PEPE ESCOBAR, PERIODISTA DE ASIA TIMES
Así que tenemos al director de la CIA William Burns habría viajado apresuradamente a Kabul para solicitar una audiencia con el líder talibán Abdul Ghani Baradar, el nuevo potencial gobernante de Afganistán. Y literalmente, según dicen, le rogó que extendiera el plazo para la evacuación de activos estadounidenses.
La respuesta fue un rotundo «no». Después de todo, la fecha límite del 31 de agosto fue establecida por el propio Washington. Extenderlo solo significaría la extensión de una ocupación ya derrotada.
Que Mister Burns viajara a Kabul es ahora parte del folclore del “cementerio de los imperios”. La CIA no confirma ni niega que Burns se reuniera con Mullah Baradar; y un sonriente portavoz de los talibanes declaró que «no estaba al tanto» de la reunión.
Probablemente nunca sepamos los términos exactos discutidos por estos dos improbables participantes, eso llegamos a asumir que la reunión tuvo lugar y que no es otra burda desinformación de los servicios de inteligencia.
Mientras tanto, el histerismo occidental se centra, sobre todo, en la imperiosa necesidad de sacar a todos los «traductores» y a otros funcionarios (que fueron colaboradores de la OTAN) del aeropuerto de Kabul. Sin embargo, un silencio atronador envuelve lo que de hecho es la verdadero amenaza para la estabilidad de la región : el ejército en la sombra que la CIA dejó en Afganistán.
Este ejército en la sombra son milicias afganas creadas a principios de la década de 2000 para participar en la «contrainsurgencia», ese encantador eufemismo para las operaciones de búsqueda y muerte. En el camino, estas milicias practicaron en masa el asesinato: denominado por otro eufemismo: ‘ejecuciones extrajudiciales’, y que generalmente son una secuela de «interrogatorios mejorados». Según el libro de «jugadas» de la CIA estas operaciones siempre deben ser secretas para garantizar que nunca se conozcan sus responsables.
Ahora Langley tiene un problema. Los talibanes han mantenido células durmientes en determinados órganos gubernamentales afganos en Kabul. Una fuente cercana al Ministerio del Interior me confirmó que los talibanes lograron obtener la lista completa de los operativos de la CIA, de la Fuerza de Protección Khost (KPF) y de la Dirección Nacional de Seguridad (NDS). Estos agentes son los principales objetivos de los talibanes en los puestos de control que conducen al aeropuerto de Kabul y, no los «civiles afganos indefensos” que estarían intentando escapar.
Los talibanes han establecido una operación bastante compleja selectiva y con muchos matices, permitiendo por ejemplo, el paso libre de las Fuerzas Especiales de la OTAN, que han recorrido Kabul en busca de sus ciudadanos.
Pero el acceso al aeropuerto ahora está bloqueado para todos los afganos. El reciente atentado suicida con coche bomba ha introducido una variable compleja: los talibanes necesitarán poner en común todos sus recursos de inteligencia para luchar contra cualquier elemento que busque realizar ataques terroristas.
El Centro Noruego de Análisis Globales (RHIPTO) ha demostrado que los talibanes tienen un «sistema de inteligencia avanzado» en las zonas urbanas de Afganistán. Los «golpes en las puertas de las casas» que alimenta la histeria occidental significa que saben exactamente dónde llamar cuando se trata de encontrar agentes de «inteligencia» colaboracionistas.
No es de extrañar que los think tanks occidentales estén llorando por lo debilitados que estarán sus servicios de inteligencia en Asia Central y del Sur. Sin embargo, en una opaca reacción oficial los Ministros de Relaciones Exteriores del G7 emitieron una declaración anunciando que estaban «profundamente preocupados por los informes de represalias violentas en Afganistán».
De Phoenix a Omega
El último capítulo de las operaciones de la CIA en Afganistán comenzó antes que los bombardeos de 2001 hubieran empezado. Lo vi por mí mismo en Tora Bora, en diciembre de 2001, cuando las Fuerzas Especiales salieron de la nada, equipadas con teléfonos satelitales «Thuraya» y, maletas llenas de dinero en efectivo. Más tarde, el papel de las milicias «irregulares» en la derrota de los talibanes y el desmembramiento de al-Qaeda fue celebrado en Estados Unidos como un gran éxito.
Hay que reconocer que el ex presidente afgano Hamid Karzai se opuso inicialmente a que las Fuerzas Especiales de Estados Unidos establecieran milicias locales, un pilar fundamental de la estrategia de contrainsurgencia de Estados Unidos. Pero al final, esa fuente de ingresos fue irresistible.
El mayor beneficiario fue el Ministerio del Interior afgano, y su plan para fusionar las diferentes policías. Sin embargo, algunas unidades policiales no estaban bajo las órdenes del Ministerio, sino que respondieron directamente a la CIA y al Comando de Fuerzas Especiales de EEUU. Más tarde, rebautizado como Comando Conjunto de Operaciones Especiales (JSOC).
Inevitablemente, la CIA y el JSOC se metieron en una pelea por el control de la policía. El conflicto fue resuelto por el Pentágono otorgando el control de las Fuerzas Especiales a la CIA bajo el nombre de “Operación Omega” . Con Omega, la CIA tenía la tarea de tomar el control de las actividades represivas en el terreno. Omega hizo un progreso constante bajo el reinado de Barack Obama: pero en realidad, fue inquietantemente similar a la Operación Fénix de la guerra de Vietnam.
