La OTAN ahora es la base ideológica y material del supremacismo de los grupos neonazis reclutados en todo el mundo para ”tercerizar” la guerra y hacer un “buen” negocIo.

EDER PEÑA, BIÓLOGO VENEZOLANO

La guerra irregular, tal cual se ha concebido por parte de Estados Unidos y Europa (la OTAN) en los últimos años, se ha caracterizado por la conformación de grupos paramilitares que, por un lado, son tildados de terroristas mientras que por el otro le son funcionales a los planes hegemónicos de las potencias occidentales. Así ha ocurrido con varias facciones islamistas que se han sumado a las «primaveras» que desde ese rincón del planeta se han organizado para lograr cambios de régimen en países como Afganistán, Irak, Siria o Libia.

Con sus particularidades, estos grupos terminaron convirtiéndose en una madeja de «problemas» para Europa y Estados Unidos, al punto de que organizaron atentados terroristas en las ciudades de las metrópolis que las financiaron y alentaron. Distintos reportes mostraron cómo una buena parte de estos grupos, desde Al-Qaeda hasta Daesh, estaban conformados por porcentajes significativos de ciudadanos europeos y que fueron «radicalizados» en el mismo Norte Global (la Commonwealth, la UE y la OTAN).

En este nuevo ciclo de confrontación militar, Occidente sigue caminando al borde de un abismo en el que los escenarios de fortalecimiento bélico a grupos de extrema derecha parecen develar algunas narrativas falsas o incompletas respecto a valores como la libertad, democracia, igualdad. Se trata de tiempos de desmantelamiento y demolición de categorías ilusorias con las que han querido mantener el dominio global, pero en los que el estandarte ha sido que prevalezcan la vacuidad de esos valores hasta en las «nuevas» expresiones de terrorismo.

A continuación, tres ejemplos de cómo Occidente ha convertido la guerra irregular en una manera de fortalecer a grupos de extrema derecha.

SUPREMACISMO BLANCO

Producto de más de 200 años de racialización de las tensiones sociales en Estados Unidos, en los últimos años ha ido creciendo (o reapareciendo en el espectro mediático) la violencia protagonizada por el terrorismo de extrema derecha conformado por sectores blancos de ese país. Chad Wolf, secretario interino de Seguridad Nacional de Estados Unidos, afirmó en un informe fechado en octubre de 2020:

«Como Secretario, me preocupa cualquier forma de extremismo violento […], sin embargo, estoy particularmente preocupado por los extremistas violentos de la supremacía blanca que han sido excepcionalmente letales en sus aborrecibles ataques»en los últimos tiempos. Agregaba el documento que este terrorismo «supremacista blanco» seguiría siendo «la amenaza más persistente y letal en el país» en adelante.

Algunos datos:

Delitos como el de Dylann Roof (hombre blanco de 21 años), quien en 2015 asesinó a nueve fieles de una congregación de la Iglesia Metodista Africana de Charleston (Carolina del Sur, EE.UU.) con un rifle de asalto, son clasificados como crímenes de odio y no como terrorismo.
Casi el 70% de los atentados y complots que había sufrido el país en los primeros ocho meses de 2020 estaban enmarcados en el «supremacismo blanco», una categoría enmarcada en la extrema derecha. En estos ataques murieron 39 personas.

El 60% de los ataques de este tipo de terrorismo están perpetrados por individuos que no pertenecen a ningún grupo.

En los últimos cinco años, los atentados terroristas etiquetados como de extrema derecha han crecido 320% en todo el mundo, de acuerdo al Índice Global de Terrorismo, uno de los indicadores de referencia en la materia y que elabora el Instituto de Economía y Paz (IEP).En 2010, el IEP registró apenas cinco ataques ejecutados por tipo de terrorismo, casi una década después esa cifra escaló hasta los 58 atentados en el año, siendo asesinadas 77 personas.

A finales de la década pasada, incluso hubo más ataques terroristas en Occidente inspirados por la extrema derecha que por el terrorismo yihadista (17,2% frente a un 6,8%, respectivamente), según el informe.

En 2019, las detenciones de terroristas de ultraderecha habían aumentado por tercer año consecutivo mientras que sus asesinatos se habían multiplicado por siete en los tres últimos años.

A partir del 22 de julio de 2011, cuando el ultraderechista noruego Anders Breivik hizo estallar una bomba frente a un edifico oficial en Oslo y después se adentró en un campamento juvenil del Partido Laborista para masacrar a 77 personas, los atentados vinculados a la extrema derecha se intensificaron: Christchurch (Nueva Zelanda, 2019), 51 muertos; El Paso (EE.UU., 2020), 22 muertos; Hanau (Alemania, 2020), nueve muertos; Pittsburgh (EE.UU., 2018), 11 muertos.

