MISIÓN VERDAD
El presidente brasileño exponen con su veto que su visión es más eurocéntrica que multipolar
El lunes 21 de octubre se conoció que Brasil se opuso al ingreso de Venezuela en el grupo Brics, en el contexto de la 16ª Cumbre del bloque en la ciudad de Kazán, Rusia, evento al que fue invitado el presidente Nicolás Maduro por el propio mandatario ruso, Vladímir Putin, a principios de agosto.
La información fue dada por el asesor para asuntos internacionales del gobierno brasileño, el excanciller Celso Amorim. La instrucción de vetar la posible adhesión de Caracas provino del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva.
En Latinoamérica, además de Bolivia, Cuba y Nicaragua, Venezuela había presentado solicitud formal para incorporarse a la alianza de economías emergentes. Entre todos los aspirantes Venezuela es el país que ha reunido mayor consenso para su ingreso luego del fortalecimiento de sus relaciones de cooperación con los integrantes más importantes del bloque, principalmente con Rusia y China.
Amorim argumentó que no se trata de «juicio moral o político». «Los Brics tienen países que practican ciertos tipos de regímenes, y otros tipos de regímenes, la pregunta es si tienen la capacidad, debido a su peso político y capacidad de relación, de contribuir a un mundo más pacífico», indicó.
La declaración del asesor ha estado marcada por la ambigüedad. Por un lado, señala que en la Cumbre de Kazán no debería haber una regla rígida para integrar futuros socios pues, a su criterio, debería estar abierta a Estados que promuevan el desarrollo y los cambios en la gobernanza global. Pero, en paralelo, anuncia públicamente que no acompaña el ingreso de Venezuela.
No obstante, esta postura está en línea con la actitud crecientemente hostil que ha sostenido el gobierno de Lula contra Venezuela en los últimos meses, luego de que no reconociera los resultados de los comicios del 28J en los que el presidente Nicolás Maduro resultó reelecto.
Aunque en principio Brasil intentó moverse dentro de un marco de neutralidad relativa, buscando erigirse como una instancia de mediación en el conflicto postelectoral, progresivamente ha ido acoplándose cada vez más con la posición de Washington y Bruselas, que abiertamente reconocen a Edmundo González como supuesto ganador de la jornada.
CAUSAS Y MOTIVOS
Lo primero a resaltar es que el año pasado el propio Lula estaba abierto a la expansión de los BRICS y a la inclusión de Venezuela. La declaración de Amorim, en tal sentido, representa un cambio agresivo de postura que deteriora el vínculo Caracas-Brasilia.
«Soy partidario de que Venezuela integre los Brics. Nos vamos a reunir pronto y tenemos que evaluar varias solicitudes de integración», afirmó Lula en mayo y añadió que «la nueva geopolítica está caracterizada por dos elementos: unidad de nuestra América en la diversidad y el rol de los Brics, que se perfila como el gran imán de los países que quieren cooperación».
Es preciso recordar que, también el año pasado, Brasil impulsó el ingreso de Argentina a la instancia pero, una vez que llegó al gobierno Javier Milei, dio por terminada la solicitud de membresía en el bloque.
Desde el punto de vista estratégico, a Brasil le interesa mantener su lugar como el único miembro latinoamericano de los Brics, una posición con la cual evita contrapesos geopolíticos y, al mismo tiempo, protege el monopolio sobre la conducción de los asuntos regionales frente al resto de las potencias del bloque.
De hecho, la propuesta de incluir a Argentina tenía como premisa que Brasilia administrara los tiempos y alcances de la adhesión de Buenos Aires, y ubicarlo como el hermano pequeño del gigante brasileño dentro de la alianza.
Pero con Venezuela operan lógicas y tensiones diferentes.
Dentro de la concepción geopolítica de Planalto e Itamaraty, la participación de Venezuela en los Brics desplazaría demasiado el eje geopolítico de la región y del bloque hacia la multipolaridad, por el fortalecimiento de los nexos con Rusia y China. Esto debilitaría el enfoque de Lula y Amorim en cuanto a preservar los lazos estratégicos de Brasil con Washington y Bruselas, al mismo tiempo que resguarda los vínculos económicos con los Brics.
En este sentido, Venezuela podría convertirse en un aliado incómodo dentro del grupo, que no podría ser controlado como Argentina y que impulsaría un afianzamiento de la multipolaridad a contracorriente de la política exterior brasileña, marcada por enfatizar los vínculos con Occidente.
El conflicto existencial entre Caracas y Washington, que podría profundizarse después de las elecciones presidenciales en EE.UU. en noviembre, implicaría que Brasil tendría que apoyar a su socio venezolano en los Brics en oposición a Washington.
Al estar ambos dentro del grupo, Brasil estaría obligado a sostener una activa relación política y económica con Venezuela, y así desafiar las sanciones ilegales y la narrativa de desconocimiento de la presidencia de Nicolás Maduro impulsada desde la Casa Blanca y el Departamento de Estado.
Lula y Amorim han leído estos eventuales dilemas, por lo que han decidido oponerse a la incorporación de Venezuela con vistas a reducir cualquier costo político que implique torcer o complicar la relación con EE.UU.
Con tal oposición, el presidente brasileño y su principal asesor en materia internacional exponen que su visión es más eurocéntrica que multipolar, y que los Brics son un instrumento con fines económicos más que una apuesta geopolítica decidida a construir un nuevo orden global, un horizonte hacia el que Venezuela se dirige, y que promueve activamente.
Este choque de visiones y los puntos innegociables de la política exterior brasileña con Estados Unidos explican el último agravio brasileño contra Venezuela.
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