Hace diez años, el ejército de la CIA, denominado Equipos de persecución antiterrorista (CTPT), ya contaba con 3.000 efectivos, pagados y armados por el combo CIA-JSOC. No había nada de «contrainsurgencia»: eran simplemente escuadrones de la muerte, muy parecidos a los asesinos que actuaron en América Latina en la década de 1970.
En 2015, la CIA consiguió que la Dirección Nacional de Seguridad Afgana (NDS), creará nuevos equipos paramilitares para, en teoría, luchar contra ISIS, ahora llamado ISIS-Khorasan. En 2017, el entonces jefe de la CIA, Mike Pompeo, puso a Langley, a trabajar a toda marcha para destruir a los talibanes y a lo que quedaba de Al Qaeda. Pompeo prometió ser «agresivo» e «implacable».
Esos oscuros ‘actores militares‘
Podría decirse que el informe más preciso sobre los paramilitares estadounidenses en Afganistán es el trabajo de Antonio de Lauri y Astrid Suhrke, investigadores del Michelsen Institute.
El informe muestra cómo el ejército de la CIA era una hidra de dos cabezas. Las unidades más antiguas se remonta a 2001. El organismo más poderoso fue el Khost Protection Force (KPF), con base en el Campamento Chapman de la CIA. El KPF operaba con un gigantesco presupuesto y totalmente al margen de la ley afgana . Una investigación de Seymour Hersh, también he mostrado que la CIA financió sus operaciones encubiertas a través de una línea de comercialización de la heroína, que los talibanes ahora han prometido destruir.
La otra cabeza de la hidra eran las Fuerzas Especiales Afganas del NDS. El NDS fue financiado por la CIA y sus agentes operativos fueron entrenados y armados por la agencia estadounidense.
La Misión de Asistencia de la ONU en Afganistán (UNAMA), con un insoportable espíritu burocrático , definió las operaciones del KPF y del NDS como «aparentemente coordinadas con actores militares internacionales”; es decir, “fuera de la cadena de mando normal del gobierno afgano».
Para 2018, se estimó que el KPF tendría unos 10.000 agentes activos. Lo que pocos afganos sabían es que estaban debidamente armados; bien pagados; hablaban inglés-americano; participaban en operaciones nocturnas; y, lo más importante, podían solicitar mortíferos ataques aéreos, ejecutados por los mandos militares estadounidenses.
Un informe de la UNAMA de 2019 destaca: «está plenamente documentado los abusos cometidos por el KPF contra los derechos humanos; mata a civiles, detiene ilegalmente a personas y quema intencionalmente propiedades privadas durante sus redadas nocturnas».
Llámelo el efecto Pompeo: «agresivo e implacable», las incursiones del KPF tenían como objetivo capturar o matar con drones armados con misiles del tipo Hellfire.
Los occidentales, que ahora pierden el sueño por la “pérdida de las libertades civiles en Afganistán», no son conscientes que sus ‘fuerzas de coalición’ comandadas por la OTAN también tenían, también, listas de afganos que debían capturar o matar,. Esta vez ,conocidas con el engañoso nombre de “Lista conjunta de efectos priorizados”.
A la CIA, por su parte, todo esto le importa un bledo. Después de todo, la agencia ha “trabajado” totalmente fuera de la jurisdicción de las leyes afganas que, en solo en apariencia, regulaba las operaciones de las «fuerzas de la coalición».
La dronificación de la violencia
En estos últimos años, el ejército en la sombra de la CIA se fusionó en lo que Ian Shaw y Majed Akhter describieron como The Dronification of State Violence ( un estudio fundamental publicado en la revista Critical Asian Studies en 2014).
Shaw y Akhter definen así el alarmante y continuo proceso de dronificación: “estamos frente a una reubicación del poder, de hecho el poder está pasando de los militares a la CIA y a las Fuerzas Especiales, va junto a transformaciones tecno-políticas realizadas por drones de todo tipo; es la burocratización de la cadena de la muerte, con la individualización del objetivo «.
Esto equivale, argumentan los autores, a lo que Hannah Arendt definió como «el gobierno de nadie». O, en realidad, de alguien que actúa más allá de todas las reglas.
En Afganistán el resultado fue el matrimonio entre el ejército en la sombra de la CIA y la dronificación. Ahora… los talibanes pueden estar dispuestos a extender una amnistía general y no a vengarse, pero, perdonar a quienes cometieron asesinatos masivos puede ser un paso demasiado lejos para el código pashtunwali.
El acuerdo de Doha de febrero de 2020 entre Washington y los talibanes no dice absolutamente nada sobre el ejército en la sombra de la CIA.
Entonces, la pregunta es; ¿ cómo los estadounidenses podrán mantener sus activos de inteligencia en Afganistán y sus «operaciones de contraterrorismo»?.
Un gobierno liderado por los talibanes inevitablemente se hará cargo del NDS. Lo que le pasará a la Policía es una cuestión abierta. Podrían ser controlados por los talibanes o podrían, eventualmente, encontrar nuevos patrocinadores (sauditas, turcos). En otras palabras, podrían volverse autónomos y servir al señor de la guerra mejor posicionado.
Los talibanes pueden ser «señores de la guerra» ( jang salar , en dari), pero lo que es seguro es que un nuevo gobierno no permitirá un escenario de terrorismo similar al de Libia. Es necesario domesticar a miles de mercenarios que pueden convertirse en aliados de ISIS-Khorasan. Esto amenazaría la entrada de Afganistán en el proceso de integración euroasiático.
Burns lo sabe, Baradar lo sabe, mientras tanto, la opinión pública occidental no sabe nada de nada.