En el otro lado del Océano Atlántico, donde los partidos de extrema derecha han ganado apoyo como resultado de la actual crisis de refugiados y de los ataques terroristas yihadistas (financiados por algunos de sus gobiernos), el jefe de los servicios de inteligencia británicos reconoció ese año que este tipo violencia es una de las «mayores amenazas» que enfrentaba su país a la vez que el entonces ministro del Interior alemán, Horst Seehofer, declaró que «es la mayor amenaza para nosotros».

Su gobierno tuvo que disolver una unidad de élite del ejército por sus vínculos con grupos neonazis en medio de confabulaciones para crear un grupo terrorista dentro de sus fuerzas armadas.

¿CONSECUENCIA NATURAL DEL «DARWINISMO SOCIAL»?

Según una entrevista realizada por la BBC a la investigadora Cristina Ariza, coordinadora en la materia del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET) y analista en el Tony Blair Institute of Global Change, las causas de la diseminación de estos grupos pudieran residir en «los años de crisis económica [tras la gran recesión de 2008] y los propios procesos políticos resultantes que impulsaron a formaciones políticas de derecha radical, una reacción por la virulencia del terrorismo yihadista de estos años, el sentimiento de algunos sectores contra las oleadas migratorias… sus razones son variadas».

Otros autores como J. M. Berger, autor del libro Extremismo, afirman que cambios a nivel global, como el auge de las redes sociales, han facilitado que cualquier causa terrorista descentralizada busque perpetrar una violencia a mayor escala y con menos sentido.

Se trata de un espectro de movimientos que varía desde el Ku Klux Klan, grupos nacionalistas blancos como el Council of Conservative Citizens, neonazis como el National Socialist Movement de Detroit, cabezas rapadas (skinheads) como Vinladers Social Club o Hammerskin, grupos fundamentalistas de Identidad Cristiana, neoconfederados y bandas criminales en prisiones como Aryan Circle.

Occidente ha estimulado esta vertiente cultural al impulsar políticas y paquetes económicos basados en el mal llamado «darwinismo social», que nada tiene que ver con lo postulado por Darwin, pero sí con agendas supremacistas incubadas en la misma génesis del capitalismo globalizador (valga la redundancia).

La pandemia por la covid-19 estimuló la existencia de estos grupos al mostrar de manera brutal las profundas injusticias en las sociedades liberales junto a narrativas cargadas de fanatismo e intolerancia, incluso lograron organizar movilizaciones numerosas en Europa y Estados Unidos y extender sus mensajes en las redes sociales con frases como «Donde Hitler falló, el coronavirus triunfará».

En solo tres meses, un grupo de 34 portales conspiracionistas sobre la covid-19 consiguieron 80 millones de interacciones en Facebook, señala un informe de alerta de la ONU. Mientras tanto, la Organización Mundial de la Salud (OMS), tratando de proporcionar información verídica, solo consiguió 6,2 millones.

Es complejo el procesamiento legal de estos crímenes emprendidos por miembros de grupos organizados de supremacía blanca o pro-aria contra las minorías raciales para avanzar una agenda racial, además confluyen con la naturalización de mensajes, prácticas y prendas supremacistas en sociedades del Norte Global. Si revisamos la matriz cultural de la que deriva toda la práctica colonial euroatlántica es supremacismo puro, es el «nosotros sí y el resto del mundo no» aplicado en cada faceta de las relaciones internacionales.

De alguna manera, así lo expresa Alberto Rodríguez García, periodista especializado en Oriente Medio, propaganda y terrorismo, en una columna de opinión:

«[Occidente]Es el único que se llena el pecho hablando de tolerancia, de democracia y de respeto, mientras impone por la fuerza su visión obtusa del mundo, mientras quita y pone gobiernos a su conveniencia, mientras es incapaz de entender, aceptar o permitir sistemas y modos de vida ajenos a los valores liberal-occidentales que, dicho sea de paso, son tan decadentes que solo generan problemas sociales, raciales… identitarios».

MERCENARIOS LATINOAMERICANOS: MANO DE OBRA BARATA Y DESECHABLE

A partir del asesinato del presidente haitiano Juvenel Möise, en julio de 2021, por parte de mercenarios entrenados por semanas para cumplir con esa misión, se logró calibrar el alcance de una práctica de varias décadas y que halló lugar en países de Latinoamérica como Colombia, Panamá, El Salvador y Chile, entre otros. Se trata del lucrativo mercado transnacional de las «empresas de seguridad» que tienen a los mercenarios como mano de obra barata y desechable.

