ADRIANA BERNARDESCHI Y ASCANIO BERNARDESCHI
Con motivo del centenario de la fundación del Partido Comunista Italiano, quisiéramos compartir una pequeña, pero significativa, anécdota personal para comprender esa experiencia que vivimos muchos italianos.Durante el último congreso – el de la disolución del Partido- en medio de las votaciones en la sección local- nuestra madre se acercó a nosotros y agobiada nos dijo con aire triste: «Estamos velando al partido».
Nunca olvidaremos esa imagen y esas palabras, llenas de significado en su trágica sencillez. Esa simple frase da la medida de lo que ese partido representó para la generación de los partisanos, de aquellos que con indescriptibles sacrificios entregaron su juventud para derrotar al fascismo, de aquellos que consideraban la actividad política por la liberación del hombre, por el comunismo, como algo inseparable de la lucha por la vida.
El Partido era la familia. Las compañeras y compañeros de partido eran una humanidad en la que confiar, una conciencia que rigió vidas y las unió. Era la posibilidad de actuar concretamente desde abajo con la vista puesto en un horizonte superior, un mundo nuevo a construir para los hombres y mujeres del mañana.En última instancia, este fue el significado de nuestro trabajo. La militancia de ese partido y las esperanzas que alimentó a varias generaciones de comunistas era parte del sentido mismo de existencia.
Por tanto, recordando esa “desesperada conciencia de la muerte del PCI”, creemos un deber no celebrarlo acrítica y retóricamente, al contrario, debemos analizar su experiencia para extraer lecciones de futuro, un futuro en el que los comunistas puedan reconstruir su protagonismo, hoy obligatorio para salir de la barbarie en la que nos encontramos.
Algunos puntos de la historia del partido
El Partido Comunista de Italia nació bajo la perspectiva de la Revolución de Octubre, y también del deseo de superar la impotencia política del PSI puesta en evidencia dramáticamente con el llamado Bienio Rojo, que terminó con una derrota de los trabajadores.
Antonio Gramsci y el grupo de dirección que lo rodeaba, pretendían construir un partido en el que se combinara un sólido marco teórico, una presencia activa en la clase obrera y el internacionalismo proletario. Una organización basada en el centralismo democrático y el desarrollo de medios de comunicación para difundir las ideas del comunismo.
Este compromiso político se desarrolló sin descanso incluso en los oscuros años de la clandestinidad bajo el régimen fascista, cuando el partido – en las duras condiciones en las que se encontraba- supo construir una estructura celular, una prensa clandestina y formar a cuadros dirigentes. Durante ese periodo, para muchos, la prisión fue una «universidad». En efecto, en los Cuadernos de la Cárcel, lo que hace Antonio Gramsci es una reflexión en profundidad sobre cómo aplicar el marxismo y el leninismo en la realidad italiana utilizando “una guerra de posiciones” con la clase obrera en un rol hegemónico.
En esos años la participación de nuestros cuadros en la guerra civil española fue una demostración concreta del internacionalismo proletario, una cuestión central para la acción de los comunistas. Y a continuación, durante la guerra de liberación contra el nazi-fascismo, los militantes del partido fueron partisanos de primera línea y de todos los combates. Entre muchas batallas fueron los partisanos comunistas los que organizaron la defensa armada de las grandes huelgas obreras en las fábricas del Norte.
La lucha por la liberación requirió la unidad contra el fascismo. Y aunque los militantes tuvieron que aceptar el doloroso acuerdo con una monarquía totalmente desacreditada, se impuso la flexibilidad politica de Togliatti. Entonces, cuando el partido optó por colaborar con las demás fuerzas antifascistas, participando en el gobierno y excluyendo la vía insurreccional, la cuestión de la toma del poder volvió a surgir en el debate. Era un momento difícil, Italia estaba prácticamente ocupada por Estados Unidos. Se iniciaba un periodo de «colonización» por parte del imperio.
Casi inmediatamente finalizada la Segunda Guerra Mundial Occidente desata la Guerra Fría, Italia se suma a la OTAN y el Primer Ministro De Gásperi expulsa a los comunistas del gobierno. Pese a todo esto, el poder dominante no logra impedir que se redacte una nueva Constitución – que junto a las típicas instituciones democráticas burguesas- incorpora contenidos sociales que dejan abierta la posibilidad “teórica” de una transición al socialismo.
