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Andrés Piqueras, Profesor de Sociología de la Universidad Jaume I
Mientras las hasta ahora periferias de Sistema Mundial capitalista comienzan a trastocar las reglas coloniales del juego, ¿qué perspectivas se abren en sus decadentes formaciones centrales? ¿Siguen siendo posibles o políticamente recomendables políticas reformistas?
Durante un brevísimo lapsus el modo de producción capitalista acumuló y acaparó lo suficiente en sus formaciones socio-estatales centrales como para que buena parte de su fuerza de trabajo, de la población en general, viviera de manera “segura” mediante un consumo de energía y recursos per cápita elevadísimo, por más desigual que fuera. Con eso se conseguía también que “desconectara” de la Política: desclasamiento (gran parte de la sociedad deja de reconocerse como clase trabajadora), “paz social”, integración en el orden del capital, aceptación de su grosera desigualdad y de sus formas deexplotación salarial o parasalarial, etc., amén del acostumbramiento a niveles de consumo insostenibles en el corto plazo.
El uso de energía, no sólo propia sino del resto del mundo, es la base infraestructural de ese fugaz espejismo de bienestar capitalista y está estrechamente vinculado al desarrollo del PIB, como muestran los gráficos 5 y 6.
Gráfico 5
PIB mundial y consumo mundial de energía
Fuente: Heinberg, Richard. El final del crecimiento. El Viejo Topo, 2014
Ver también en el Gráfico siguiente la relación entre PIB per cápita y consumo de energía per cápita para algunos países seleccionados, donde se nos muestra la enorme dependencia de la energía para mantener pretendido “bienestar social” en términos capitalistas (por eso sólo China ha sido una excepción en esa estrecha vinculación).
Gráfico 6
PIB per cápita y consumo de energía per cápita para algunos países seleccionados
Fuente: Hall, Charles, Klitgaard, Kent. Energy and the Wealth of Nations. Understanding
the Biophysical Economy. Springer. 2012.
El PIB, el consumo energético y la economía productiva siempre estuvieron vinculados a la disponibilidad “gratis” de recursos naturales (es decir, tratados como si fueran ajenos al valor). Pero según éstos se agotan (gráfico 7), a cualquier economía se le hace más difícil “crecer”.
Gráfico 7
Cuenta regresiva de los minerales extraídos en el siglo XX
Fuente: Dierckxens, Wim. “Población, fuerza de trabajo y rebelión
en el siglo XXI. ¿De las revueltas populares de 1848 en Europa a la
rebelión mundial actual?”, en Andrés Piqueras y Wim Dierckxsens,
El colapso de la globalización. La humanidad frente a la gran transición.
El Viejo Topo, 2011.
Además, el reformismo social (la “opción reformista” del capitalismo), vinculado a lo que se conoció como “Estado del Bienestar”, se retroalimentó con el crecimiento de la tasa media de ganancia, y con ella de la masa de ganancia, capaz a su vez de posibilitar un aceptable consumo de masas y por tanto la apertura de nuevas posibilidades de asalarización de la población y con ello de consecución del valor. Pero, como digo, ese círculo virtuoso de crecimiento sólo podía mantenerse gracias a una abundante disposición de energía “barata”. Por eso han sido las formaciones socio-estatales con mayor acceso a ella (las que han consumido más energía), las que han exhibido mayor crecimiento económico. Sólo así reunieron las condiciones objetivas para desarrollar alguna forma de Estado redistributivo dentro del modo de producción capitalista. En cambio, cuando ese suministro básico se va agotando, la redistribución reformista desfallece y el Capital se vuelve crecientemente agresivo contra sus sociedades.
Es por eso también que hoy, ante el agotamiento energético y de recursos básicos, las potencias imperiales han emprendido la opción bélica generalizada para la detentación de los mismos, contra el mundo emergente.
En suma, si a los problemas infraestructurales de sobreutilización, contaminación y agotamiento de los recursos, le añadimos los estructurales del modo de producción capitalista -sobreacumulación acompañada de sobreproducción y subconsumo, desequilibrios por la competencia a ultranza basada en el interés privado, oligopolización, desposesión creciente de las poblaciones-, las posibilidades objetivas reformistas o redistributivas del capitalismo se agotan en buena parte de sus formaciones socio-estatales.
