VIDAL ARAGONÉS, ABOGADO LABORALISTA CATALÁN
Partido, programa, dirección… pueden significar diferentes cosas, pueden haber tenido diferente significación a lo largo de la historia. ¿Cómo se entiende el programa y qué importancia se le da? No hablaremos mucho de dirección, pero sí que resulta interesante recuperar, casi 150 años después, uno de los textos más clásicos de Marx (en Karl todos son clásicos). Que la obra, ni de 30 páginas, tenga tanta vigencia hoy como cuando se escribió es bastante asumible para cualquier marxista; que no haya prácticamente ningún texto liberal o socialdemócrata que aguante el paso de siglo y medio tendría que provocar una reflexión añadida.
El momento histórico y social en el cual se escribe Crítica al Programa de Gotha viene marcado por el ascenso y la derrota que supuso la Comuna de París el año 1871. Por un lado, el primer gobierno de la clase trabajadora, pero también la masacre que entre otras cuestiones encontraba su origen en la falta de madurez del movimiento. Este es el acontecimiento que marcó a las y los revolucionarios de la época. Importante organizativamente e ideológicamente fue también la ruptura que había tenido la I Internacional en 1872 entre marxistas y anarco-colectivistas, así como los duros enfrentamientos teóricos entre Marx y Bakunin. También el año 1871, lo que conocemos hoy como Alemania se unificó como Estado-nación. La cara, seguramente la cabeza, de aquella expresión administrativa política fue Bismarck, que desde el primer momento tuvo claro cuál era el enemigo a batir: en octubre de 1873 firmó una triple alianza con Austria y Rusia por supuestos «disturbios en Europa». Tenía en mente al movimiento obrero y sus internacionales. En Alemania las organizaciones obreras ya eran maduras, con estructuras importantes, tanto en el terreno sindical como en el terreno político. En el día a día en el Parlamento, también en la vida partidaria de la clase trabajadora, las dos grandes organizaciones obreras existentes se encontraban y coincidían en la mayoría de acciones, respuestas y propuestas.
En 1875 Marx y Engels vivían en Londres. Ninguno de los dos era miembro de los partidos que se iban a unificar. Pero ambos tenían contactos en los dos y una cierta influencia. Nadie les había informado del proceso de unificación y supieron de la inminente fusión por la prensa, cosa que les generó una furiosa reacción: «En cuestiones teóricas, los de Eisenach no tenían que aprender absolutamente nada de los lassallianos».
En el Congreso celebrado del 22 al 27 de mayo de 1875 en la ciudad de Gotha se unieron las dos organizaciones obreras alemanas existentes en aquel tiempo: el Partido Obrero Socialdemócrata (llamado «los de Eisenach» por haber nacido, este partido, en el Congreso de 1869 que tuvo lugar en dicha ciudad de Eisenach), dirigido por Liebknecht y Bebel, y la Unión General de Obreros Alemanes, organización lassalliana dirigida per Hasenclever, Hasselmann y Tolcke, para formar una organización única: el Partido Socialista Obrero de Alemania. Como «base» para la discusión en este congreso, Lassalle esbozó un proyecto de programa, que después de su promulgación se conoció como el Programa Socialista de Gotha.
Programa y movimiento
Marx era un polemista nato. Su crítica al borrador del programa de Gotha es, sin duda, una crítica hecha muchas veces en forma de sarcasmo. No es el mejor ejemplo de lo que tiene que ser el método socialista de discusión, pero tenemos que pensar que el texto no tenía como objetivo una discusión pública, sino que era un epistolario privado que quizá únicamente llegó a Bracke y Liebknecht. Para contextualizarlo tenemos que entender cómo se valoraba en aquel momento la unidad y la necesidad de construirla. Quizá lo sintetiza la propia frase contenida en la Carta a Brake: «Cada paso del movimiento real es más importante que una docena de programas». Eso nos lleva a otra necesaria reflexión: en política socialista es más sólido encontrar la unidad estratégica mediante un período previo de unidad de acción que no tratar de buscar atajos organizativos a corto plazo, rebajando o escondiendo los objetivos programáticos de principios. El propio Marx planteó como alternativa concretar un acuerdo para la acción contra el enemigo común.
Marx expresó su decepción porque los conceptos del socialismo vulgar fueran la base del programa de unificación. Atacó «el absurdo ideológico del derecho y otros excrementos», las «frases burguesas», las «frases vacías», las «simples expresiones». Lo que más confrontó fue la abundancia de conceptos laxos que se ponían «en lugar de términos económicos concretos».
