únicamente, sino Europa también, con la estrategia anti-rusa tan preciada para el establishment militar estadounidense. Para el ala “Clintoniana” del Partido Demócrata y para el ala “Bushiana”, si es que todavía existe, del Partido Republicano reiniciar la estrategia contra Rusia sería un éxito (Una de las razones por las que los militares odian a Trump era porque intentó, con sus torpes maneras, concluir la confrontación con Rusia).
Esa estrategia consiste en mantener a Rusia bajo presión constante mientras se procede a la destrucción de su “cordon sanitaire” y se absorbe a sus países vecinos en alianzas occidentales entre las que se cuenta la Unión Europea. Esto incluye anclar a Polonia y a los Balcanes firmemente en el campo occidental y atraer también a Ucrania (recordemos al hijo de Biden, llamado Hunter, quien durante un breve periodo se sentó en el consejo de administración de una compañía energética ucraniana, percibiendo por ello la respetable cifra de 50.000 dólares mensuales, aunque no tenía ni tiene la más remota idea sobre asuntos energéticos).
A la postre, una vez que Putin haya abandonado la escena, Rusia misma podría “abrirse a Occidente”, como parecía que iba a suceder antes que Putin se impusiera a Yeltsin, el favorito estadounidense.
Si ello funcionará o no, está lejos de ser claro, pero da igual porque no lo está la claro es la capacidad de Alemania para cumplir con los recursos económicos requeridos para construir su propio ejército. En 2019, antes del coronavirus, la estimación oficial de la consignación presupuestaria asignada por el ministro de Defensa contemplaba un incremento hasta el 1,5 por ciento del PIB para 2025, mientras que el ministro de Finanzas contemplaba su reducción (¡!) al 1,26 por ciento hasta 2023.
La oferta de Alemania a Biden, graciosamente hecha en nombre del conjunto de Europa, no está exenta de riesgos. Si Alemania satisface el objetivo de dedicar el 2 por ciento de su PIB a gastos de defensa, su presupuesto militar superaría aproximadamente en un 40 por 100 al gasto actual efectuado por Rusia por ese mismo concepto.
Para igualar ese volumen de recursos invertidos por Alemania, la Federación Rusa debería gastar no menos del 3,8 por ciento de su PIB. Recordemos la observación realizada por Obama en una conferencia de prensa concedida en 2014: “Rusia es una potencia regional que amenaza a algunos de sus vecinos no por exceso de fuerza, sino por exceso de debilidad”.
Desde que Alemania firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear en 1965, todo nuevo gasto militar del país debe limitarse a las fuerzas convencionales del tipo de una guerra terrestre. (La memoria rusa de los tanques alemanes aproximándose a Moscú es tan vívida como la de los tanques alemanes llegando a París).
La superioridad convencional alemana podría estimular a los países vecinos de Rusia a aproximarse a Occidente, como hizo Ucrania, a lo cual Rusia contestó recuperando la península de Crimea. De otro modo, la respuesta rusa al incremento de las fuerzas militares convencionales alemanas únicamente puede consistir en el fortalecimiento de su fuerza nuclear disuasoria, lo cual de hecho ya está sucediendo.
El país más amenazado por este escenario sería la Alemania no nuclear. A cambio de su renuncia a las armas nucleares, Estados Unidos prometió en la década de 1960 colocar al país bajo la protección del paraguas nuclear estadounidense. El eventual cumplimiento de tal promesa en caso de una confrontación europea siempre fue objeto de preocupación para los gobiernos alemanes y más que nunca durante el gobierno de Trump.
Para tranquilizar a Alemania, Estados Unidos instaló bombas nucleares en territorio alemán (un tipo de tranquilidad realmente intranquilizante; nadie, ni siquiera el gobierno alemán, sabe cuántas son y dónde están localizadas) y más de 40.000 efectivos organizados como fuerza de respuesta rápida para el caso de que los rusos procedieran a atacar a Alemania. (Trump trasladó algunas de estas tropas a Polonia, lo cual preocupó enormemente al gobierno alemán).
Además, Alemania persuadió a Estados Unidos para que permitiera que sus bombarderos transporten bombas nucleares con destino a Rusia en caso de que las cosas se pusieran realmente feas, lo cual, por supuesto, se produciría únicamente bajo mando estadounidense o de la OTAN, que es lo mismo. A cambio, Alemania está dispuesta a vivir con una Rusia cada vez más nerviosa ante el cercamiento occidental.
¿Existe una alternativa para Alemania y Europa?
Francia, como Estados Unidos, quiere que Alemania se rearme hasta el límite del 2 por ciento de su PIB (únicamente con armamento convencional obviamente) no en nombre de la armonía transatlántica, sino en pro de lo que llegará a ser el “ejército europeo”, idea extrañamente popular entre los liberales de izquierda alemanes.
Francia ha deseado durante mucho tiempo que Europa haga las paces con Rusia, ya que así tendría las manos libres en África para librar sus guerras contra el “fundamentalismo islámico” y para aprovisionarse de tierras raras y otras materias primas.
La idea es que las tropas europeas, esto es, básicamente alemanas, colme el vacío de fuerzas convencionales del arsenal francés generado por el alto coste de su armamento nuclear. Desdeñando a la OTAN e intentando el acomodo con Rusia, Trump de algún modo era funcional para este diseño razón por la cual las congratulaciones francesas a Biden se antojan menos entusiastas que las alemanas.
Con su asiento en el Consejo de Seguridad y su fuerza nuclear (activos que en ningún caso serán compartidos con Alemania o con “Europa”) Francia se siente lo suficientemente fuerte para construir a Europa como una tercera fuerza global capaz de rivalizar tanto con China, como con Estados Unidos.
Alemania, por su parte, espera que Biden le ahorre la elección entre Escila y Caribdis, permitiéndole amablemente permanecer bajo la protección militar estadounidense sin tener que, de algún modo, enemistarse con Francia y, por consiguiente, erosionar la “integración europea” bajo hegemonía alemana.
Tan solo hace unos días, el pasado 16 de noviembre, Macron atacó al ministro de Defensa alemán y a la propia Ángela Merkel en una entrevista concedida al periódico digital “Le Grand Continent” con una agresividad sin precedentes por no apoyar- dijo- su llamamiento en pro de la “soberanía estratégica europea”, esto es, a todos los efectos la soberanía estratégica francesa.
Es urgente que el resto de Europa –y en particular la izquierda europea– piense la manera de evitar que sus intereses nacionales vitales queden subordinados bien a Estados Unidos (que parece han dejado de estar unidos) o bien a una nueva ronda del viejo aventurerismo imperialista francés, ahora disfrazado de europeo, en Oriente Próximo ( Siria) y en África (¿recuerdan Libia?).