LORENZO LODI, PERIODISTA ITALIANO
En los últimos años, el rápido desarrollo de la inteligencia artificial (IA) y la economía digital ha impuesto en el debate público el tema del «fin del trabajo»; una preocupación que vuelve cíclicamente desde los albores del capitalismo industrial, pero que en el actual contexto de «la segunda era de la máquina» – o la «cuarta revolución industrial» [1] – promete transformarse en una realidad concreta.
El tema parece particularmente relevante, en un momento en que la pandemia a dado un gran impulso a los procesos de centralización del capital en manos de las «Big Tech», incluso cuando los confinamientos han demostrado la sociedad contemporánea mantiene el trabajo para cientos de millones de personas.
Nunca como en marzo de este pareció tan cierta la advertencia de Marx en una carta a Kugelman: si se suspende el trabajo, no me refiero a un año, sino a unas cuantas semanas, la mayoría de los países caerían, esto es algo que hasta los niños saben” [2].
Dicho esto, los medios de comunicación y el bombo académico sobre las implicaciones de las nuevas tecnologías basta para darse cuenta de la seriedad del tema. Para analizarlo, hemos buscado algunas interpretaciones en las páginas de dos libros publicados en los últimos meses: «Revolución Globótica» de Richard Baldwin y «Esclavos del Clic» de Roberto Casilli.
Inteligencia Artificial: ¿sustitución o degradación del trabajo?
Richard Baldwin es un experto en economía internacional y un alumno del economista keynesiano Paul Krugman. Para él la Inteligencia Artificial (IA) llegara rápidamente a reemplazar toda una serie de tareas típicamente terciarias, que se encontraban parcialmente a salvo de la ola de automatización de las últimas décadas.
Las técnicas de «aprendizaje automático», llevarían a la superación de la famosa «paradoja de Moravec», según la cual sería más fácil automatizar operaciones humanas complejas, como el cálculo matemático, que actividades aparentemente triviales, como reconocer un rostro, conducir un vehículo, traducir un texto, etc.
Además, en sinergia con las plataformas digitales, la inteligencia artificial ayudaría a «reemplazar» a los trabajadores de los países occidentales por los del tercer mundo, incluidas las profesiones «liberales» que permanecían más o menos inmune al aumento de la competencia internacional dictada por la globalización.
Para Baldwin los algoritmos de traducción automática permitirían a millones de graduados asiáticos, latinoamericanos y africanos superar las barreras lingüísticas que todavía presionar a los empleadores europeos y norteamericanos obligándolos a preferir a los ingenieros, abogados, e informáticos occidentales, a pesar de sus mayores costos económicos.
Según los datos que utiliza Baldwin (del Instituto McKinsey) en los próximos años desaparecerá alrededor del 40 por ciento de este tipo de trabajo. Sin embargo, su visión es optimista a largo plazo: las nuevas tecnologías aumentarían la riqueza general, reducirían los costos y aumentarían la productividad, mientras que las necesidades determinadas por el desarrollo crearían una serie de puestos de trabajo en aquellas tareas con un alto contenido «relacional» y de «toma de decisiones»; unas tareas que la IA no puede asumir.
El economista no subestima el alcance de una «crisis de adaptación» y teme la posibilidad que los trabajadores sustituidos por robots se sumen a los empleados sustituidos por la IA, empobreciendo a sectores profesionales, frente a unas élites que se han beneficiado de estas transformaciones.
Baldwin teme que avancen las fuerzas reaccionarias con el crecimiento de las fuerzas populistas de derecha. Por tanto, afirma, todo dependerá de la capacidad de los gobiernos para implementar y generalizar políticas de “flexi-seguridad” como el modelo danés y favorecer la formación permanente de la población activa.
El punto de vista de Casilli es diferente. Comienza por discutir las debilidades empíricas de los informes sobre la desaparición de millones de puestos de trabajo -según algunos cálculos, sólo alrededor del 9% de los puestos de trabajo serían eliminados- y denuncia las hipótesis catastróficas como una herramienta ideológica para aumentar el chantaje a los trabajadores y sindicatos.