Al contrario, la obstrucción de la dinámica del valor que entraña esa decadencia, y en consecuencia el auge de un crecientemente financiarizado y parasitario capitalismo, va corroyendo por dentro, incesantemente, a la propia sociedad. Lo que quiere decir también que la (podredumbre de la) “economía” limita y asfixia aún más el espacio de acción de la política en pequeño (institucional), que va quedando más y más reducida a (intentar) la gestión del deterioro metabólico del capital.
Esa es la causa subyacente de la decadencia de la opción reformista del capitalismo, y con ella de la paulatina pérdida de lugar y de razón histórica de las distintas expresiones partidistas de la socialdemocracia en cuanto que izquierda del Sistema, que le pretendían, o hacían ver, capaz de mejorarse a sí mismo permanentemente (hasta el punto incluso de auto-superarse en el socialismo, según las versiones clásicas). Ninguno de los tres factores propiciadores del “progresismo” o “reformismo” capitalista se da en la actualidad y difícilmente podrán ya darse en un contexto degenerativo:
• Buen desarrollo de la tasa de ganancia productiva (en franco estancamiento, como vimos en la primera parte introductoria)
• Drástica reducción del ejército laboral de reserva (hoy, al contrario, ese ‘ejército’ se hace mundial)
• Fuerte y masiva organización de la fuerza de trabajo (en declive desde la expansión globalizadora del capital).
Esta última condición depende a su vez de las otras dos, y especialmente de la segunda, dado que cuanto más sustituible y desechable es la mano de obra más débil o vulnerable tiende a ser; mientras que con el deterioro de la primera se incrementa el grado de explotación y represión de la fuerza de trabajo, cada vez más vinculado también a su creciente alienación, con la activación de medidas y mecanismos ligados a las modernas tecnologías y técnicas de embrutecimiento social, ignorancia política, individuación de las trayectorias de vida, etc., cada vez más agresivas contra la fuerza de trabajo. Círculo vicioso, pues, más y más difícil de romper dentro de los parámetros del capital.
Los agentes y movimientos socio-políticos atrapados en la alienación fundante de la sociedad capitalista, la de la mercancía, la traducen cotidianamente en su interiorización de la escisión entre la esfera económica y la esfera política. Por ello mismo, no conciben la totalidad metabólica del capital como arena en la que lidiar, por lo que no contemplan romper con su orden social y se ven abocados demasiado a menudo a un accionar y a unos objetivos y propuestas reducidos a conseguir mejoras dentro del mismo. Objetivosilusos que permanecen incluso en su actual fase degenerativa.
Lo iluso deviene de dejarse llevar por ilusiones, y constituye con frecuencia el combustible de la esperanza en cuanto que anhelo sin anclaje material. Esperanza de conseguir más democracia, más libertad, más igualdad… dentro de los márgenes del menguante valor. En el ámbito de la política institucional -la política pequeña- esto es prácticamente sinónimo de fracaso, como estamos viendo que ocurre una tras otra con todas las “opciones progresistas” del Sistema (constituyendo las de Grecia, España, Italia y Chile algunos de los ejemplos más contundentes de ello, que tras su paso por las instituciones dejan vía franca a las versiones más reaccionarias del capital).
La clase trabajadora fue incorporada al parlamentarismo burgués solamente cuando el Sistema pudo dejar de escindir sus Estados en “dos naciones” (la de las elites y la de la plebe) e integrar a la segunda mediante procesos de cierta redistribución de la riqueza y atención a las coordenadas básicas de su reproducción social.
La contrapartida fue confinar crecientemente la acción de clase en el marco de la política parlamentaria, con minúsculas. Pero la mercancía, el valor y el capital no son fuerzas parlamentarias, sino metabólicas del Sistema, que plasman las estructuras de Poder social con mayúsculas (más allá de puestos o cargos simbólico-institucionales), entrañan el modo de producción y reproducción de los procesos materiales de vida y de conciencia, así como las posibilidades de acción. Marcan estructuralmente, en definitiva, los límites del parlamentarismo-reformismo que se puede ejercer en cada fase del capital y las condiciones bajo las que algunas capas de la clase trabajadora pueden acceder a la esfera institucional (siempre en desventaja de medios, posibilidades y recursos, respecto de la clase dominante).
