MK BHADRAKUMAR, DIPLOMÁTICO SENIOR DE LA INDIA
La única opción que le quedaba a Alemania era acercarse a China en una búsqueda desesperada por reactivar su economía.
La diplomacia alemana ha puesto en escena un curioso «contrapunto». Mientras la ministra de Relaciones Exteriores, Annalena Baerbock, recibía a sus socios del G7 en Münster, el canciller Olaf Scholz justo en esos momentos viajaba a Beijing para reunirse con Xi Jinping.
La sesión de fotos mostró al Secretario de Estado estadounidense, Anthony Blinken, flanqueando a Baerbock, con Victoria Nuland, mejor conocida como la maestra de ceremonias del golpe de estado de “Maidan” en Kiev en 2014.
Alemania se está poniendo al día con el fotoperiodismo. En serio, la foto no podría haber capturado de manera más significativa la doble personalidad de la diplomacia alemana: esta claro, el gobierno de coalición teutón tira en diferentes direcciones.
Annalena Baerbock ha puesto en evidencia su descontento por la visita de Scholz a China reuniendo a su alrededor a sus homólogos del G7. Incluso según las normas de la política de la coalición, este es un gesto excesivo. Cuando el máximo líder de un país está de visita en el extranjero, una muestra de alta disonancia como lo ocurrido en Münster socava abiertamente la diplomacia.
Del mismo modo, los socios del G7 optaron por no esperar el regreso a casa de Scholz. Por tanto, con toda probabilidad, dado su visión sesgada, el movimiento de Scholz en Beijing no cambiarán la actitud de su Ministra de Exteriores.
A primera hora del lunes, el Canciller Alemán debería pedir la renuncia de Baerbeck. Mejor aún, esta última debería presentar su renuncia. Pero no va a pasar.
Días antes de su viaje a China, Scholz se enfrentó a duras críticas por emprender una misión de este tipo acompañado una poderosa delegación de empresarios y ejecutivos. Mientras tanto, la Administración Biden respaldaba a Baerbock junto con un influyente círculo de empresarios “atlantistas”.
¿Ha mordido Scholz más de lo que podía masticar? La respuesta depende de una contrapregunta: ¿Está Scholz contemplando dejar un legado similar a la de sus predecesores del Partido Socialdemócrata; Willy Brandt y Helmut Schmidt –
¿Ha mordido Scholz más de lo que podía masticar? La respuesta depende de una contrapregunta: ¿Está Scholz contemplando dejar un legado similar a la de sus predecesores del Partido Socialdemócrata; Willy Brandt y Helmut Schmidt (1974-1982 y 1974-1982 respectivamente)?
Esas dos figuras tomaron iniciativas pioneras hacia la antigua Unión Soviética y China, durante momentos decisivos de la historia moderna, desafiando el atlantismo que frenaba la autonomía estratégica de Alemania y colocaba a ese país como un posición subalterna en el orden mundial impuesto por Estados Unidos.
Hoy la diferencia cardinal es que Willy Brandt Helmut Smith y Gerhard Schroeder es fueron líderes asertivos (Brandt pilotó la “Ostpolitik” ignorando las protestas estadounidenses por el primer gasoducto que conectó el gas soviético con Alemania, Schmidt aprovechó el momento de la normalización la relaciones entre Estados Unidos y China para sacar provecho y el canciller Gerhard Schroeder amplió y profundizó la expansión de las relaciones comerciales con Rusia).
Dicho de otra manera, todo depende de la voluntad colectiva de Alemania de romper el techo de cristal de la OTAN, que Lord Ismay, el primer secretario general de la Alianza, definió de manera lacónica: “ la organización debe mantener fuera a la Unión Soviética, dentro a los Estados Unidos y abajo a los Alemanes abajo”.
Actualmente, al menos tres factores impactan la política alemana.
Primero, la estrategia del Indo-Pacífico. No se hay que equivocarse, la guerra de poder en Ucrania es un ensayo general para una inevitable confrontación entre EE. UU. y China por Taiwán. Ambos conflictos involucran el equilibrio global estratégico. Lo que está en juego es la hegemonía global de los Estados Unidos o un nuevo sistema multipolar en el orden mundial.
Alemania tiene un papel fundamental en esta lucha trascendental, no sólo en virtud de ocupar un espacio altamente volátil en el centro de Europa sino también por ser un potencia económica en el umbral de convertirse en una superpotencia.
La angustia en Washington es evidente. Si las tensiones aumentan en Asia-Pacífico la visita de Scholz a China puede debilitar el diseño geopolítico estadounidense y colocar palos en la rueda a la impresionante hazaña de lograr la unidad occidental ante el conflicto en Ucrania
Por supuesto, ninguna analogía es completa, ya que es poco probable que China opte por una operación militar especial como la de Rusia en Ucrania, para “pulverizar” en este caso al ejército taiwanés. Será una guerra mundial desde el primer día.