Incluso en este marco – en que se decidió aceptar el “juego democrático”- con un abierto descontento de parte de los militantes – la lucha de clases, y la resistencia a los ataques terroristas de la extrema derecha (que marcaron la Primera República), el partido continuó con su trabajo teórico y su vocación internacionalista. La secciones y células crecieron, la formación llegó a todas partes y el partido fortalecido se dotó de órganos de prensa de gran valor como “L’Unità”, “Rinascita”, “Crítica Marxista”.
Al establecerse en importantes administraciones locales- especialmente en Toscana y Emilia Romagna- el partido pudo ejercer una suerte de contrapoder y se arraigó fuertemente en los sectores populares. Gracias a esta política obtuvo victorias electorales que lo colocaron en el primer lugar entre los partidos comunistas de occidente. Ni siquiera por los acontecimientos de Hungría – que sí afectaron a intelectuales y sectores minoritarios de la dirigencia – dañaron el prestigio del partido que siguió perteneciendo al movimiento comunista internacional. De hecho, el VIII Congreso trazó el «camino italiano hacia el socialismo».
El comienzo del «vuelco»
A partir de los años sesenta, paralelamente a los profundos cambios de la sociedad italiana la distancia entre el PCI y el PSI se fue incrementando gradualmente; los socialistas se desplazaban notoriamente hacia el centro. Mientras tanto, aparecían fuertes movimientos juveniles, se lograban avances para los trabajadores y en materia económica el estado nacionalizaba el sector eléctrico.
Los acontecimientos internacionales que se sucedieron a partir de la década de 1950 produjeron una paulatina fragmentación del bloque socialista: desde la ruptura de Tito con la URSS, el enfrentamiento de los soviéticos con China, hasta la llamada «primavera de Praga». Sin embargo, la victoria de Vietnam y la heroica resistencia de Cuba a la agresión estadounidenses, compensaron parcialmente este escenario crítico.
Si bien, hubo repercusiones en el partido – con la expulsión del grupo «Manifiesto», y con nuestra dificultad para relacionarnos con el movimiento juvenil del 68 – las características esenciales del PCI persistieron sin variaciones. Aunque ya aparecieron las primeras valoraciones críticas sobre los países del llamado «socialismo real». Hay que decir, pasado el tiempo, que esa definición del socialismo fue inapropiada y desconcertante, ya que implicaba que el tipo de sociedad de Europa del Este era el único socialismo posible. De esta manera, subrepticiamente se relegaba la posibilidad de otro socialismo a un ideal lejano o a una mera utopía.
La progresiva crisis en los países del bloque soviético- en particular, la dramática situación en Polonia- llevó al partido a un mayor distanciamiento del movimiento comunista internacional.El momento de inflexión fue la conocida declaración de Berlinguer sobre «agotamiento del empuje propulsor de la Revolución de Octubre”. A partir de ese instante comienza un infructuoso camino hacia la socialdemocracia – y por tanto a la decadencia del PCI.
Primero se adoptó una inexplicable posición neutral, y un poco más tarde Berlinguer mostró sus cartas, al declarar que era partidario que Italia se mantuviera «bajo el paraguas de la OTAN». Un poco después la pérdida de la identidad comunista se confirmaba con la aceptación del «valor universal de la democracia”. Esto ocurría precisamente en Italia, un país donde los Estados Unidos exigía abiertamente que los comunistas no debieran participar en el gobierno. Es el momento «eurocomunista» promovido por el PCI y el PCI español. Esta nueva definición constituye, de hecho, no solo una ruptura con el comunismo oriental sino también con muchos partidos comunistas occidentales.
Un cambio de época
En Italia y en Europa la sociedad y el mundo del trabajo empezó a experimentar una profunda transformación. El aparato industrial se traslada paulatinamente a países con bajos costos laborales, el sector terciario adquiere un peso significativo y la escolarización masiva produce una clase intelectual con una fuerte dosis de individualismo. Y a nivel internacional, el fin de la convertibilidad del dólar ,certificado por Nixon, provoca turbulencias financieras y cambia el equilibrio de poder entre las potencias imperialistas.
Ante estos cambios, la respuesta del PCI es inadecuada y perdedora. En presencia de una crisis mundial, en lugar de plantear la cuestión de las responsabilidades del capitalismo, se promueve, a través de los sindicatos, una política de sacrificios por parte de los trabajadores. La acción del partido, se define como «de lucha y de gobierno» y su actividad se mueve solo en el plano político institucional. Ha quedado atrás la estrategia de Togliatti de reformas estructurales y ha desaparecido el horizonte del socialismo. El partido pasa definitivamente al reformismo, la política del posibilismo electoralista impregna todo su accionar.
