EMILIANO TERÁN MANTOVANI, SOCIÓLOGO(UNIVERSIDAD DE BARCELONA Y OBSERVATORIO DE ECOLOGÍA POLÍTICA DE VENEZUELA)
Se va a cumplir un año desde que el Covid 19 fue declarado “pandemia global”. Desde entonces, la crisis económica – que se produjo en 2008- se ha agudizado hasta una frontera desconocida. Con la excepción de China, el PIB se ha contraído brutalmente en todos los países, y la plaga viral ha arruinado a sectores económicos como el turismo, los servicios y el entretenimiento.
Según la ONU, la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo ha producido 131 millones de nuevos pobres, amplificando así las enormes desigualdades existentes. En medio de esta incertidumbre generalizada es cada vez es más difícil sostener que estamos en medio de una crisis coyuntural. Muchos economistas ya reconocen que se producirá un “estancamiento permanente del occidente desarrollado” y, la percepción que toma fuerza es que vivimos una crisis histórica, con un colapso de carácter existencial.
El 2021, año clave en el proceso de reorganización sistémica
La pandemia, ha sido un brutal golpe que ha agrietado el efecto narcotizador de la “vieja normalidad”, un garrotazo que ha puesto en evidencia que, de seguir así, la vida de los seres humanos -y de otras especies- será prácticamente inviable en el planeta tierra. Con la epidemia los patrones de acumulación global del capital han sido trastocados, sacudiendo de manera determinante al sistema capitalista. Pero, la debacle económica global parece pequeña ante el alto riesgo ambiental, una situación límite a escala planetaria. Por eso ya no se puede tapar el sol con un dedo.
El desastre social y ecológico es un hecho absolutamente ineludible. La ruina de los sistemas agroalimentarios, la emergencia del cambio climático, la destrucción de selvas y bosques, la pérdida de la biodiversidad y, la degradación de las fuentes de agua dulce, son asuntos que demandan la centralidad en las agendas de las políticas nacionales e internacionales.
Estamos viviendo la combinación de un movimiento telúrico que sacude, ralentiza y bloquea el proceso de acumulación global dominante con una situación ambiental extremadamente frágil. Esta conflictiva situación se presenta accidentada e impredecible porque la reestructuración del sistema se produce en un tiempo sacudido por una crisis histórico-estructural del capitalismo.
El hecho que el asunto ambiental haya ascendido al nivel de importancia geopolítica es en principio algo positivo, sin embargo, hay que estar muy atentos a la dirección que tomará las mentadas “recuperaciones económicas” sobre todo si, como todo apunta, se dará un reimpulso de la llamada ‘economía verde’; que no es otra cosa una reestructuración capitalista “verde”.
La fiebre eco-amigable
En estas nuevas condiciones, los grandes programas de recuperación económica y los paquetes mil millonarios de reactivación fiscal, están siendo dirigidos a producir una fiebre por lo verde. Su objetivo central es reactivar el crecimiento económico, en un planeta que no aguanta más la degradación de sus ecosistemas.
Ahora, la gran mayoría de los discursos de economistas y políticos anuncian una era de “recuperación industrial verde” o un “potente crecimiento verde”, sin esconder que tras estas idílicas declaraciones hay “importantes oportunidades de negocios ”. Al mismo tiempo los medios inician una sincronizada campaña para evitar que la Amazonía se convierta en una “pesadilla ambiental” y, se relanza con bombos y platillos la “economía azul”, un novedoso sistema para acumular capital, materiales y energía, a partir del mundo marino y los ecosistemas de agua dulce.
A continuación, el gran capital promete – ahora sí -que cuidará del medio ambiente y anuncia una “economía ecológica”, cuando en realidad de lo que se trata es de una “economización” de la ecología. No es la primera vez que nos quieren “vender la moto” de una “economía verde”. Recordemos la polémica propuesta emanada de la Cumbre Rio del 2012 – pocos años después que estallara la crisis económica global – en la que se anunciaba la necesidad de escapar de la “economía marrón” y se demandaba “asignaciones de capital adecuadas a los sectores verdes de la economía”.
Hoy, ante una crisis mucho más profunda, un deterioro ambiental más severo y un cambio climático más agudo, se han generado condiciones propicias para un nuevo y drástico asalto del capital al entramado vital del planeta.
¿Inversiones inteligentes?
La ONU anuncia que la única forma de contrarrestar la devastación producida por la pandemia es a través de “inversiones inteligentes de resiliencia económica, social y climática”. Las inversiones de “resiliencia climática” es el nuevo conceso en el universo del capital; tanto el Banco Mundial como el FMI colocan al cambio climático en el centro de sus agendas para impulsar el crecimiento del PIB.
Desde el Foro Económico Mundial (Davos) se anuncia que un tercio de las actividades se centraran en temas de ambiente y naturaleza, y, las grandes corporaciones transnacionales (Amazon, Coca Cola, Nestlé, Vodafone, Bayer, Ford, Sony, MasterCard, Ikea, Mercedes Benz, entre otros gigantes) reformulan sus programas de producción y servicios para migrar hacia formas “verdes” de gestionar sus negocios.
El Gobierno de Joe Biden y de la Unión Europea compiten por encabezar la reestructuración capitalista verde. A través de un conjunto de órdenes ejecutivas, Biden coloca al cambio climático como el asunto central de su administración. Su gobierno dice “está comprometido con el Green New Deal”, una iniciativa destinada a reestructurar la acumulación del capital estadounidense.
