SARA ROSENBERG, ACADÉMICA INTEGRANTE DEL FRENTE ANTIMPERIALISTA INTERNACIONALISTA
Las potencias occidentales, -los llamados “países democráticos de Occidente”- tienen una larga y abominable historia de intervenciones abiertas o disfrazadas contra la soberanía de los pueblos de Oriente, África y América Latina. Un proceso de expansión colonial e imperial (saqueo y destrucción) que se prolonga hasta hoy de diversas maneras.
Un inmenso aparato propagandístico se ocupa de transformar la injerencia y la destrucción de pueblos enteros en una necesidad y en una tarea casi mesiánica de las “democracias” occidentales”.
Pero, los ciudadanos/ o súbditos de USA y la UE repiten o suponen que viven en un sistema democrático. ¿La democracia en la que creen vivir es una especie de alucinación colectiva? ¿Es el resultado de la pérdida del sentido humano que permite ver y de entender lo que sucede?
Camino por una ciudad doblemente enmascarada, escucho, observo y pregunto.
¿Cómo se ha llegado a naturalizar el crimen hasta el punto de que los ciudadanos de los “países avanzados” creen que viven en un sistema democrático?
¿Cómo es posible que los gobiernos elegidos “democráticamente” en USA y en la UE (y Emiratos e Israel) estén cometiendo un crimen de lesa humanidad, tal como son los bloqueos y las sanciones a países soberanos, en nombre de la “democracia” y su apéndice ya purulento “la libertad”?
¿Con qué derecho se sanciona y bloquea, condenando a los pueblos a soportar terribles dificultades materiales? ¿Quién tiene derecho a sancionar y bloquear para provocar tanto sufrimiento a millones de seres humanos?
¿O es parte de la guerra -no declarada- y es un crimen de lesa humanidad? ¿Y si así fuera, las “democracias” que las ejercen y los ciudadanos-electores que las consensuan están avalando un crimen de lesa humanidad? ¿Saben acaso que los crímenes no prescriben?
Fuera del ámbito de las castigadas y minoritarias izquierdas antiimperialistas que sobreviven en Europa, cada vez que pregunto lo que significa esta democracia y cómo funciona, el tabú se impone a la razón y a la evidencia. Trato de dar datos que arañen al menos la creencia o el acto de fe, pero es inútil.
En general, nadie quiere escuchar una pregunta de este tipo ni hablar de las sanciones y bloqueos como crímenes contra la humanidad. Menos aún ahora en el contexto del COVID, cuando la coerción sumada a la crueldad (des) informativa se ejercita impunemente contra el pueblo de estos países “democráticos”, mientras las grandes corporaciones se juegan en bolsa la salud todos.
Sin embargo, los países malvados, demonizados, sancionados y bloqueados -hay treinta y nueve- han logrado resultados sanitarios superiores que no dependen de la bolsa ni de la mafia occidental. Cuba está produciendo su vacuna Soberana, gratuita y universal. Rusia y China también.
Mientras tanto, en España las preguntas elementales parecen haber sido dolorosamente clausuradas, junto al olvido de su heroica historia, de su combate contra el fascismo y de la fuerza de un pueblo que luchó contra un golpe de estado prolongado y cuyo resultado todavía grita “un millón y medio de muertos”.
Hasta resulta difícil decir ¿te acuerdas? ¿Sabes que hoy este país al servicio de las grandes corporaciones y es obediente a los dictados de USA y de la OTAN, este país que repite en castellano los dictados de USA y de las grandes corporaciones financiero-militares es un refugio de terroristas y nazis, mientras cien veces por día te repiten las bonitas palabras “democracia” y “libertad”?
El olvido de la historia sumado al intenso bombardeo mediático ha instalado una especie de no-conciencia apta para aceptar que este es el único mundo posible y que en este mundo la democracia existe. Son las dos grandes alucinaciones que impiden todo movimiento y traban cualquier transformación social.
El totalitarismo de la ideología capitalista -muy a pesar de doña Hannah Arendt- es como el virus, entra en el cuerpo se replica hasta eliminarte porque se contagia con gran rapidez – en nombre de la “libertad” y la “democracia”, con el gancho proteico del “mal menor”.