En el caso de Colombia, sus Fuerzas Militares con unos 220 mil uniformados son un caldo de cultivo debido a que miles de ellos se retiran por falta de posibilidades de ascenso, fallas de conducta o porque cumplen 20 años de servicio. En lo práctico e ideológico se trata de un estamento militar que está vinculado al actuar de grupos narcoparamilitares financiados por sectores de la oligarquía nacional y transnacional, por lo que, al exportar un mercenario, Colombia potencialmente exporta a un arma entrenada para la masacre y el desplazamiento de poblaciones rurales en donde Estados Unidos lo necesite.

Son más de 7 millones de desplazados internos en dicho país. Tal cifra no es producto del cambio climático o de catástrofes geológicas sino de una disputa por territorio en la que participan poderosos sectores político-económicos, narcotráfico e intereses extractivos (agronegocio y minería) del Norte Global.

Medios reseñaron cómo al menos uno de los mercenarios que participaron en el asesinato de Möise está vinculado a un proceso judicial por los «falsos positivos», práctica naturalizada en Colombia durante los gobiernos de Uribe, Santos y Duque en la que, solo entre 2002 y 2008, uniformados ejecutaron a más de 6 mil civiles para hacerlos pasar como bajas en combate a cambio de beneficios, pero que se ha mantenido hasta casi el final del largo período uribista.

El quehacer de los mercenarios va desde vigilar oleoductos en Emiratos Árabes hasta combatir a los rebeldes hutíes en Yemen o «defender» a Ucrania de la operación militar en proceso ejecutada por Rusia. En particular, sus servicios han sido implementados en la guerra irregular contra Venezuela desde 2004, cuando autoridades nacionales detuvieron a 153 paramilitares colombianos que eran parte de un plan para asesinar al entonces presidente Hugo Chávez.

Desde el inicio del Plan Colombia, entre 2000 y 2015, Estados Unidos gastó casi 7 mil millones de dólares para entrenar, asesorar y equipar a las fuerzas de seguridad colombianas. Ya en los años 1980 el mercenario israelí Yair Klein coordinaba los primeros entrenamientos de los escuadrones paramilitares en el país, que luego protagonizarían actos de intimidación contra campesinos y masacres sangrientas. Ante un tribunal colombiano, Klein aseguró que su trabajo con los paramilitares había contado con el apoyo directo del Ejército Nacional y otras instituciones estatales colombianas, además de haber recibido financiamiento de alguien que luego llegaría a convertirse en presidente del país.

En los últimos años, el gobierno estadounidense ha promovido la «exportación de seguridad», que no es otra cosa que exportar un modelo de guerra no convencional en la que no haya códigos claros más allá de la masacre y el desplazamiento al servicio de las agendas neoliberales del hegemón euroatlántico.

Algunas otras características:

Estados Unidos comenzó a sustituir sus tropas en el Sudoeste Asiático por «empresas de seguridad privada porque implican un menor costo político en términos de bajas y una zona gris en el derecho internacional», dijo a AFP Jorge Mantilla, investigador de fenómenos criminales de la Universidad de Illinois en Chicago.

Ante eventuales violaciones a los derechos humanos, «la responsabilidad jurídica la van asumir los autores materiales» y no el Estado o compañía que los contrató, agrega el analista. Hoy existe un mercado global donde empresas estadounidenses como Blackwater (o Academi), inglesas, francesas, belgas o danesas, reclutan mercenarios principalmente en Latinoamérica o en países que tuvieron conflictos armados como Zimbabue y Nepal.

Se trata de un negocio que, además de tercerizar la guerra, aporta millones de dólares a las empresas del complejo industrial-militar estadounidense, protegido por su poderoso lobby en el Congreso y funcional al avance de la agenda geopolítica que hace de todo por distorsionar la correlación de fuerzas en conflictos estratégicos.

The New York Times acaba de publicar que Estados Unidos, en particular la CIA, sabía que el ejército colombiano había brindado una lista de objetivos del partido de izquierda Unión Patriótica (UP) a los paramilitares, quienes mataron a 20 trabajadores de una plantación bananera en una masacre muy conocida, pero siguieron enviando miles de millones de dólares en ayuda al gobierno de Colombia.

¿TODO SE HA DESCONTROLADO EN UCRANIA?

Entre noviembre de 2013 y febrero de 2014, Ucrania sufrió un sangriento golpe de Estado que derrocó al presidente Víktor Yanukóvich, lo que derivó en protestas masivas en Crimea, Odesa, Járkov, Donetsk, Lugansk, en las que los pobladores exigían que Ucrania fuera un Estado federal. El presidente en funciones, Alexandr Turchínov, inició una verdadera guerra en la que participaron las fuerzas armadas.

