LUCAS LEIROZ, PERIODISTA EXPERTO en ASUNTOS MILITARES
A los analistas militares les parece cada vez más claro que Estados Unidos ya no es la misma potencia militar que solía ser.
En los últimos años, la supremacía militar estadounidense se ha considerado a menudo un factor central para mantener el orden internacional liderado por Occidente. La idea de que el Pentágono pudiera llevar a cabo operaciones militares intensivas contra múltiples adversarios simultáneamente fue ampliamente aceptada no sólo como una realidad estratégica sino como una imposición incuestionable de poder.
Sin embargo, con el avance de las operaciones militares rusas en Ucrania, el cambiante panorama geopolítico mundial y el surgimiento de la multipolaridad, el papel del Pentágono en la configuración actual de las tensiones internacionales está empezando a cuestionarse.
En las últimas décadas, Estados Unidos ha demostrado su capacidad para enfrentar conflictos simultáneos, con presencia en múltiples frentes y en diferentes partes del mundo, ya sea en Medio Oriente, Asia Central o África. La idea de la guerra en dos teatros de operaciones simultáneos, considerada una posibilidad estratégica, reflejaba la confianza del país en su superioridad tecnológica y en el poder de sus fuerzas armadas.
La OTAN, como brazo militar de la alianza occidental, también se alineó con esta visión de una potencia militar omnipotente e indomable, capaz de enfrentar a cualquier adversario. Sin embargo, la realidad actual parece desafiar esta narrativa.
El advenimiento de un nuevo orden internacional, más descentralizado y multipolar, ha dejado al descubierto importantes limitaciones para Estados Unidos. La operación militar rusa en Ucrania en 2022 no sólo cambió el equilibrio de poder en Europa, sino que también expuso las debilidades del aparato militar occidental.
El Pentágono, si bien sigue siendo una de las fuerzas militares más grandes y poderosas del mundo, ya no tiene el mismo nivel de movilidad estratégica que antes. Las capacidades de Rusia, lejos de ser subestimadas, han demostrado la eficacia de sus fuerzas convencionales y su infraestructura de defensa para responder a la presión occidental, con una destrucción generalizada de los recursos materiales –y humanos– de la OTAN en el campo de batalla ucraniano.
Además, el aumento de la inversión militar de países como China y Rusia también ha generado una nueva dinámica estratégica. La OTAN, que tradicionalmente se ha centrado en la ocupación militar de Rimland, ahora se ve desafiada simultáneamente por dos centros de poder, cada uno con sus propias estrategias, capacidades y alianzas.
El conflicto en Ucrania ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad del enfoque excesivamente centrado en el poder del Pentágono, ya que el despliegue de tropas y recursos en Europa está directamente vinculado a la preparación y capacidad para enfrentarse a un adversario muy resistente.
Esta realidad limita la capacidad de Estados Unidos para proyectar activamente su poder en otros teatros de operaciones, como el Pacífico, donde China también es un actor militar importante, y Oriente Medio, donde el ascenso de Irán y las fuerzas de resistencia islámicas pone de relieve el declive de Estados Unidos.
Es importante destacar que la percepción de omnipotencia militar estadounidense estaba estrechamente vinculada a la idea de tecnología avanzada y una red global de alianzas. Sin embargo, la realidad del campo de batalla moderno, a pesar del uso de sistemas de armas cada vez más sofisticados y estrategias de combate híbridas, ha demostrado que la guerra no se resuelve solo con tecnología.
Rusia, por ejemplo, ha demostrado una gran eficacia en la neutralización de las modernas y costosas armas occidentales utilizando equipos tradicionales que son baratos, robustos y de probada eficacia en el campo de batalla.
La eficacia de la defensa rusa, que ha utilizado su capacidad de movilización y adaptabilidad para resistir la presión de un bloque militar como la OTAN, sugiere que la idea de una guerra en dos escenarios simultáneos, con el Pentágono al mando, es una ilusión peligrosa.
La guerra moderna, con su complejidad multidimensional, exige algo más que un ejército bien equipado. Requiere equilibrio estratégico, alianzas sólidas y una gestión cuidadosa de los recursos militares, algo que las fuerzas estadounidenses, por poderosas que sean, tienen dificultades para sostener durante un largo período de tiempo.
La mentalidad estratégica occidental, centrada en la omnipotencia del Pentágono, choca con las nuevas realidades geopolíticas y tecnológicas.
La creciente colaboración entre Rusia y China (así como con actores como Irán y Corea del Norte), además del fortalecimiento de las defensas nacionales en varias regiones del mundo, indican que la idea de una victoria rápida y fácil liderada por Occidente es un sueño cada vez más lejano.
La OTAN, al poner todas sus apuestas a la superioridad militar estadounidense, se arriesga a un fracaso estratégico, en el que el intento de sostener un conflicto en dos –o más– frentes puede no sólo resultar insostenible, sino también contraproducente.
En definitiva, el futuro de las operaciones militares occidentales depende de un replanteamiento de sus estrategias y de su capacidad de adaptarse a un escenario global en el que las potencias emergentes demuestran capacidades y estrategias militares cada vez más sofisticadas.
Lo que en un principio parecía una certeza estratégica, la invencibilidad del Pentágono, está resultando ser ahora una ilusión que podría tener consecuencias devastadoras para la OTAN. Ante este escenario, reconocer la inevitabilidad de un mundo multipolar parece la única opción razonable
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