Sin la falsa conciencia, -esa especie de sentido común como decía Gramsci- del “mal menor” el virus sería rápidamente aislado y la energía social que fragmentada una y otra vez se desliza hacia la alcantarilla o a los sillones del teatro democrático encontraría una salida, es decir una forma de organización superior, capaz de poner en cuestión la falacia de esta “democracia”.
¿Pero qué y cómo es esta “democracia”? ¿cómo funciona realmente? Pregunto y escucho.
Las respuestas siempre son parecidas: se llama libertad a opinar dentro del límite que los medios dictan, a elegir dónde comprar y qué comprar cuando se puede comprar, a transgredir ciertas normas (sexuales-de género, casi siempre), a votar cada cuatro años sin tener ningún instrumento institucional ni colectivo para ejercitar tu derecho a decidir, a poder hablar de todo mientras no se ataque nada de fondo, mientras no se nombre al crimen organizado, mientras cumplas con el tarea del “demócrata” es decir con el silencio y la pasividad que te han impuesto.
El caso de Assange es paradigmático, pero también lo es- en otra escala el de Hasél, y de tantos otros. Sirven para ejemplarizar, incluso forman parte del programa de succión de energías y del gran show mediático para justificar la absoluta sumisión al concepto de “mal menor”.
El gran show de la toma del Capitolio difundido miles de veces ha servido para ocultar que entre las primeras medidas del nuevo gobierno “demócrata” está reforzar la OTAN y avanzar sus políticas de injerencia en el este de Europa y en el mundo entero. Como bien dijo Howard Zinn: “la alternancia sirve para la continuidad del proyecto imperial”. El nuevo bombardeo a Siria, ha sido la carta de presentación del “nuevo” gobierno de USA.
No te atrevas a pensar que esto no es democracia
No te atrevas a decir que el agua moja, o que esto no es libertad y menos aún democracia, porque entrarás al lugar de los que quieren crear problemas. Y el terror a ver o pensar es superior a la curiosidad lenta y constantemente aniquilada por esta cultura de individualismo enfermizo.
Tan profunda es la negación de lo evidente que, la única libertad real es la libertad de ser ajeno a lo que sucede colectivamente. La vieja y conocida alienación, claro, pero el problema es cómo quebrarla para abrir un hueco en la oscuridad.
Porque esta oscuridad (me atrevo a decir esta oscuridad espiritual programada minuciosamente) no es cualquier tipo de oscuridad, tiene una textura gelatinosa y con una gran capacidad de mutación. Aparenta estar a favor de las grandes causas humanas, prolifera en el negocio de las reformas y reacondicionamientos domésticos y sociales usando una inmensa gama de productos humanitarios (ONGS y grupos de variado pelaje) capaces de conducir la energía social hacia puertos que garantizan que nada cambie de fondo, sino a que las denuncias refuercen el sistema que produce la absoluta miseria de las mayorías del planeta.
Toda esta ingeniería de las reformas posibles que no alteren jamás el sistema de radical explotación y despojo, alimentadas con el miedo a los malvados comunistas y a sus métodos totalitarios, nacieron al mismo tiempo que la primera revolución bolchevique de nuestra historia.
Había que combatir la revolución y se la combatió hasta nuestros días de muchas maneras. Lo esencial es defender la propiedad privada, el capitalismo y el imperialismo, incluso teniendo que ceder hasta aquello que se llamó el “estado de bienestar” en Occidente, unas migajas a cambio del silencio y la pasividad y, como no, también a cambio de continuar con una criminal explotación neocolonial de Asia, África y América Latina, para seguir acumulando capital. Todo en nombre de la “democracia occidental”.
Esa es la libertad – que sin fuerza, ni verdad- resulta sólo una máscara de la obediencia absoluta e inconsciente, alimentada por lo que llamo “la ecuación de lo menos peor”. Estamos acostumbrados a eso: se vota y se vive por lo “menos peor” porque el horizonte que deberíamos imaginar o ver ha sido previamente, y a conciencia, destruido. Hasta la misma idea de progreso se mide por la cantidad de compras y de ventas, jamás por la calidad y el sentido del trabajo humano – que humaniza- por el derecho a la vida, por una cultura colectiva rica, por la salud de las mayorías…
El COVID lo ha hecho más que evidente. Siguen pasando los metros llenos de trabajadores hacia trabajos miserables, siguen chillando los dueños de bares y hoteles, siguen incendiando asentamientos de pobres, siguen sin luz y sin techo en pleno invierno barrios enteros, siguen los ahogados en el mar y el desempleo en las ciudades. Mientras tanto, los nazis se organizan nosotros seguimos creyendo que somos libres gracias a distracciones de gran calidad: el acceso al gran espectáculo es libre y está garantizado, el ritual social – que se renueva cada cuatro años al depositar un voto- nos hace olvidar qué significa ese voto y como defenderlo, porque la mayoría está ocupada en sobrevivir a duras penas.