Por eso, para la fuerza de trabajo deviene perentorio recuperar la dimensión Política(con mayúsculas) extraparlamentaria, metabólica, de totalidad. Más aún, cuando los puestos de mando del capital (de dirección o gestión social) escapan hacia esferas cada vez más ajenas a la intervención plebeya -de nuevo la población relegada a esa condición- (UE, G7, Foro de Davos, OMC, Tratados Bilaterales, FMI, BM…), más y más alejadas de cualquier alcance “democrático”, inalcanzables para cualquier efectividad reformista parlamentaria. Ahí la clase trabajadora siempre opera en un terreno político desequilibrado a priori por las estructuras de Poder existentes del modo de gestación y reproducción del metabolismo social. Un tablero, pues, preparado por los agentes del Capital, bajo sus reglas de juego, en el que ganan siempre, ya sea con unas o con otras opciones.
Sin proyección totalizante, sin integralidad práxica, sin enfrentar el modo de control del capital, la clase trabajadora se verá más y más autocastrada, más forzada a padecer los vaivenes de la degenerativa acumulación de capital. Incapaz de frenar la nueva ofensiva de desposesión histórica y de insignificancia social (bien como clase sobreexplotadabien como marginada o desechada en cuanto que población excedentaria) a que aquélla la aboca.
Por el contrario, en la etapa de degeneración sistémica en la que hemos entrado empieza a dejar de ser un objetivo lejano presentar batalla a la totalidad sistémica. Máximo cuando el carácter de la crisis es total (esto es, afecta a la dimensión productiva, circulatoria-distributiva, y de consumo y realización del capital). Es también, por primera vez, global o planetaria, y es extendida o continua en el tiempo(permanente), por más sigilosa que se muestre por momentos.
¿Quiere esto decir que no se deba combatir por políticas “reformistas”? En absoluto. Las luchas por una sanidad pública, por pensiones de jubilación decentes, por educación de calidad universal en todos los niveles, por mejoras sociales de cualquier tipo, siempre han sido necesarias en el capitalismo como manera de irle forzando a violentar sus límites. El problema es cuando sólo se contemplan como mejoras delcapitalismo, que es lo que le ocurre a la izquierda del Sistema, y no como luchas tácticas en el camino de superación del capitalismo, como reformas no reformistasque buscan atragantarle su orden de dominación.
La izquierda altersistémica tiene que tener muy en consideración que la capacidad de supervivencia de la actual fase histórica se está agotando, el capitalismo está en degeneración profunda, probablemente irreversible, pero para ser reemplazado por un sistema superior, socialista (y no por lo que las propias elites bien pueden estar preparando: un paso a un modo de producción automatizado, ya no capitalista), se necesita de la masiva intervención de las luchas de clase. Tanto más urgente cuanto que la fase degenerativa acarrea con ella procesos de alta barbarización social, deterioro de las condiciones de vida, destrucción ambiental y guerra generalizada (pasos previosnecesarios, en todo caso, para el modo de producción automatizado que buscaría la clase capitalista, en su pretensión de transformarse, como en tiempos pre-capitalistas, en simple clase poseedora -pero esta vez de máquinas inteligentes-, con menguante necesidad de “fuerza de trabajo humana”).
Por tanto, y en conclusión, las luchas de la clase trabajadora por una mayor implicación estatal en reformas, mejores condiciones de vida y laborales, tienen que llevarse a cabo en la óptica de la oposición irreconciliable entre el Capital y el Trabajo, así como en la proyección de integralidad o afectación de la totalidad delmetabolismo sistémico, en orden a su superación (antes de que lo haga la propia clase dominante a través de un Gran Exterminio). Lo que requiere, en primer lugar,romper de una vez con el paradigma keynesiano de la colaboración de clases. Una “colaboración” que la clase capitalista decidió amputar desde los años 80 del siglo XX(desde entonces son las multivariadas versiones de las izquierdas integradas las que anhelan ganarse la amistad del Capital y demostrar que quieren y son capaces de gestionar sus crisis).
Si entendemos esto, podemos dejar de distraernos en estériles debates sobre si reformas sí o no.
Internacionalismo
Un segundo elemento viene implicado en este movimiento altersistémico, y es el del internacionalismo como parte imprescindible de las luchas de clase.