El texto que llamamos Crítica al Programa de Gotha se publicó en cuatro textos (alguna versión en tres): el prefacio de Engels sobre la obra, la Carta de Marx a Brake de 5 de mayo de 1875 y las «notas marginales al programa del partido obrero alemán» (donde encontramos el contenido material de la obra). A veces se acompaña de un anexo con el Programa, que ya tenía, del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán (aprobado en Eisenach en 1869). La Crítica no se publicó hasta el año 1891, con la oposición de la dirección del nuevo partido unificado, pero fue un texto muy bien recibido a nivel internacional por las organizaciones socialistas que dos años antes acababan de constituir la II Internacional. Podemos afirmar que, por lo que respecta a la naturaleza del estado, es el último texto de Marx (si obviamos las colaboraciones que hizo en el Anti-Dühring).
Sobre la naturaleza del Estado
Los principales puntos de discrepancia con el Programa de Gotha eran: que no caracterizaba correctamente la naturaleza del estado, los profundos errores teóricos sobre el trabajo, la falta de perspectiva internacional y, finalmente, que olvidaba basar la estrategia del partido en la lucha de clases. Todo lo cual, como ya hemos adelantado, revestido de afirmaciones genéricas, en ocasiones reformistas, otras sectarias o sin una perspectiva de alianzas necesarias, quizá falto de nivel político.
Para empezar con los debates sobre el trabajo, se afirmaba en el Programa que la riqueza era: «…fruto íntegro del trabajo que pertenece, por igual derecho, a todos los miembros de la sociedad». El trabajo no es la fuente de toda riqueza, tiene que explicar Marx, para mostrar que la naturaleza es la fuente de los valores de uso y el trabajo es la manifestación de una fuerza natural, la fuerza de trabajo del ser humano. Aunque pueda parecer muy retorcido, si no corregimos esto, se llega a asumir, como hacía Lassalle, que la producción es obra del conjunto de la sociedad y de rebote elimina o minoriza la sociedad de clases.
Hablar de una «distribución justa», y todavía más en el sentido de la redistribución de la producción social entre los productores individuales para su uso individual tal y como planteaba Lassalle («rendimiento del trabajo sin recortes») no es una propuesta socialista. Antes de cualquier distribución individual de los medios de consumo, y del salario individual, tienen que hacerse deducciones del conjunto de la producción social. Marx las enumera: «Primero: el gasto de substitución de los medios de producción utilizados. Segundo: la parte proporcional para la expansión de la producción. Tercero: la reserva o el fondo de seguro contra accidentes, destrozos por causas naturales, etc.». Es aquí donde Marx pondrá encima de la mesa una discusión que no hace girar sobre igualdad o justicia, sino sobre libertad: la que permita expresar todas las capacidades humanas demanda tiempo, situando que para llegar hace falta mucho tiempo libre, cosa que no se da en la realidad capitalista.
Si hay una materia que se aborda con profundidad en el Programa, es la de las condiciones de trabajo. Hay una propuesta lassalliana que es hacer suya la «ley de bronce»: según la cual el salario siempre quedaría reducido a un mínimo indispensable para la subsistencia, porque la subida de salarios supone un incremento de la población obrera (y el subsiguiente descenso de salarios por exceso de oferta), y la bajada de salarios supone descenso de la población, y esto vuelve a conducir al alza de aquellos. En su crítica, Marx afirmaba que se había introducido una forma enmascarada del valor respectivo del precio de la fuerza de trabajo. Para Marx detrás del salario y la imagen ilusoria que éste genera, que el trabajo asalariado ha estado remunerado, se esconde una relación de explotación. Todas las relaciones entre capital y el trabajo asalariado giran alrededor de la plusvalía que no se paga: el trabajo gratuito que el trabajador asalariado tiene que hacer para que el capitalista obtenga beneficios.
El Programa también contenía una apuesta por las cooperativas en los siguientes términos: «El partido obrero alemán, con el fin de preparar el camino para la solución de la cuestión social, defiende el establecimiento de sociedades cooperativas de producción con ayuda del estado y bajo el control democrático de la gente trabajadora». Marx no únicamente criticó que no hubiera un posicionamiento de clase, sino que no se situara la ruptura revolucionaria como mecanismo para la toma del poder económico. Al mismo tiempo que puso en valor la visión positiva de les cooperativas desde la perspectiva socialista, defendió su necesaria autonomía, separadas de estado y burguesía. Cíclicamente se repite un debate en la izquierda revolucionaria sobre las cooperativas con posiciones muy opuestas: quien cree que son motor de cambio en sí mismas y quien se opone en todas sus fórmulas; digamos que nada de eso guarda relación con la tradición marxista.