En Italia se vive en un estado de emergencia y el partido apoya a los gobiernos de Andreotti que siguen al asesinato de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas. De manera paralela en Chile se produce el brutal golpe contra Allende, que Enrico Berlinguer lee a su manera. ..Y pronuncia su conocido llamado a un «compromiso histórico» con la DC gobernante.
Sin embargo, a principios de los años ochenta hay señales de una contra-tendencia: el mismo Berlinguer se planta frente a las puertas de Fiat para apoyar la lucha obrera y llama a regresar a la oposición. Pero, ya es demasiado tarde, la «mutación genética” está en etapa avanzada. La dirigencia no solo decide por su cuenta la línea del partido, sino también hace guiños a Estados Unidos simpatizando con el furioso anticomunismo de Bettino Craxi.
La proximidad a ciertos intereses empresariales con la alta dirigencia termina por oscurecer la identidad comunista. Y a pesar que Berlinguer plantea con fuerza “la cuestión moral” en el conjunto del partido prevalece el deseo de gobernar a toda costa. El partido acepta el precio de renunciar a la condición de comunista y desecha el aparato teórico marxista, leninista y gramsciano. La «caja de herramientas» es considerada obsoleta, se imponen las simplificaciones y se deja de lado una reflexiva actualización de la teoría.
Tras la muerte de Berlinguer, mientras Alessandro Natta es derrocado por Aquille Occhetto, las consignas oportunistas y la confusión ideológica completan la obra de destrucción del partido. La organización cambia su línea política, acepta la gobernanza del bipartidismo anglosajón. Ha llegado el «punto de no retorno con la Bolognina», el partido se autodisuelve, con un cuerpo comunista sano que no ha perdido su identidad.
La respuesta es un intento de recomposición con Refundación Comunista. Este esfuerzo político se transforma en un fracaso por la coexistencia de diversas sensibilidades en su interior y una continua sucesión de divisiones.
Hoy, estamos en otra vuelta de la historia: el giro a la derecha del centro-izquierda – orientada a apoyar los intereses económicos dominantes- hacen que sea dramáticamente necesario tener una formación política anticapitalista, de defensa de la clase trabajadora; una organización que sea reconocible y creíble para los oprimidos de todo tipo.
Por tanto, deberíamos extraer algunas lecciones de la historia del PCI, para no abdicar frente a la barbarie liberal.
El primer error fue el abandono del legado teórico de Marx, Engels, Lenin y Gramsci, que en lugar de reinterpretarse en clave actual se dejó simplemente de lado, privando así a los comunistas de las armas ideológicas para actuar ante el actual desastre sistémico.
Vivimos en nuestra piel una crisis económica de proporciones dramáticas, y mientras las teorías económicas dominantes fracasan, el análisis científico de El Capital es reevaluado y retomado, incluso por algunos importantes sectores intelectuales de la burguesía.
Casarse con las modas culturales o encerrarse en el eclecticismo no es propio de los comunistas. Es necesario restituir un fuerte anclaje con las características fundacionales del Partido Comunista Italiano.
Además, tenemos la obligación de actualizar y profundizar el análisis científico del capitalismo. Solo de esta manera podremos desarrollar un proyecto político adecuado e identificar la estrategia y la táctica correcta. Por tanto, el capitalismo tal como se configura hoy debe ser investigado profundamente. Ninguna práctica política puede orientarse con sensatez sin un aparato teórico adecuado a la época.
Otro elemento crítico es el del enfrentamiento interno entre los comunistas. Los diversos micro-partidos comunistas actuales han mostrado una preocupante incapacidad de debate constructivo, y al hacer prevalecer lógicas personalistas, han provocado una progresiva hemorragia de militantes.
Es necesario volver a un centralismo democrático efectivo, con un debate libre y fructífero, donde todas las opiniones sean escuchadas y tomadas en consideración por igual. Este es el camino para hacer una síntesis vinculante para todos, con consignas claras y movilizadoras.
También hay que repensar y potenciar el compromiso en el ámbito de la comunicación, hay que aprovechar las nuevas herramientas tecnológicas y adoptar un lenguaje actualizado que transmita con facilidad análisis y valores a las nuevas generaciones.
La formación de cuadros debería ser un elemento esencial en el partido. Tanto la formación como la comunicación son herramientas fundamentales para promover un espíritu crítico de masas, sobre todo cuando la clase trabajadora está influenciada por las ideologías burguesas de los medios de comunicación y de la escuela pública.