El modo Guerra Total en el que ha entrado el sistema capitalista, por el que las potencias imperiales en decadencia buscan enfrentar militar, económica, cultural ypolíticamente a las formaciones socio-estatales emergentes, y muy especialmente a China y a Rusia, precisa de una acelerada re-nazificación de sus propias sociedades, que conlleva, como es lógico, una guerra social contra el Trabajo en cada formación socioestatal.
Esa dinámica de Guerra Total, permanente, ha llegado a tal punto que se ha convertido en la primera contradicción del presente: la imperialista. La cual, no habría que decirlo, afecta decisivamente al conjunto de las poblaciones del planeta y pone en riesgo la propia continuidad de la vida humana.
Eso quiere decir que el internacionalismo militante se erige en una necesidad perentoria de la especie. Un internacionalismo que, cae de su peso, implica combinar lo local y lo global. Es decir, llevar a cabo luchas de clase internas a cada formación social, y vincularlas a la lucha antiimperialista universal.
Esas luchas internas han de tener en cuenta, indefectiblemente, que en lo sucesivo será cada vez más y más difícil lograr cualquier avance social si no se contemplan como luchas anticapitalistas. Así que la vinculación anticapitalista-antiimperialista, quenunca dejó de ser un tándem necesario, indivisible, adquiere hoy aún más perentoriedad.
En ese camino vuelve a ser de suma importancia poner en marcha el proyecto de una nueva Internacional (forzosa ante la entrega o deserción de la mayor parte de las formaciones herederas de las anteriores), capaz de ponerse al frente de ese cajón de sastre que llaman “multipolaridad”.
“… Como se desprende claramente de la historia del socialismo desde la Revolución Bolchevique, el camino hacia el socialismo pasa por distintas formaciones antiimperialistas que crean sus propios caminos distintivos hacia el socialismo, pasa, en resumen, por la multipolaridad”. [Freeman y Desai, https://observatoriocrisis.com/?s=freeman+y+desai].
Hoy tenemos experiencias de gran calado, como la OCS, los BRICS, y otras de menor dimensión pero de creciente importancia como la Unión Económica Euroasiática, el Eje de la Resistencia que constituyen Irán, Siria, Palestina y buena parte del Líbano…, la recomposición de entidades como UNSAUR (quién sabe si del Alba), la propia Unión Africana…
Pero a diferencia de lo que proponen los autores recién citados, la Internacional debe ser Comunista. Una V Internacional. Precisamente para ayudar a dirigir y canalizar esfuerzos dispares y a veces incoherentes entre sí, hacia un proyecto universal altercapitalista. Sin ella, la multipolaridad puede quedarse estancada o puede coagular en nuevas formaciones de poder mundial de relevo. En estos momentos, sin embargo, una V Internacional Comunista sólo puede tener alguna verosimilitud si China gira de una vez -como es probable que la agresión anglosajona le obligue- hacia lo que se conoció como internacionalismo proletario, a la vez que emprenda con decisión el camino al socialismo a escala interna. Entonces sí las condiciones de fuerza globales podrían empezar definitivamente a cambiar.
Con todo, obviamente, la V Internacional sólo podría cobrar cuerpo a través de pasos tácticos. El primero de ellos es la articulación en torno al antiimperialismo. De la mano de tal proceso, organizar una multipolaridad crecientemente “desconectista” con el orden mundial del capital, que como vimos, tiene más posibilidades según las propias potencias imperiales, que configuraron ese orden para servir a sus intereses, van forzando el control y la planificación estatales en las formaciones agredidas.
Dentro del capitalismo no hay soluciones a medio plazo para unas u otras formaciones socio-estatales, como he intentado indicar en estos apartados. Antes o después se encontrarían en el mismo atasco de sobreacumulación (con todas las consecuencias que conlleva) y de agotamiento de recursos. La guerra de Ucrania es un hito o parteaguas a partir del cual no hay vuelta al mundo anterior, sea cual sea el resultado. De ahí que el conjunto del planeta permanezca expectante al desenlace (rehaciendo sus alianzas y orientaciones de intereses), porque con toda probabilidad marcará el principio del fin de 500 años de dominio “occidental”, toda una brutal época de la humanidad.
Un gran campo de lucha consiste en instalar, por tanto, en cada accionar reivindicativo y de protesta de las poblaciones, la perspectiva de ir integrando una Internacional común al conjunto de la fuerza de trabajo mundial.