EMRAN FEROZ, PERIODISTA DE LA REVISTA DEL INSTITUTO TECNOLÓGICO DE MASSACHUSETTS (MIT)
Después que los talibanes se apoderaran de Kabul (Afganistán) a mediados de agosto, un hombre de barba negra con un Kaláshnikov apareció en las calles. Visitó a políticos y pronunció un sermón durante las oraciones del viernes en la histórica mezquita Pul-e-Khishti de la capital. Pero el hombre, apasionado y aparentemente victorioso, no era un simple combatiente talibán: era Khalil ur-Rahman Haqqani, conocido líder talibán del grupo armado y extremista “Red Haqqani”.
Hace diez años, EEUU ofreció una recompensa de 5 millones de dólares por su cabeza, por lo que su aparición generó muchos comentarios sobre cómo se movía libremente por Kabul; de hecho, en septiembre los talibanes incluso lo nombraron ministro de refugiados de Afganistán.
Pero lo que los artículos de opinión no mencionaron fue que esta aparición de Haqqani genero una verdadera en el Pentágono y la CIA: el ejército de estadounidense había asegurado que lo habían matado hace tiempo en uno de sus ataques con drones.
Rotundamente, Haqqani está vivito y coleando. Pero, esto plantea una pregunta evidente: si Khalil ur-Rahman Haqqani no fue asesinado con esos ataques con drones estadounidenses, ¿que pasó?
Hoy por hoy, no hay respuesta a esta pregunta de parte de los niveles más altos de seguridad de Estados Unidos. Pero los últimos días de la retirada estadounidense de Afganistán demostraron porque el Pentágono debe revisar su secuela de fracasos.
Un día después de un ataque a las tropas en el abarrotado aeropuerto de Kabul, por ejemplo, Estados Unidos respondió con un ataque «selectivo» con drones en la capital.
Posteriormente se supo que el ataque había matado a 10 miembros de una familia, todos ellos civiles. Una de las víctimas había trabajado como intérprete para Estados Unidos en Afganistán y tenía preparado un visado especial de inmigrante. Siete víctimas eran niños.
Durante años, la mayoría de las operaciones aéreas realizadas por Estados Unidos ocurrían en lugares rurales y remotos donde no se podía verificar la efectividad de esos ataques.
Pero este último ataque sucedió en medio de la capital del país.
Los periodistas podían visitar el sitio, lo que significaba que podían verificar fácilmente lo que afirmaban las autoridades norteamericanas, y pronto quedó claro lo que había ocurrido. Primero, los canales de televisión afganos, como Tolo News, mostraron a los familiares de las víctimas. También informaron los medios de comunicación internacionales, debido a la atención prestada a la retirada de Afganistán.
Un informe del New York Times obligó a Washington a retractarse de sus primeras afirmaciones. «Fue un error trágico», reconoció el Pentágono durante una rueda de prensa, el Alto Mando se vio obligado a admitir que el ataque había matado a civiles inocentes sin vínculos con el ISIS.
De hecho, el último ataque con drones del Pentágono en Afganistán, su último acto de violencia fue extrañamente similar al primero.
El 7 de octubre de 2001, Estados Unidos y sus aliados invadieron Afganistán con el objetivo de derrocar al régimen talibán. Ese día tuvo lugar la primera operación con drones de la historia.
El dron armado Predator sobrevoló la provincia sureña de Kandahar (Afganistán), conocida como la capital de los talibanes, que era el hogar del mulá Mohammad Omar, el líder supremo del grupo. Los operadores presionaron el botón para matar a Omar y dispararon dos misiles Hellfire contra un grupo de afganos barbudos con túnicas y turbantes… después, Omar no fue encontrado entre ellos.
El líder de los talibanes logró esquivar los drones, supuestamente precisos, durante más de una década, y finalmente murió por causas naturales en un refugio a solo unos kilómetros de una base estadounidense. En cambio, Estados Unidos dejó un largo rastro de sangre afgana en sus intentos de matarlo a él y a sus adeptos.
Lisa Ling, una especialista en drones del ejército estadounidense convertida en denunciante hace unos días me confesó emocionada: «La verdad es que no podíamos diferenciar entre combatientes armados y agricultores, mujeres o niños. Este tipo de guerra está mal, muy mal desde el primer día”.
Entre 2004 y 2014 más de 1.100 personas murieron en Pakistán y Yemen durante la búsqueda de 41 objetivos, según la organización británica de derechos humanos Reprieve. La mayoría de esos objetivos son hombres que todavía están vivos, como los Haqqanis, o el líder de Al-Qaeda, Ayman al-Zawahiri, que acaba de publicar otro libro mientras miles de personas han sido asesinadas por drones en su lugar.
Ya en 2014, la Oficina del Periodismo de Investigación (Bureau of Investigative Journalism) con sede en Londres reveló que solo el 4 % de las víctimas de drones habían sido identificadas como militantes de Al-Qaeda. También subrayó que la CIA, la responsable de los ataques con drones, desconocía la afiliación de los asesinados. «Identificaron a cientos de los muertos simplemente como combatientes afganos o paquistaníes», o como «desconocidos», señalaba el informe.
Sin embargo, muchos funcionarios militares y políticos estadounidenses siguen insistiendo en la narrativa de los drones. Incluso los talibanes usaron drones comerciales armados para atacar a sus enemigos, y consideraron, equivocadamente, a los drones como tecnológicamente superiores.
Los talibanes no tienen los drones altamente tecnificados como los que cuenta Estados Unidos. Sus drones no están respaldados por una red global compuesta por operadores y expertos en meteorología.
Tampoco tienen una estación de retransmisión satelital como la de la base aérea de Ramstein en Alemania, que ha sido descrita como el corazón de la guerra de drones de Estados Unidos en los documentos proporcionados por el ex analista de inteligencia Daniel Hale.
Daniel Hale también ha revelado pruebas que muestran que la mayoría de las víctimas de drones en Afganistán eran civiles. Su recompensa fue de 45 meses en prisión. En vez de haber enviado a prisión a un honesto denunciante las autoridades del Pentágono deberían aceptar que sus drones han fallado en más de un 90 por ciento, asesinando a civiles inocentes.