RICARD GONZÁLEZ SAMARANCH, PERIODISTA Y ESCRITOR CATALÁN
Por cinco días consecutivos, miles de jóvenes se han congregado en el centro de Barcelona Sin pancartas ni banderas, los une el grito “Libertad a Pablo Hasél”, un rapero catalán condenado a dos años y medio de cárcel por “injurias a la corona” y “enaltecimiento del terrorismo”
“Estamos aquí para defender la libertad de expresión.Hasél en sus canciones dice verdades que molestan al gobierno, como que el rey es un ladrón, y por eso lo condenan. En cambio, la extrema derecha incita al odio, y no les pasa nada”, espeta Pepa, una estudiante de Artes Escénicas de 20 años.
Pepa vino con un grupo de cinco amigas, porque “este sistema no funciona”. Mientras tanto, un helicóptero policial se pasea amenazador por encima de las cabezas de los manifestantes, la mayoría apenas superaba los 20 años de edad.
Las protestas a favor de la libertad de expresión se han seguido produciendo en diversas ciudades españolas -Madrid, Valencia Granada y otras grandes ciudades – pero su epicentro se halla, sin duda, en Cataluña. Concretamente, es en Barcelona donde los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes han alcanzado mayor intensidad.
Desde el lunes, decenas de personas, han sido atendidas por lesiones, y una chica de 19 años perdió un ojo tras recibir el impacto de una bala de goma. De los más de 100 arrestados, muchos son menores de edad.
Aunque todos se muestran indignados por la sentencia contra Hasél, pocos se declaran fans de su música. De hecho, algunos ni lo conocían antes de su condena. Ahora, se ha convertido en un símbolo o, mejor dicho, en el catalizador de un malestar acumulado, transformado en ira.
Los motivos que señalan los protagonistas de las protestas son variados: desempleo juvenil, precariedad, impunidad de la extrema derecha, brutalidad policial y, el no reconocimiento al derecho de autodeterminación de Cataluña.
“España está muy mal. Mucha gente vive en la pobreza, sufrimos una gran crisis social y económica. El sistema tiene que cambiar”, proclama Guillem, un estudiante de secundaria que acudió a la concentración enfundado en una bandera republicana.
En el Reino de Espala la pandemia se encadenó con la resaca de la Gran Recesión de la pasada década, provocando un aumento sensible de las desigualdades y la pobreza. Antes de la llegada del Covid-19, el desempleo afectaba al 13,5% de la población, casi el doble del registrado en 2008. Entre los menores de 25 años esta cifra se eleva casi al 42%, mientras la media europea es del 17%. Y para los pocos afortunados que poseen trabajo, este es de carácter temporal para un 67%. Algunos sociólogos la definen como la “generación perdida”.
Barricadas
En las calles del centro de Barcelona se puede apreciar cicatrices de los altercados de noches anteriores, las manchas negras en el asfalto son el resultado de la quema de contenedores de basura. En algunas intersecciones, las dimensiones de las barricadas estuvieron a punto de provocar un incendio en los edificios colindantes.
“No creo que haya alguien que venga expresamente a quemar los contenedores. Yo creo que todo esto es fruto de la frustración, sabemos que, si pides las cosas por favor no te harán ni caso”, una vecina del Barrio de Gracia. “Ayer, volvíamos a casa, y sin razón, la policía empezó a cargar y disparar balas de goma. Su brutalidad explica también la violencia. Hoy vine con miedo”, reconoce Marc, de 17 años.
Joan Carles Molinero, vocero de los Mossos- la policía catalana- declaró el jueves en una rueda de prensa: “se trata de una amalgama de personas violentas y agresivas que, con el pretexto de una manifestación lícita, causan disturbios”,
Como ha sucedido en otras protestas los mandos policiales sostienen que grupos de ultraizquierda con experiencia en tácticas de “guerrilla urbana” se infiltran en las manifestaciones y actúan con violencia. La respuesta policial provoca la excitación del resto de manifestantes, y la protesta desemboca en una batalla campal.
Lo cierto que las protestas son simplemente un malestar que tienen profundas raíces en todo el territorio del reino. Barcelona, incubador histórico de movimientos sociales, desde el anarquismo a principios del siglo XX al antiglobalismo a principios del XXI, vuelve a liderar la rebelión de una juventud hastiada en una era de distopía pandémica.