Si bien la mayor parte del texto sitúa el reformismo como principal peligro para el movimiento socialista, hay también alguna crítica por un cierto sectarismo. Así, se afirma en el Programa: «La emancipación del trabajo ha de ser obra de la clase obrera, ante la cual todas las otras clases no forman más que una masa reaccionaria». Evidentemente, no analizar que la burguesía tiene una influencia poderosa sobre los sectores intermedios (pequeña burguesía y campesinado) no forma parte del marxismo. Pero, una cosa es el papel clave (de dirección) de la clase trabajadora para su emancipación y otra cosa tachar de reaccionarios a sectores que precisamente se han de ganar para la causa obrera en la lucha por el socialismo. La propia historia del siglo XX se encargó de hacer ver cómo en las grandes revoluciones el campesinado (y en alguna ocasión otros sectores de les capas medias) jugaban un papel determinante.
También se encontrará en el Programa una opción para enmarcar la lucha en un ámbito del Estado-nación que nada tiene que ver con la tradición internacionalista marxista de defensa de los procesos de liberación nacional (si bien Marx no habla en esta obra). Marx criticó de manera enérgica la aceptación por parte del nuevo partido del marco estatal ya establecido como único ámbito de lucha, recordando que ya en el Manifiesto Comunista se dice que la lucha de la clase trabajadora es nacional por su forma, pero no por su contenido.
Una de las críticas más duras viene de la mano del concepto «el estado libre». En el aspecto del estado, el programa no tenía un posicionamiento revolucionario, ya que substituía toda referencia a la necesidad de una dictadura revolucionaria del proletariado por una serie de exigencias democráticas dirigidas al estado existente. Por un lado, aparece la discusión sobre la naturaleza de clase del estado y cómo el estado, al ser burgués, no es ni transformable ni herramienta válida para construir el socialismo, ya que tiene que ser derrocado y substituido por un nuevo estado obrero de transición. Las izquierdas reformistas han recuperado a lo largo de la historia la toma de posiciones en el estado burgués, la participación en el mismo, su transformación, etc., cosa que parecería que no ha funcionado, excepto para justificar la integración del movimiento obrero dentro del orden capitalista. De Marx a Nicos Poulantzas tenemos un delito ecológico en libros y libros discutiendo la cuestión.
«Educación básica universal e igual a cargo del estado. Asistencia escolar universal. Enseñanza gratuita». De una primera lectura podría parecer que cualquier marxista tendría que estar de acuerdo, pero la propuesta podría incluir una educación privada concertada que la mayoría social, el esfuerzo de la clase trabajadora, tendría que sostener económicamente. Este es un ejemplo del espíritu que Marx intenta combatir con este texto: las reivindicaciones inmediatas tienen que ser coherentes con la estrategia socialista revolucionaria. O dicho de otra manera: las reformas han de servir para acumular fuerzas y orientar la consciencia de la clase trabajadora hacia el objetivo final de toma del poder, sin el cual no son más que conquistas parciales que tarde o temprano corren peligro de ser perdidas.
Para acabar, hay un conjunto de críticas sobre la asunción de los conceptos burgueses de libertad de consciencia y sobre la falta de concreción en materia laboral: jornada, trabajo femenino e infantil, inspección de trabajo, entre otras materias. Marx insiste en que las propuestas genéricas no son aceptables y en que necesitamos la concreción de las mismas.
Programa mínimo y programa máximo
La discusión sobre el Programa, que Marx provocó, más allá de la adopción en 1891 del nuevo Programa de Erfurt por la socialdemocracia alemana y su influencia en la II Internacional, se desarrolló en este país medio siglo después, pero con una dimensión todavía más grande y con efectos internacionales. La discusión se trasladó a la Internacional Comunista por la expulsión de Paul Levi por su crítica a «la acción de marzo de 1921» (un intento infructuoso de insurrección por parte del comunismo alemán, criticado como precipitado). Como explicó el historiador Pierre Broué había detrás de esta polémica una dramática separación del programa de mínimos y de máximos del Programa de Erfurt de 1891. Eso inició una necesaria e interesante discusión en la Internacional Comunista.
Afinar en el programa nos permite dar una dimensión actual al proceso de Unidad Popular que una parte de la izquierda revolucionaria continúa teniendo como apuesta estratégica: transformar las necesidades materiales en luchas sectoriales, transformar las luchas sectoriales en luchas políticas, construir organización.
