MK BHADRAKUMAR, DIPLOMÁTICO SENIOR DE LA INDIA
El resultado de los conflictos liderados por Estados Unidos en Ucrania y Asia occidental tendrá un profundo impacto en el orden mundial. Washington ya ha perdido el primero, y sus principales adversarios están decididos a asegurarse que también pierda lo segundo.
Los analistas geopolíticos coinciden en que la guerra en Ucrania y la crisis de Asia occidental dictarán la trayectoria de la política mundial en 2024. Pero también aparece una tesis reduccionista que ve el conflicto entre Israel y Palestina estrictamente en términos de resiliencia de Estados Unidos y como parte de la guerra por poderes en Ucrania, partiendo del supuesto de que el centro de la política mundial se encuentra en Eurasia.
La realidad es más compleja. Cada uno de estos dos conflictos tiene una razón de ser y una dinámica propia, pero al mismo tiempo están entrelazados.
La profunda implicación de Washington en la fase actual de la crisis de Asia occidental puede convertirse en un atolladero, ya que también está enredando la política interna de una manera que la guerra de Ucrania nunca lo ha estado. Pero claro, el resultado de la guerra de Ucrania ya tiene una conclusión inevitable; Estados Unidos y sus aliados se han dado cuenta de que Rusia no puede ser derrotada militarmente y el final se reduce a un acuerdo para poner fin al conflicto en los términos de Rusia.
Sin duda, el resultado de la guerra de Ucrania y el desenlace del conflicto entre Israel y Palestina, que es la raíz de la crisis de Asia occidental, tendrán un impacto profundo en el nuevo orden mundial, y los dos procesos se refuerzan mutuamente.
Rusia es plenamente consciente de ello. Las celebraciones de fin de año del presidente Vladimir Putin en vísperas del Año Nuevo hablan por sí solas: visitas de un día a Abu Dabi y Riad (observadas por un estupefacto presidente estadounidense), seguidas de conversaciones con el presidente de Irán y con una conferencia telefónica con el presidente egipcio.
En aproximadamente 48 horas, Putin se puso en contacto con sus colegas emiratíes, sauditas, iraníes y egipcios, quienes ingresaron oficialmente a los portales de los BRICS este 1 de enero.
La evolución de la intervención estadounidense en la crisis de Asia occidental sólo puede entenderse desde una perspectiva geopolítica teniendo en cuenta la hostilidad visceral de Biden hacia Rusia. Los BRICS están en la mira de Washington.
Estados Unidos comprende perfectamente que la presencia de naciones árabes y de Asia occidental en los BRICS (cuatro de diez los Estados miembros) es fundamental para el proyecto de Putin, cuyo objetivo es reestructurar el orden mundial y enterrar el excepcionalismo y la hegemonía estadounidenses.
Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos e Irán son los principales países productores de petróleo. Rusia ha sido bastante explícita en que durante su presidencia de los BRICS en 2024, impulsará la creación de una moneda para desafiar al petrodólar. Sin duda, la moneda BRICS estará en el centro del escenario de la cumbre del grupo que será organizada por Rusia en Kazán en el mes de octubre.
En un discurso especial pronunciado el 1 de enero, marcado por el inicio de la presidencia rusa de los BRICS, Putin reafirmó el compromiso de “mejorar el papel de los BRICS en el sistema monetario internacional, ampliando tanto la cooperación interbancaria como el uso de monedas nacionales en el comercio mutuo”.
Si se utiliza una moneda BRICS en lugar del dólar, podría haber un impacto significativo en varios sectores financieros de la economía estadounidense, como los mercados de energía y materias primas, el comercio y la inversión internacional, los mercados de capital y la tecnología financiera, los bienes de consumo y el comercio minorista, los viajes y el turismo, etc.
El sector bancario podría recibir un primer golpe que eventualmente podría extenderse a los mercados. Y si Washington no logra financiar su gigantesco déficit, los precios de todas las materias primas podrían dispararse o incluso alcanzar una hiperinflación que provocaría un colapso de la economía estadounidense.
Mientras tanto, el estallido del conflicto entre Israel y Palestina ha dado a Estados Unidos una coartada – la “autodefensa de Israel”- para recuperar su alicaída influencia en la política de Asia occidental.
Washington tiene múltiples preocupaciones, pero en el centro están dos objetivos: resucitar los Acuerdos de Abraham (anclados en la proximidad entre Arabia Saudita e Israel) y el sabotaje al acercamiento entre Arabia Saudita e Irán mediado por Beijing.