El eje de su argumento es una observación aparentemente trivial: el paradigma de la automatización se basa en la enorme cantidad de trabajo necesario para entrenar algoritmos, cuya eficacia, a su vez, esta basada en la capacidad de producir generalizaciones estadísticas a partir de la experiencia humana.
Además, si para Baldwin, la IA favorece la expansión de las plataformas digitales globalizadas, para el autor ítalo-francés, estas son, en cambio, un freno a la inteligencia artificial, porque permiten “delegar en millones de trabajadores de bajo costo operaciones que de otro modo podrían automatizarse”.
Y no solo por eso, el «aprendizaje automático» sólo se puede nutrir de datos resultantes del trabajo humano, muchas veces producidos por trabajadores reales ubicados en el sudeste asiático, Rumania, Medio Oriente, etc. Como se ha demostrado, explica, muchas de estas soluciones «tecnológicas» están sustentadas completamente por la actividad humana.
El mejor ejemplo es, quizás, la aplicación Amazon Mechanical Turk, un recurso que utiliza Amazon para que millones de proletarios digitales, trabajen por unos céntimos realizando micro- operaciones que le permiten a la empresa transnacional ahorrarse el desarrollo de procedimientos automáticos.
Por lo tanto, en la reflexión de Casilli sobre la inteligencia artificial y el trabajo digital es crucial una creciente degradación y subordinación del trabajo, más que su desaparición. Si bien la estructura en red de las plataformas sugiere democracia y horizontalidad, en realidad actúan como «vectores» hípercentralizados que median entre los consumidores y una red dispersa de «colaboradores», logrando así fragmentar y hacer más simple y rutinario el trabajo.
En el caso del mencionado Amazon Mechanical Turk, la empresa puede hacer que cientos de “turkers” escriban unas pocas líneas de código, reduciendo así al máximo el número de ingenieros involucrados en el desarrollo. Además, subraya el sociólogo, la economía digital se basa en relaciones contractuales que replican modelos difundidos en los albores del capitalismo – trabajo a domicilio – solo formalmente autónomo y a destajo – pero van de la mano con formas extremadamente modernas de disciplina, tan duras como el hierro.
“Trabajo digital”, valor y explotación. La relevancia del análisis de Marx
Como se desprende de este breve resumen, los ecos del análisis de Marx son importantes en el estudio de Casilli, aunque, se aleja del marxismo porque incluye en la categoría de «trabajo digital», no sólo a los nuevos trabajadores digitales, sino a todos usuarios en línea, como productores de datos y contenidos que son explotados por las plataformas como “trabajo libre”.
Lejos de la desaparición del trabajo, las nuevas tecnologías marcarían por tanto la completa absorción del ámbito del consumo en el de la producción. En efecto, el primero asumiría un lugar particularmente relevante, en la medida que el valor ya no consistiría en la capacidad de estandarizar el trabajo típicamente fordista («en transformar calidad en cantidad»), sino en la producción de conocimiento en general, un tema tomado de la tradición “post-operatoria”.
Así, la teoría del valor trabajo de Marx perdería su significado, en la medida en que la empresa como organización destinada a reducir costos, eliminaría la necesidad de negociar constantemente el precio del trabajo, a través de relaciones contractuales con los sindicatos.
En este sentido, el valor ya no radicaría en la capacidad de regular directamente el trabajo, sino en aquellos procesos computarizados que permiten su tercerización y en todas aquellas actividades de creación de datos y contenidos (como escribir un post en Facebook, realizar una búsqueda de Google, un pedido a Just Eat, etc.) En definitiva, el valor de los datos – del que se apropian las plataformas- sería el definitorio para la acumulación de capital
Sin embargo, si hacemos caso acríticamente a esta hipótesis ¿cómo se determinaría el valor de cambio si el trabajo concreto de los usuarios es creado por los algoritmos, los servicios y los «anuncios» dirigidos a quienes proporcionan los datos?