La alta dirigente del Departamento de Estado de Estados Unidos, la neoconservadora Victoria Nuland, fue a Kiev para ‎respaldar a los golpistas del Sector Derecho, que glorifican a los colaboradores de la ocupación alemana tal cual lo proclamó su ideólogo Stepán Bandera.

En medio de la «primavera» de 2014, cuando en Ucrania no había autoridad legítima alguna, Crimea se independizó de Ucrania, se reintegró a Rusia y la población de Dombás decidió en un referéndum su propio destino, proclamando la independencia de ‎las provincias de Donetsk y Lugansk. Un tiempo considerable después del golpe de estado de Maidán, investigadores occidentales estuvieron seriamente preocupados por la popularidad del nazismo en Ucrania.

En 2020, el New York Times publicó un artículo llamado «Una vez luchamos contra los yihadistas, ahora luchamos contra los supremacistas blancos», firmado por el congresista demócrata Max Rose y el ex agente del FBI Ali H. Soufan; incluso Reuters dedicó una columna entera a cómo los neonazis en Ucrania tratan a los miembros de las minorías sexuales.

Luego del inicio de la operación especial que iniciara Rusia el pasado 23 de febrero, aun con las evidentes prácticas nazis violentas por parte del estamento gubernamental de Ucrania, los medios occidentales han obviado los hechos y han convalidado la censura ordenada por la OTAN y la UE. Instituciones que tendrían que luchar contra la popularización del nazismo, incluido el Museo de Auschwitz, la Biblioteca del Holocausto de la Universidad de Londres y una serie de instituciones conmemorativas y organizaciones judías dedicadas al Holocausto, comenzaron a blanquear abiertamente al régimen de Kiev, declarar que no hay ultraderecha, no hay extremismo en Ucrania en absoluto.

Desde 2014, relata Rodolfo Bueno, el sector ucraniano otanista:

«(…) prohibió el ruso, la lengua más hablada en ese país; proscribió a partidos políticos de oposición; impuso sus leyes ‎amenazando a gobernadores,‎ ‎alcaldes y jueces; asesinó a niños, mujeres, ancianos, opositores, periodistas y escritores; agredió a gente desarmada en Odesa y quemó vivos a cerca de cincuenta de ellos, después disparó contra las ambulancias que conducían a los heridos, y cometió más barbaridades, como el asesinato de quince mil rusos de Donbass en los últimos ocho años».

El periodista Alexander Rubinstein se refiere en The Grayzone a un informe de seguridad en Estados Unidos que advierte sobre los más de 20 mil voluntarios extranjeros neonazis que regresan de combatir contra Rusia y Venezuela, se trata de «extremistas violentos racialmente motivados – supremacía blanca (RMVE-WS, en inglés)» con nuevas tácticas aprendidas en el campo de batalla ucraniano. Esto permite avizorar qué pasará con las cifras publicadas más arriba en el presente texto.

Agrega Rubinstein que, desde hace cuatro años, el FBI ha imputado a varios nacionalistas blancos vinculados al Rise Above Movement (RAM, por sus siglas en inglés, o «Elevarse»), luego de haberse entrenado en Kiev con el neonazi Regimiento Azov y los Cuerpos Nacionales, su ala civil. Hoy en día, fuerzas de seguridad federales ignoran por completo cuántos neonazis estadounidenses están activos en la guerra en Ucrania, o qué están haciendo allá, señaló el periodista en su informe.

Sin embargo, la administración Biden le está permitiendo al gobierno ucraniano el reclutamiento de extremistas violentos estadounidenses en su embajada en Washington y en consulados en todo el país. A su vez, las armas que la OTAN envía a Ucrania circulan por toda Europa y su cantidad es ya muchas veces mayor que la que Occidente suministró a los muyahidines durante los diez años de guerra en Afganistán. Se esperan consecuencias más desastrosas que las del 11-S en el corazón de aquellos países.

Si quedaban dudas de que la OTAN es la base ideológica del supremacismo que estos grupos representan basta con cerciorarse de la falsedad de las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) ante las medidas coercitivas unilaterales aplicadas contra 19 países; la nula fiabilidad del sistema financiero occidental, que robó más de 300 mil millones de dólares de las reservas rusas; la represión a todo lo de Rusia, incluso el derecho a competir de sus deportistas, de actuar a sus artistas, de escuchar música o leer libros de autores rusos y hasta de los gatos siberianos a participar en concursos de belleza.

¿Es casualidad o causalidad que en esta situación se estén adiestrando y armando a grupos cuya coincidencia es representar lo más rancio del pensamiento supremacista y conservador?