Chejov quien decía que en los detalles se esconden dios y también el diablo.
Y en los detalles, aparecen los temas más punzantes, como son el derecho inalienable a la vivienda, a la luz, al gas, a no depender de un banco para tener servicios básicos, a poder acceder a la salud pública que está siendo desmontada día tras día, y claro, a construir un instrumento popular de control y de seguimiento de las decisiones que se toman en nuestro nombre en grandes salas alfombradas que sirven tal como sirve el estadio de futbol al hincha que no define el partido a pesar de sus gritos. El partido se juega en la cancha y la participación también es una alucinación.
La distancia entre creer y vivir se ensancha cada día más, y la distancia entre la ley escrita y el ejercicio de la ley también. Hace tiempo un teórico hablaba de la esquizofrenia que provoca el capitalismo, pues esta esquizofrenia es evidente y no solo es evidente, sino que también ha desarrollado aceleradamente su aspecto paranoide que casi gobierna de manera invisible los actos.
Todos sienten o creen que viven en una democracia y algunos hasta piensan que viven en el mejor de los mundos posibles (la minoría propietaria de los medios de producción) y otros en lo “menos peor” (la mayoría desposeída).
El ciudadano de Occidente no participa ni tiene derechos en esa democracia en la que cree a ciegas
Cuando los ciudadanos se comprometen con un voto terminan por aceptar y hasta defender lo que tiene más a mano, pero están inhabilitados absolutamente para hacer que lo que ha votado se cumpla. No están representados directamente ni tienen acceso al gobierno, ni siquiera al de su barrio o de su comunidad más próxima.
La cultura hegemónica es una maquinaria casi perfecta que ha conseguido la absoluta irresponsabilidad personal y social. Una maquinaria que se engrasa cada día con nuevos productos por donde pueden explotar ciertas iras o disconformidades rápidamente sumidas en temas propuestos de antemano y que son absolutamente útiles para perpetuar la máquina de infelicidad humana.
Son distractores altamente eficaces y para nada espontáneos, sino producidos por una fina ingeniería política que permite creer en la “libertad de expresión”, como argumentaba hace unos días el policía que defendía al grupo de nazis que pretendieron romper la última manifestación por la salud publica en Madrid. La libertad de Occidente chorrea sangre y huele a podrido. No alcanzarían toneladas de ambientador para ocultarlo.
La democracia en el capitalismo es una cruel alucinación, mientras los nazis tienen la puerta abierta y se lanzan contra aquellos que no están alucinados y luchan por la justicia y la democracia participativa y socialista. Es clásico.
Esta alucinación democrática sostiene también el ataque constante, las sanciones y el bloqueo a los pueblos soberanos que han decidido no someterse al imperialismo y a su odiosa crueldad.
Esta alucinación democrática le abre la puerta al fascismo, que como decía Brecht no es más que la burguesía asustada – criminal- en tiempo de crisis, como la que estamos viviendo.
Lo cierto es que los gobiernos de Estados Unidos y la UE esgrimen la palabra “libertad” y “derechos humanos” para condenar y sancionar a los países soberanos y participan en los crímenes de guerra más atroces, en nombre de la “democracia occidental”.
Una “democracia” que reconoce a títeres-ladrones y criminales como Guaidó/López, mientras sanciona al gobierno legítimo de Venezuela y defiende a un gobierno como el de Colombia que masacra diariamente a su pueblo, y qué decir de los 60 años de bloqueo al pueblo cubano, de la participación en la guerra contra el pueblo sirio, yemení, palestino…larga es la lista de crímenes de guerra en los que las “democracias” actúan en nombre de la “libertad” y los “derechos humanos”.
Pero, esta mutilada “democracia” occidental, no conseguirá nunca vencer la conciencia y la dignidad de los pueblos que, a pesar del bloqueo, están venciendo cada día al imperialismo.