Si los “demócratas” de Estados Unidos no están preocupados por los centuriones de Giorgia Meloni, ¿por qué deberían estarlo sus sirvientes en Italia? Eso sí, con Draghi todo era más evidente, pero en fin, incluso con Meloni el gobierno se cuadrará con Washington.
POR DANTE BARONTINI, COLUMNISTA DEL PERIÓDICO ITALIANO «CONTRAPIANO»
¿Qué tan libre es un país de Europa occidental que se une a la OTAN y es miembro de la Unión Europea?
Nuestros lectores conocen nuestra respuesta: cero .
Sabemos que muchos compañeros de viaje aún cultivan la ilusión según la cual una mayoría gubernamental diferente podría, aprovechando el peso económico y político de Italia, llevar a cabo una reforma de los tratados europeos que obstaculizaran una política que nos lleva directo a nueva espiral “austeridad-recesión”, con todas las conocidas consecuencias sobre las condiciones de vida de los trabajadores y los sectores populares.
Según esa visión, en la UE los Estados siguen teniendo un peso predominante y sólo al final de grandes debates se llegaría a una conclusión unitaria. Falso y engañoso. Ya Alexis Tsipras tuvo que experimentar en la piel de su propio país que esta es una visión que no ve las cosas como son. Pero incluso el primer gobierno de Conte, en una posición política completamente diferente a la de Syriza, pronto se dio de bruces con la dura realidad impuesta por Bruselas.
En pocas horas, Estados Unidos y la Unión Europea, en sus más altos niveles, han barrido todas las ilusiones sobre la posibilidad de cambiar algo a través de los resultados electorales.
Un alto diplomático de la Casa Blanca, que acompañó a Joe Biden a la Asamblea General de la ONU, explicó a la prensa la posición de Estados Unidos: “ quienquiera que sea el nuevo primer ministro italiano, el presidente Biden tendrá una conversación temprana con él, antes de fijar nuestra posición ”.
Todos sabemos que esta es y ha sido siempre la práctica habitual. Cada nuevo primer ministro italiano, después de ser nominado (no necesariamente «elegido») toma un avión a Washington. Empezó con De Gasperi, y los restantes le han imitado.
Sin embargo, lo que no es nada habitual es que la Casa Blanca deje claro al mundo que el gobierno de Italia (y el de otros países, por supuesto) es asunto de los Estados Unidos y, no de los votantes. Esto significa, de hecho, la frase » Quienquiera que se convierta en el nuevo primer ministro italiano, el presidente Biden tendrá que tener una conversación temprana, antes de fijar nuestra posición» .
La aparente «desconfianza» a la que respondió el diplomático, por órdenes directas de Biden, es evidentemente: existe la casi certeza que Giorgia Meloni, con su partido posfascista, será la más votada, logrando así al cargo de Premier.
Y un posfascista -no importa si hombre o mujer- a la cabeza de un país «democrático» de Europa occidental, «faro de civilización» y juez (muy parcial) del ritmo «democrático» del resto del mundo, debe ser una preocupación para todos aquellos que se hacen llamar demócratas.
Sin embargo, no este no es el caso del presidente Biden, él no esta preocupado. Al contrario, mira con mucha tranquilidad este posible desenlace de las elecciones en Italia.
«No creemos -dijo el representante de la Casa Blanca- que, más allá de los resultados de las elecciones, Italia abandone la coalición que apoya a Ucrania «. En resumen, si es un «demócrata» o un fascista no importa, lo principal es hacer la guerra a Rusia, de la mano de los Estados Unidos.
Esto quiere decir que la narrativa del ‘fin del mundo’ que nos ha hecho el el Partido Demócrata Italiano no ocurrirá ni de lejos. En pocas palabras, el vocero estadounidense ha desautorizado el principal argumento a favor del “voto útil” de sus amigos “demócratas italianos”.
Si los “demócratas” de Estados Unidos no están preocupados por los centuriones de Giorgia Meloni, ¿por qué deberían estarlo sus sirvientes en Italia? Eso sí, con Draghi todo era más evidente, pero en fin, incluso con Meloni el gobierno se cuadrará con Washington.
Más explícita aún, si se puede, fue Úrsula von der Leyen, que sigue siendo presidenta de la Comisión Europea, es decir “jefa del gobierno continental”.
Respondiendo a la mismas pregunta (» ¿Le preocupa la esperada victoria de Giorgia Meloni? «), Von der Leyen respondió con una gélida amenaza: » Trabajaremos con cualquier gobierno democrático que quiera trabajar con nosotros, pero si las cosas salen mal, tenemos las herramientas para responder”.
¿Qué herramientas? Ciertamente no una invasión militar para «liberar a Italia del fascismo», sus instrumentos son mucho más prosaicos: las ilegales restricciones establecidas en los tratados europeos y las decisiones sobre suministrar o no los fondos de la UE.
Para que no haya malentendidos, el presidente puso el ejemplo de Polonia y Hungría, a los que se les ha cortado la financiación de la UE porque » valores como la democracia y los derechos fundamentales corren un gran riesgo «.
Cabe recordar que esta decisión europea fue votada en contra por los Hermanos de Italia, así como por la Liga…
Quizá pueda complacer a alguna mente débil que hay «una Europa» dispuesta a demoler las ambiciones nacionalistas de un gobierno posfascista. Pero te invitamos a considerar dos cosas.
a) A esta «Europa» – en realidad un «estado supranacional en formación» llamado Unión Europea- le importa muy poco si es gobierno es casi fascista; lo importante es que acate disciplinadamente las decisiones de Bruselas.
b) » Cualquiera que sea el gobierno que elijan los italianos «, incluso el de Unión Popular, será tratado exactamente de la misma manera: o se alinea con las políticas de la UE (guerra, austeridad, privatización, austeridad, reducción de la deuda pública, etc.) o » nosotros tenemos las herramientas para responder «.
Debemos partir de esta comprensión, si no queremos hablar en abstracto de política y del futuro de las clases populares, en este país como en toda Europa.
No es casualidad que La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, en su programa “El futuro en común”, haya incluido explícitamente un «plan B» que prevé la salida de la Unión Europea en caso de que no sea posible cambiar la estructura de los tratados, en un sentido favorable a los pueblos.