Con esta iniciativa Washington espera que las industrias basadas en combustibles fósiles cambien su actividad a la producción de energías limpias para crear de esta manera puesto de trabajo y construir masivamente nuevas infraestructuras. También, Biden ha decidido volver al consenso de París como una forma de recuperar el liderazgo “contra la amenaza del cambio climático” (un liderazgo que Trump había destruido).
La Unión Europea no se queda atrás, se propone llevar a la práctica el programa “Next Generation UE” con 750.000 millones de Euros, de los cuales 187.500 millones se destinarán a “nuevos proyectos verdes”, una cifra sin precedentes que revela un nuevo nivel en “inversiones verdes”. Para el período 2021-2027, junto a la “Next Generation”, la UE invertirá otros cientos de miles de millones de euros provenientes del Multiannual Financial Framework para “inversiones climáticas”.
Las propuestas de una economía verde no cuestionan el sistema imperante.
Lo central de estos procesos es que proponen reestructuraciones en los patrones energéticos y tecnológicos, pero, no pretenden, ni de lejos, cambiar el depredador sistema capitalista, causante directo de la actual debacle planetaria. Al contrario, todos estos programas lo que persiguen es salvar y perpetuar el modo de producción capitalista.
Se trata básicamente de modificar la composición de las fuentes de energía, potenciando los emprendimientos y las empresas de energías renovables (como la solar y la eólica) sin plantear un cuestionamiento de fondo al modelo de consumo, producción y crecimiento sin fin.
Entre otros objetivos el capital aspira a: continuar la producción masiva de aparatos electrónicos (ahora cargados con energía solar); impulsar el boom de los vehículos eléctricos (sostenidos con el extractivismo del litio y del cobre y, creando un nuevo ciclo de commodities”); promover la fiebre del hidrógeno (un combustible que podría ser “producido” en el mar); relanzar los perniciosos agrocombustibles (que han encarecido los precios de los alimentos).
Y, aunque esté demostrado que la Inteligencia Artificial no reduce el consumo de energía, el “gran reinicio” de la economía capitalista tiene como objetivo ‘impulsar el consumo de “sistemas inteligentes y otras soluciones de índole tecnológico” en las fábricas, en el agro, en las “Smart Cities” y en los hogares.
Los nuevos programas económicos se proponen, sin más, crear un nuevo ciclo de acumulación global, esta vez de carácter “verde”. Eso sí, metiendo de contrabando la idea de un abordaje a la crisis ambiental, cuando en realidad se trata de apuntalar un sistema que ha devastado de la naturaleza, poniendo al cambio climático en el centro de una nueva carrera capitalista.
Y, sobre todo, se afinca, nuevamente, la histórica división internacional del trabajo, que transforma a los países del Sur Global en “zonas de sacrificio” y simples proveedores de recursos. Al poner el cambio climático en el centro de una carrera entre las potencias capitalistas se está instalando una suerte de neocolonialismo, un colonialismo verde que será un nuevo ciclo de acumulación, esta vez más cínico y más obsceno.
No hay tiempo para reformismos
Todo el plan del capitalismo verde revela una mezcla de insensatez y alienación respecto a las verdaderas dimensiones de la crisis. El sistema con el predominio de su lógica del ‘sálvese quien pueda’ está demostrando una vez más su incapacidad para coordinar acciones colectivas, tan necesarias hoy en día. El hecho que el colapso medioambiental, se haya vuelto en otra gran oportunidad de hacer negocios, es el retrato vivo del fracaso de una civilización soberbia, que está cada vez más cerca de la locura.
No hay soluciones mágicas a esta crisis civilizatoria, pero ya no hay tiempo para reformismos. La transformación que se requiere debe ser radical y las decisiones de carácter urgente. Radical no significa romperlo todo de la noche a la mañana, o impulsar un paquete de medidas traumáticas para la población. Los eco-socialistas ya han estudiado un conjunto diferenciado pero articulado de medidas que se deben impulsar, en diversas escalas, dimensiones y temporalidades.
La radicalidad hace referencia a abandonar, desde ahora, la lógica del crecimiento como factor central de organización de nuestras sociedades. Para lograrlo debemos detener la expansión de la máquina de depredación capitalista e iniciar, de inmediato, un proceso de distribución social de los medios de vida (tierras, bienes comunes, rentas, derechos, insumos, entre otros) que permita, como mínimo, sostener el proceso de tránsito hacia un nuevo sistema.
La radicalidad de este momento crítico necesita de una movilización de fuerzas y recursos nunca antes visto, de una reorganización de la sociedad sin precedentes en la historia de la humanidad. Algo de estas dimensiones exigirá un profundo involucramiento de las sociedades, una movilización global que interpele a los grandes poderes, un sacudón cultural y político acorde a este tiempo histórico.
Los tecno-optimistas, eco-modernistas, desarrollistas sostenibles, mesianismos verdes, o los progresismos verdes son parte del problema. Todos ellos no logran escapar de la lógica de un sistema que se viene abajo. El problema no se podrá enfrentar sólo con medidas locales; fundamental es escalar hacia una política global. Las acciones directas de las fuerzas del cambio deberán estar en el centro de la política en un mundo impredecible e inestable.