Para responder a esta pregunta, el análisis marxista sigue siendo válido y actual: el trabajo que crea valor de cambio no es un tipo particular de trabajo útil, sino el que se inserta en relaciones específicas de producción de mercancías. En resumen, es trabajo abstracto, tiempo de trabajo socialmente necesario para que los agentes económicos puedan ajustar su producción y así participar en la distribución de la riqueza social que beneficia al empresariado a través del intercambio monetario (el dinero es trabajo abstracto en una forma objetiva universal) [3].
En realidad, un trabajador de Plataforma (Uber, Deliberoo, Amazon, etc.) lo que intercambia en el mercado de trabajo es su mano de obra (fuerza de trabajo), pues está obligado a venderla por un salario al no tener los medios de producción; categoría en la que Casilli incluye acertadamente a las plataformas, los medios de comunicación y los algoritmos.
De hecho, es sólo en virtud de esta relación de dependencia el Sistema capitalista- poco importa si se encarna en plataformas digitales – puede imponer la ley del valor al trabajo y extraer plusvalía (la diferencia entre el valor de la mano de obra y los bienes necesarios para reintegrarla incorporada en los salarios) [4].
Lo que define la función de la empresa no es, por tanto, la reducción de costes en abstracto, sino el aumento de la plusvalía que se produce – históricamente – al perfeccionar la separación del trabajador de los medios de producción, objetivando un proceso de trabajo que se convierte cada vez más en una función simplificada, fragmentada y disciplinada.
Esta es la «subsunción real del trabajo al capital» [5], otro concepto que sigue siendo relevante hoy en día y que es una de las piedras angulares de la teoría de Marx. Desde este punto de vista, la digitalización y datificación de los procesos productivos, o el ataque de “opacidad al trabajador” que lo acompaña ( falsos autónomos), representan una fuerte continuidad con el fordismo-taylorismo [6].
El consumidor digital es en una forma acentuada «un creador de información» para el capital [7]. Un pasajero conectado a Uber, Deliveroo, etc. produce con su actividad los datos que la plataforma utiliza en su contra, obligándolo a seguir y optimizar las instrucciones del algoritmo, que de esta manera reemplaza el sistema de jerarquías y sanciones del fordismo con una real «internalización de las reglas del sistema”, como señala el propio Casilli.
La verdadera novedad del paradigma tecnológico que explora «Esclavos del clic» parece ser la siguiente: si alguna vez «el conocimiento» se produjo dentro de la fábrica y fue absorbido por la máquina-capital, hoy son las Plataformas y la Inteligencia Artificial las que permiten reunir directamente todo el conocimiento producido por la interacción social en función de la extracción de plusvalía ( pensemos, por ejemplo, en cómo un algoritmo procesa la calificación del cliente de Uber para impulsar a los taxistas a una mayor productividad, o cómo los datos de millones de búsquedas en los mapas de Google se utilizan para entrenar vehículos autónomos).
A modo de conclusión: la teoría es política
El tecno-optimismo social-liberal velado por el catastrofismo que emerge del libro de Baldwin encuentra un antídoto interesante en el estudio de Casilli. Sin embargo, esta no es una cuestión académica, como se puede entender al observar la relación entre los presupuestos teóricos del autor y su propuesta política.
En esta línea, Casilli critica el enfoque que considera sólo el proceso de contratar a falsos autónomos, que trabajan para las plataformas, y no considera el trabajo gratuito que realiza la totalidad de todos nosotros: los “prosumidores”.
Sin embargo, el objetivo no debería ser perseguir la remuneración del «trabajo digital» gratuito: el punto no es tanto la equidad, sino el control de los datos, de donde se deriva el inmenso poder también económico como político de plataformas y las redes sociales transnacionales.
Por tanto, tanto los pasajeros como los taxistas de Uber, etc. deberían unirse en comités de usuarios para exigir una mayor intervención estatal en la fiscalidad y la regulación de las Big Tech, a fin que los datos estén disponibles como un «bien común». Casilli cuestiona la acción reguladora por parte del Estado para construir verdaderas relaciones de poder a las que se enfrenta el híper-fragmentado mundo de trabajadores y usuarios de plataformas
En primer lugar, si poner bajo control social la enorme infraestructura digital es perfectamente aceptable, no está claro, sin embargo, cómo se puede obtener tal resultado sin nacionalizar Google, Facebook, etc. (una hipótesis que hoy es tomado en muy serio incluso por algunos sectores más previsores del mundo empresarial).
