DOMINIC ALEXANDER, HISTORIADOR BRITÁNICO
El capitalismo mundial no se ha recuperado del crack de 2008. Desde entonces estamos viviendo un periodo de bajo crecimiento persistente que se puede calificar como una nueva «larga depresión» que rivaliza con las profundas crisis de finales del siglo XIX y de los años treinta. En todas las crisis anteriores, el capitalismo se ha recuperado y ha entrado en una nueva fase de rentabilidad y expansión. La pregunta sigue siendo si podría hacerlo de nuevo, o si el capitalismo, como sistema, ha llegado al final de su capacidad histórica para renovarse.
Uno de los principales mecanismos por los que se ha superado la crisis es la oleada de nuevas tecnologías, que abaratan la producción, permiten la expansión de nuevas industrias y restauran la tasa de beneficio. Sin embargo, estos auges siempre contienen el germen de la siguiente gran crisis, ya que cuando la nueva tecnología se ha generalizado en toda la economía, la rentabilidad media vuelve a disminuir.
Los nuevos métodos de producción suelen reducir la cantidad de mano de obra necesaria para fabricar productos básicos. Al principio, esto puede aumentar la rentabilidad, al menos para algunas industrias, y si el coste de la reproducción de la mano de obra se abarata, por ejemplo, mediante el abaratamiento de los alimentos, esto puede aumentar la rentabilidad en general. Sin embargo, el trabajo es la fuente de la plusvalía, y por lo tanto de la ganancia, por lo que cuanto menos trabajo haya, menos plusvalía se producirá. En consecuencia, la tendencia a largo plazo acaba por reafirmarse, y la tasa global de beneficio de la economía se reduce. La crisis se reanuda.
La historia económica de los últimos cincuenta años sugiere que la salida de la crisis es cada vez más difícil para el sistema. Diversos estudios, que utilizan diferentes métodos, han demostrado que las tasas de beneficio disminuyeron grandemente a finales de los años 60 y principios de los 70. Sólo se recuperaron cuando las políticas neoliberales de finales de los 70 recortaron los servicios públicos y reestructuraron la producción a nivel mundial, haciendo bajar los salarios y los costes de producción. A continuación, las tasas de beneficio retomaron una tendencia a la baja, disminuyendo de nuevo antes del crack de 2008, y permaneciendo históricamente bajas. La última crisis se produce, por tanto, tras un largo periodo en que el capitalismo no ha logrado recuperar las altas tasas de crecimiento del boom de la posguerra.
La actual ola de innovación en el ámbito de la informática y la tecnología digital lleva ya algún tiempo en marcha y ha dado lugar a nuevas y enormes empresas y a capitalistas multimillonarios. Sin embargo, por muy importante que haya sido este sector en las últimas tres décadas, no se ha traducido en una innovación decisiva del crecimiento y la rentabilidad del capitalismo en general. El capitalismo requiere una expansión cada vez mayor, pero últimamente parece que sólo corre para quedarse parado.
Resulta revelador que éxitos notables como Google y Facebook no se dedican a la producción de mercancías como tal, sino que dependen de la publicidad como fuente de ingresos. Es decir, están sacando una tajada de la plusvalía existente, no creando ellos mismos nuevo valor a partir de la producción. Sin embargo, el capitalismo depende de la actividad de creación de valor. Como vector de renovación del capitalismo, estos éxitos parecen estériles. Lo que estamos viendo ahora está muy lejos de los auges de la electrónica, la química y la automatización de finales del siglo XIX y principios del XX.
¿Alguien puede decir que no pueda llegar otra ola de innovación productiva? Puede ser, o puede ser que el capitalismo se esté acercando a un límite de su capacidad para abaratar la producción de manera que permita su expansión acelerada. Además, no hay ningún lugar significativo en el mundo en el que el capitalismo pueda expandirse; China es claramente parte del sistema mundial. El crecimiento desmesurado de la esfera financiera, y sus absurdos, es una señal de que el capital está huyendo de la actividad productiva hacia la competencia por la parte del excedente social existente.
Otro signo del mismo problema es que la vivienda es ahora un sumidero de capital improductivo, lo que en realidad crea un mayor lastre para el sistema en su conjunto, ya que esto aumenta el coste de la reproducción del trabajo. Estos y otros problemas sugieren que el capitalismo se está volviendo, incluso en sus zonas más prósperas, disfuncional según sus propios estándares. Todo esto sin mencionar las aceleradas y múltiples crisis ecológicas.
Otra forma en que el capitalismo ha restaurado, en el pasado, la rentabilidad es a través de la destrucción masiva de capitales rivales. Esto sucedió en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, y fue una base importante para el auge de la posguerra. Puede que el capitalismo esté en declive, pero es capaz de alcanzar niveles impensables de devastación en su desesperación por renovar la rentabilidad.
No debemos esperar que el capitalismo llegue al fin de sus propios límites. Debemos organizarnos para sustituirlo, antes de que nos destruya a todos en sus estertores.