MARIO GANGAROSSA, PERIODISTA ITALIANO
Hace unos meses el doctor Gino Strada, que entiende más de epidemias que todos los tertulianos que infestan los estudios de televisión, predijo, para un entrevistador perplejo, una prolongación de la crisis de salud durante al menos tres años.
Tendremos consecuencias económicas por mucho más tiempo, y algunas serán «irreversibles».
A nivel internacional, y en las relaciones entre estados, una nueva geografía reemplazará a la actual geopolítica.
Las economías de aquellos que han sido «mejores» para vivir con la situación de emergencia conquistarán nuevos mercados, dejando al margen a los competidores menos «despiertos».
Se beneficiarán aquellos que hayan podido aprovechar las oportunidades que ha creado la epidemia.
Cualquiera que haya invertido en el sector de la salud, en vacunas, en laboratorios de investigación, en medidas de seguridad en la cadena de suministros, tendrá ganancias para invertir.
Los se que demoraron en «restaurar» sectores en crisis tendrán serias dificultades.
Aquellos que pensaban que podían mantener las mismas condiciones preexistentes a la crisis, ignorando que había que pagar un precio, se encontrarán con una economía hecha pedazos y ahogados en deudas.
El capital necesita canibalizar una parte de sí mismo para sobrevivir y continuar valorizándose, necesita engullir una parte de sí mismo, destruir fuerzas productivas que ya no necesita para seguir creciendo.
Las primeras «mercancías» desechadas por el capital son los desempleados, los expulsados del proceso productivo, los «inútiles», los «muertos sociales».
Por el momento esta situación de recesión -con todas las contradicciones que crea- ha sido «exorcizada» por la inyección masiva de capital ficticio.
Son prestamos, pagarés, compromisos de gastos futuros.
Con redes de seguridad social, que tienen un costo, los país mas desarrollados pueden soportar… hasta cierto punto.
Pero, es una economía drogada.
Una economía que se basa en la promesa y la esperanza de un auge futuro, una economía con graves problemas estructurales que el COVID terminará agravando.
El sistema económico capitalista mundial seguirá obteniendo ganancias y acumulando montañas de deudas que nunca serán reembolsadas. Los capitalistas como clase podrán continuar obteniendo «valor agregado» si se enfocan en los sectores más rentables y dejan que perezcan los menos competitivos.
Sin embargo esto no servirá para muchas naciones ya se encuentran en una guerra de vida o muerte. La competencia es feroz y los capitalistas nacionales tendrán que aumentar la explotación de su clase trabajadora y matarse unos a otros.
Y el Estado, que los representa, tarde o temprano dejará de «pagar» y empezará a «cobrar».
El conflicto social se convertirá en una constante durante los próximos años. Este conflicto por el momento es solo latente, es potencial.
¿Y que pasara con las condiciones subjetivas?
La conciencia de la necesidad de pasar página aún no está madura, lo sabemos. Pero, ahora no podemos quedarnos en ese pantano en el que hemos estamos sumergidos desde hace décadas.
Esas condiciones, la conciencia de la necesidad de la revolución para derrocar al capital, no nacen de la varita mágica de algún demiurgo que se ha propuesto la ardua tarea de «dirigir a las masas» hacia su liberación.
Necesitan un largo período de gestación.
Necesitan experiencia en el campo de la lucha de clases.
Necesitan una «reeducación» masiva que sólo la práctica del conflicto de clases puede producir.
En la vida real no hay botón de reinicio. Ni siquiera después de la pandemia, ni los centenares de miles de muertos, podrán borrar décadas y décadas de convivencia social pacífica.
Una clase sumisa acostumbrada a negociar las condiciones de su esclavitud, contentándose con los amortiguadores que mitigan las consecuencias de continuas derrotas, no se transforma de repente en una clase revolucionaria.
Una clase criada y hegemonizada, en el mito del bienestar y la democracia, corre el riesgo de convertirse en un elemento de regresión, de contención, de estorbo ante la combatividad de su parte más joven que no tiene un pasado «reformista» que reclamar.
La pregunta es cuánto puede permitirse financiar la burguesía y cuánto pueden soportar quienes pagarán la crisis.
Hay una crisis brutal que pone en tela de juicio las prácticas resignadas de la obediencia social.
Una crisis de la surge el convencimiento que las antiguas práctica y las viejas herramientas de que disponen los explotados son chatarra obsoleta.
Por limitadas que nos parezcan en este momento la lucha de clases necesita nuevas fuerzas, fuerzas endurecidas en el combate.
Necesita nuevas herramientas que solo la creatividad de aquellos que se encuentran bajo fuego enemigo pueden inventar.
El movimiento real que cambia el estado de las cosas existentes NO lo es todo.
Pero sin él no hay nada.