Por supuesto, no se trata solamente de la propuesta “progre” promovida por empresarios como Soros, sino una nacionalización basada en el control democrático de las plataformas por parte de trabajadores y usuarios, algo que obviamente presupone un tipo de Estado diferente, al actual burocrático y dominado por el gran capital.
Segundo, surge, entonces, el problema de ¿qué fuerza social es capaz de promover tal cambio? Y es aquí cuando si se abandona la teoría del valor de Marx, nuestro teórico muestra su incapacidad para identificar cuáles son las relaciones de clase fundamentales.
Si bien es cierto que una masa amorfa de usuarios no puede ejercer ningún papel social y político, los asalariados de cuya explotación depende la acumulación de capital siguen siendo una clase revolucionaria… por tanto, las luchas de los ciclistas y de los taxistas de Uber – cuando ponen en su agenda movilizaciones independientes – están incorporándose de pleno derecho de la clase trabajadora
La propia economía digital de hecho ha creado nuevas y potencialmente fuertes concentraciones de «trabajadores», donde los gigantes digitales extraen enormes plusvalías: gran parte de los 90.000 empleados de Google están reunidos en ciudades-empresas, donde no todos son ingenieros de alto nivel, sino también hay moderadores de contenido, técnicos con trabajos extremadamente rutinarios, conductores, trabajadores tecnológicos.
Sin embargo, el enfoque Casilli pierda de vista no solo a Google también a los enormes almacenes de Amazon, que combinan la plataforma digital y el control directo de la mano de obra viva. De manera más general, en «Esclavos del Clic» el énfasis en las nuevas relaciones laborales vinculadas a las plataformas más bien oscurece la lógica de la «digitalización» en los procesos de producción. Tampoco da cuenta que el llamado mundo digital no sólo está reemplazando a la empresa tradicional, sino que también está deconstruyendo desde adentro, tanto el sector industrial como los servicios.
Los proyectos Smart Working o «Factory 4.0» tienen como objetivo una creciente individualización de los trabajadores a través del establecimiento de una relación cada vez más estrecha entre remuneración y productividad [8].
En este asunto Baldwin parece más perceptivo que Casilli, al menos desde el punto de vista de identificar los intereses políticos contemporáneos: la unión de la ira de trabajadores y empleados amenazados por las máquinas (es decir, por su uso capitalista).
Para este autor, que adopta el punto de vista de los sectores «ilustrados» de la clase dominante, es una «reacción contra el progreso»; pero para aquellos que realmente aspiran a la emancipación de la humanidad, es más bien una oportunidad que no puede dejarse en manos del capital y de la derecha más retrasada.
Notas
[1] Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee , The Second Machine Age , WW Norton & Company, Nueva York, 2014
[2] de la carta de Karl Marx a Ludwig Kugelmann, 11 de julio de 1868 (en) Karl Marx, Letters to Kugelmann , Roma, Renaissance, 1950
[3] K. Marx, El capital. Libro I , Editori Riuniti, Roma, 1974, capítulo I
[4] Ibid, capítulo IV. Sobre estos temas, ver también: G. Carchedi, Mental Work and the Working Class: For a Materialist Analysis of the Internet , 2017, disponible aquí .
[5] K. Marx, ibid., Capítulo XIII.
[6] Véase H. Braverman, Labor and monopoly capital: the degradation of labor in the 21st century , Einaudi, Turin, 1980, y B. Settis, Fordismi , Il Mulino, Bologna, 2016.
[7] T. Fujimoto, The Evolution of Manufacturing System en Toyota , Oxford University Press, Oxford, 1999.
[8] M. Gaddi, Industria 4.0 y trabajo, Officina Primo Maggio , 2020, disponible en leftinrete.info .