También es necesario repensar la organización del partido. Es necesario un arraigo efectivo en la clase, favoreciendo la articulación en el ámbito laboral y frenando el aislamiento de los trabajadores «atomizados y precarizados». Habrá que utilizar las nuevas tecnologías disponible para unir a las nuevas generaciones de trabajadores.
Sin perjuicio de la necesidad de alianzas sociales y políticas, el partido debe ser la vanguardia e instrumento de la clase obrera, compuesta principalmente por trabajadores manuales e intelectuales.
El aspecto electoral y el asentamiento en las instituciones no son elementos en los que hay que concentrarse en este momento, nuestra prioridad debe ser el compromiso con la recompactación y el arraigo de la clase.
Esto no quiere decir que no sea apropiado apoyar agrupaciones políticas que enfrentan las masacres sociales, el robo de territorios y la degradación ambiental, pero la realidad objetiva nos ha demostrado que los acuerdos a toda costa, entre fuerzas heterogéneas no nos lleva a ninguna parte.
La pérdida de identidad, el seguimiento de “los movimientos del momento” sin proponer una estrategia política han aniquilado toda credibilidad y visibilidad de los comunistas, y como consecuencia hemos dejado a los trabajadores, nuestra clase de referencia, a merced de los populismos reaccionarios.
La unidad de los comunistas no puede consistir en una asamblea de micro-organizaciones si carecemos de una estrategia clara de arraigo con la clase trabajadora, porque incluso si lográramos formar una plataforma común entre los diversos partidos comunistas la barrera que se ha erigido entre nosotros y los trabajadores todavía permanecería.
Para derribar esta barrera hay que estar presente en los conflictos sociales, hay que intentar jugar un papel de dirección política, unificar los objetivos de mil disputas territoriales, vislumbrar posibles salidas o al menos acumular fuerzas y prevenir la implosión de movimientos que no están conectados a una sólida plataforma general.
Junto con las posibles agregaciones de los comunistas de esta manera, es necesario construir un frente amplio de fuerzas antiliberales y anticapitalistas para apoyar las luchas de manera efectiva y, también para tener más oportunidades de hablar con las masas de trabajadores y ganar nuevos militantes.
Conscientes del rol reformista de los sindicatos – que les es inherente- es importante estar presentes en sus estructuras para promover la combatividad, establecer relaciones y organizar momentos de enfrentamiento democrático, plataformas de lucha e iniciativas políticas revolucionarias. En el lugar de trabajo, habrá que organizar “consejos de fábrica” de inspiración gramsciana, aunque con un modo actualizado.
La fragmentación actual no se puede superar con actos voluntarios, aunque necesarios, sin un trasfondo estratégico e ideológico compartido, necesitamos caracterizar adecuadamente el llamado “capitalismo crepuscular”.
El trabajo de investigación de los comunistas se ha visto doblemente entorpecido por dos corrientes opuestas: el escepticismo ante cuestiones «heterodoxas» (como la cuestión de género o ambiental) y los enfoques acríticos que abordan estos problemas desconectándolos de la organización capitalista de la sociedad. Por tanto, se necesita con urgencia trabajo teórico y práctico. La espantosa crisis del capitalismo no nos da mucho tiempo para hacerlo.
En el frente internacional, hay una situación de pleno proceso de declive de la hegemonía estadounidense con la aparición en el escenario económico y político de China y de otros países emergentes.
Los comunistas debemos luchar contra el imperialismo en todas sus formas, estando al lado de todos los pueblos que luchan contra la injerencia neocolonial y que ofrecen – como China – caminos originales al socialismo, también debemos estar siempre junto a los trabajadores de las economías desarrolladas que luchan contra su propio patrón y su propio imperialismo.
La globalización, la evolución de los medios de comunicación, la libertad del capital para deambular por el globo en busca de las mejores oportunidades de explotación hace difícil pensar en el éxito de las políticas reformistas. Y si hoy nos mantenemos. encerrados en pequeñas entidades nacionales – como Italia- y si el mundo del trabajo no se reorganiza, o no se coordina a nivel internacional nuestra lucha será cada vez más difícil.
Volviendo al PCI y su historia, quizás la enseñanza más importante fue que durante un largo período el partido fue capaz de mantener bases ideológicas sólidas, una clara identidad, su unidad y capacidad para gestionar las diferencias sin provocar fragmentaciones inconducentes.
El Partido Comunista Italiano antes de su destrucción practicaba intensamente una ética política sin personalismos, esto básicamente era comportarse «como comunistas». Y esto es a lo que debemos volver hacer si queremos reconstruir un Partido Comunista digno de ese nombre.