Sin embargo, la analogía es completa cuando se trata de las sanciones que la Administración Biden podría imponer a China. Al igual que con Rusia, Washington confiscaría los «activos » chinos (que superan el billón de dólares como mínimo) y rompería las cadenas de suministro.
Basta con decir que «hacer una Ucrania» en China es la clave para la perpetuación de la hegemonía global de EE. UU, ya que los activos financieros de China permiten que permanezca sin grandes problemas el estatus del dólar como moneda mundial, el neo- mercantilismo, el control de los capitales y la economía en crisis del Imperio.
En segundo lugar, la gran victoria diplomática de la Administración Biden ha sido su política transatlántica, porque logró consolidar su dominio sobre Europa al colocar en el centro del escenario la cuestión de Rusia.
Antony Blinken logró despertar los temores maniqueos de los países europeos por el resurgimiento del poder ruso. Después del famoso discurso del presidente Vladimir Putin en la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero de 2007 pocos esperaban un renacimiento ruso tan pronto.
La narrativa occidental en ese momento era que Rusia carecía de la capacidad para volver a ser una potencia global, ya que la modernización de sus fuerzas armadas parecía inviable. Podría decirse que toda la diplomacia de la canciller Ángela Merkel (2005-2021) se basó en esa narrativa equivocada.
Por lo tanto, cuando Putin anunció de manera inesperada el 24 de diciembre de 2019 que Rusia se había convertido en líder mundial en armamentos hipersónicos y que «ningún país posee armas hipersónicas de alcance continental que hemos desarrollado». Occidente lo escuchó con un horror no disimulado.
El equipo de Biden aprovechó esta inquietud de las capitales europeas para promover la “unidad occidental” en el conflicto ucraniano. Pero ahora está apareciendo una pequeña grieta con la visita de Scholz a Beijing. Lo que viene a continuación es que Annalena Baerbock de la mano de Estados Unidos se deben apresurar para empujar a Scholz de vuelta al redil.
En tercer lugar, siguiendo lo anterior, ha aparecido una contradicción fundamental, ya que las “sanciones del infierno” contra Rusia han golpeado como un boomerang a la vieja Europa, llevándola a la recesión. Alemania se ha visto muy afectada y sus autoridades más competentes temen el colapso de sectores enteros de su industria, con el consiguiente desempleo y agitación social y política.
El milagro industrial alemán se basó en la disponibilidad de suministro de energía barata, ilimitada y segura desde Rusia y su interrupción está causando estragos. Además, el sabotaje de los oleoductos Nord Stream 1 y 2 descartan una reactivación del nexo energético entre Alemania y Rusia (algo que preocupa a la opinión pública alemana).
Sin duda, Scholz tiene todos los datos del sabotaje que los medios no han querido hacer público. El Canciller es consciente de las consecuencias geopolíticas de lo que Estados Unidos le ha hecho a Alemania. Pero, como no está en condiciones de crear una reyerta escogió tragarse la amargura, especialmente porque Alemania ha sido humillada al tener que comprar Gas licuado (GNL) terriblemente caro a las compañías estadounidenses para reemplazar el gas ruso.
La única opción que le quedaba a Alemania era acercarse a China en una búsqueda desesperada por reactivar su economía. Por cierto, la misión de Scholz tenía como objetivo principal la reubicación a la República Popular de las unidades de producción de la BASF, la multinacional alemana que es la mayor productora de elementos químicos del mundo.
Sin embargo, es muy poco probable que Washington le permita a Scholz tener las manos libres. Afortunadamente para Washington, los socios de la coalición que gobierna Alemania – los Verdes y el FDU – son atlantistas sin adornos y están dispuestos a jugar hasta el final el juego estadounidense.
Brandt o Schroeder habrían contraatacado, pero Scholz no es precisamente un luchador, pese a que conoce muy bien el gran diseño estratégico de Washington: transformar Alemania en un apéndice de la economía estadounidense e integrarla en una sola cadena de suministro. En pocas palabras, el Departamento de Estado espera que Alemania sea un engranaje indispensable en la rueda del Occidente colectivo.
Mientras tanto, Washington tiene una mano fuerte con un sector corporativo alemán muy dividido. Muchas de estas empresas esperan beneficiarse del cambio de modelo económico que Washington está promoviendo y muestran su renuencia a apoyar a Scholz, aunque el Canciller es conocido por ser partidario de las grandes corporaciones.
Estados Unidos es experto en aprovechar tales situaciones. Algunas de las empresas de alta tecnología no aceptaron la invitación del Scholz en su periplo a Beijing, incluidos los directores ejecutivos de Mercedes-Benz, Bosch, Continental, Infineon, SAP y Thyssen Krupp.