Hubo en el III Congreso de la Internacional Comunista una discusión no únicamente sobre el contenido concreto del programa sino si el mismo tenía que incluir cuestiones tácticas. Una de los análisis más influyentes sobre la cuestión fue la de Bohumír Smeral (revolucionario checo) que, entre muchas reflexiones, nos concreta la cuestión de esta manera: «La práctica de unirse a la lucha diaria de las masas por reivindicaciones parciales y convertirlas en el punto de partida para un nuevo aumento en la actividad de las masas». La discusión en el III Congreso de la Internacional Comunista incorporó las ideas de Smeral que, en forma de pregunta, ve la necesidad de un traslado al programa que llamó reivindicaciones transaccionales: «Hay que transferir nuestra actividad a otras áreas, tenemos que avanzar en las demandas que no son nuestras demandas programáticas máximas, sino demandas para el período de transición, para el período de existencia de los estados democráticos, demandas concretas en el ámbito de los impuestos y del presupuesto del estado, del poder judicial, de la administración pública, del suministro de alimentos, de los derechos civiles?» Años después, en 1938, Trotsky escribió El Programa de Transición, el cual entre muchas otras cosas representaba una actualización de los debates en la III Internacional. Más allá del contenido material cobra importancia situar el programa viendo también la realidad de la clase trabajadora y de los y las activistas.
Durante el período 1945-1975 las organizaciones socialistas y comunistas mutaron mayoritariamente en socialdemócratas (reformistas). Eso no impidió experiencias revolucionarias en todo el mundo donde incluso movimientos de emancipación nacional se transformaban en socialistas y situaban el debate del programa en primer plano. También se originaron discusiones teóricas profundas en organizaciones socialistas y comunistas revolucionarias sobre programa en las diferentes etapas históricas, en ocasiones, también se ha de decir, sobre cuestiones que no tienen ninguna transcendencia sobre la clase trabajadora y sus luchas.
Así, a día de hoy, antes de construir el programa tenemos que volver también a analizar la realidad de la clase, de los y las activistas, por un lado, pero también la derrota política de la izquierda post 1989 y la casi ruptura del hilo de las ideas del marxismo revolucionario. Partiendo de esto, volvemos a tener una generación mayor desmoralizada y una joven inexperta y sin muchos referentes organizativos en determinadas luchas. Esto, lejos de analizarlo como una derrota, nos demanda más atención a la hora de confeccionar el programa.
Tenemos que poner encima de la mesa nuestro programa, consignas que, si bien para los y las revolucionarias nos parecen de mínimos, para resolver las necesidades materiales en términos de vivienda, trabajo, alimentación, suministros, sanidad, enseñanza … serían científicamente posibles pero que el capitalismo no acepta. No lo tenemos que entender como consignas vacías sino como hoja de ruta para las luchas, para ganar. También, afinar en el programa nos permite dar una dimensión actual en el proceso de Unidad Popular que una parte de la izquierda revolucionaria continúa teniendo como apuesta estratégica: transformar las necesidades materiales en luchas sectoriales, transformar les luchas sectoriales en luchas políticas, construir organización.
Una guía para la acción
Por desgracia, lo que tendría que ser un ejercicio de pura discusión teórica en nuestras organizaciones del ámbito institucional, es una nueva batalla ideológica y contra el reformismo. Nos volvemos a encontrar con lo que Marx caracterizaba de «frases burguesas», las «frases vacías», las «simples expresiones». Eso nos provoca la necesidad de recuperar un programa de clase, feminista y de construcción nacional. Batalla, con perspectiva de camaradería, con quien todavía piensa que no llegamos a mayorías por tener un programa revolucionario y no porque no demos respuesta a sus mínimas necesidades, para quien piensa que el programa revolucionario genera miedo cuando el grave problema es que no nos entienden por un programa político muy influenciado por lo peor de la academia.
Para la izquierda política decir hoy «¡hay partido!» y para la izquierda política de hace 150 años decir «¡hay partido!» son cosas diferentes. Mayoritariamente hoy «hay partido» se ha transformado en sinónimo de poder generar relato, discusión. Es importante, pero únicamente es determinante para la batalla electoral, ni tan solo para la batalla de las ideas. Y el problema está cuando «hay partido» es tan sólo una evocación a la existencia de relato o confrontación de discurso, pero no se da como sinónimo de la construcción necesaria de estructuras estables, células, asambleas locales, programa, estrategia, camaradería. Necesitamos esto, y construir con y entre les clases populares.
Claro que necesitamos programa, programa revolucionario, pero no lo hemos de entender como un documento teórico interno, como una guía para votaciones en las instituciones, sino como una guía para la lucha. No olvidemos que en la Carta que Marx escribe a Brake, y donde tanto critica la falta de programa, también afirma: «Cada paso del movimiento real es más importante que una docena de programas».
¡Y como tantas veces a lo largo de la historia de los y las que hemos decidido no retroceder, continuar con el hilo rojo, necesitamos organización, luchas y programa!