La administración Biden contaba con que un acuerdo entre Israel y Arabia Saudita proporcionaría legitimidad a Tel Aviv y justificaría el fin de la hostilidad religiosa del mundo islámico hacia Israel. Pero Washington siente que después del 7 de octubre no podrá asegurar el acuerdo entre Arabia Saudita e Israel durante este mandato de Biden, y todo lo que se podría conseguir de Riad es dejar una puerta entreabierta para futuras discusiones sobre el tema. Sin duda, es un duro golpe a la estrategia para liquidar la cuestión palestina de los estadounidenses.
En una perspectiva a mediano plazo, si el mecanismo ruso-saudí conocido como OPEP+ libera el mercado petrolero mundial del control estadounidense, los BRICS clavarán un puñal en el corazón de la hegemonía estadounidense que está anclada en el dólar como “la moneda mundial».
Arabia Saudita firmó recientemente un acuerdo de intercambio de divisas por valor de 7.000 millones de dólares con China en un intento de desviar del dólar la mayor parte de su comercio. El Banco Popular de China dijo en un comunicado que el acuerdo de intercambio «ayudará a fortalecer la cooperación financiera» y «facilitará un comercio y la inversión entre los países.
En el futuro, las transacciones entre Arabia Saudita y China en áreas estratégicas muy sensibles como la defensa y la tecnología nuclear, entre otras, pasarán de ahora en adelante fuera del radar de Estados Unidos.
Desde la perspectiva china, si su comercio estratégico está suficientemente aislado de cualquier programa de sanciones contra China liderado por Estados Unidos, Beijing puede posicionarse con confianza para enfrentar el poder imperial en el Indo-Pacífico. Si ocurre esto será un ejemplo de cómo la estrategia estadounidense para el Indo-Pacífico perderá fuerza.
La opinión generalizada es que la preocupación por la volátil Asia occidental distrae a Washington del Indo-Pacífico y de China. Sin embargo, en realidad, la menguante influencia en Asia occidental está complicando la capacidad de Estados Unidos para contrarrestar a China tanto en la región como en el Indo-Pacífico.
Los acontecimientos avanzan en una dirección en que las credenciales de Estados Unidos como gran potencia se encuentran en un punto de inflexión en Asia occidental, y esa comprensión se ha filtrado a otras regiones del mundo.
Allá por 2007, los distinguidos politólogos John Mearsheimer de la Universidad de Chicago y Stephen Walt de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard, escribieron con gran ensayo de 34.000 palabras titulado The Israel Lobby and US Foreign Policy. Según ambos estudiosos Israel se ha convertido en un ‘lastre estratégico’ para Estados Unidos, pero conserva su fuerte apoyo gracias a un lobby y bien organizado que tiene un ‘dominio que estrangula’ a el Congreso y a las elites.
Los autores demuestran que Israel y su lobby son los responsables de persuadir a la Administración Bush para que invada Irak y, tal vez ahora estén preparando un ataque las instalaciones nucleares de Irán.
Curiosamente, en la víspera de Año Nuevo, en un informe especial– basado en una extensa sesión informativa de altos funcionarios estadounidenses- el New York Times destacó que «En el último medio siglo ningún otro episodio, como la guerra en Gaza, ha puesto a prueba los vínculos entre Estados Unidos e Israel de una manera tan intensa y trascendental».
Con las bárbaras acciones de Israel en Gaza y en la ocupada Cisjordania dos de los objetivos estratégicos de Estados Unidos en la región se están desmoronando con rapidez: primero, el restablecimiento de la superioridad militar de Israel a nivel regional y específicamente frente al Eje de la Resistencia; y segundo, la resucitación de los Acuerdos de Abraham, donde la joya de la corona habría sido un tratado saudita-israelí.
Vista desde otro ángulo, la comunidad mundial, especialmente la de la región de Asia y el Pacífico, observa con atención la dirección en que se desarrolla la crisis de Asia occidental.
Es interesante también comprobar que Rusia y China no han interferido en los movimientos militares de Estados Unidos en el Mar Rojo. Esto significa que cualquier conflagración en la región será sinónimo de un colapso catastrófico de la estrategia estadounidense.
Poco después de la derrota de Estados Unidos en Afganistán, en Asia Central, y coincidiendo con un final ignominioso de la guerra de poder encabezada por Estados Unidos y de la OTAN contra Rusia en Eurasia, un revés violento y grotesco en Asia Occidental enviará un mensaje rotundo a toda Asia: el tren liderado por Estados Unidos se ha quedado sin fuerza.
Entre los usuarios finales de este sorprendente mensaje, los países de la ASEAN están a la vanguardia. La conclusión es que los tumultuosos acontecimientos superpuestos en Eurasia y Asia occidental están a punto de fusionarse en un momento que parece ser culminante para la política mundial.